11 - La Desaparecida

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"Ya era sábado ¿no?" Pienso mientras abro mis párpados y veo una habitación desconocida. Caigo en cuenta de que estoy aun en casa de Joey.

Ruedo los ojos y quito la sábana que cubre mi cuerpo para encontrarme con la ropa interior blanca puesta y mi falda tirada entre los pies. La tomo y me levanto para ponermela.

Joey comienza a moverse hasta que abre los ojos y me observa con confusión.

— Quédate un rato más… — murmura con la voz ronca y agarra mi brazo para atraerme a la cama. 
— ¿Para qué? 
— Podemos hacer muchas cosas ¿no crees? — sonríe enseñando la dentadura blanca. 
— Muchas cosas tengo que hacer yo en mi casa, Joey. — replico. 
— Es sábado, Kayla. — levanta su torso desnudo.

Los abdominales se contraen bajo la piel oscura y vuelven a estirarse cuando alarga la espalda y sube los musculosos brazos. Me muerdo el labio al ver semejante espectáculo, pero sacudo la cabeza para abstenerme a follarlo otra vez. No me gusta Joey Getty, sin embargo tengo hormonas. No soy de hierro.

— Pasa el día conmigo. — insiste. 
Me acomodo cerca de él y le sonrío mientras le acaricio los rasgos faciales. 
— Te gustó lo que hicimos, Jo. — acerco mi cara a la de él. Asiente. — A mí también. — le dedico una pícara sonrisa — Ambos obtuvimos lo que quisimos. ¿Recuerdas esa canción… Attention de Charlie Puth? — afirma — Creo que una parte del coro podría explicarlo mejor. ¿Cómo empieza? — inquiero. 
— "You just want my attention. You don't want my heart" — responde con ceño fruncido. 
— ¡Bien! — exclamo con una sonrisa mientras tomo el móvil y coloco la canción que sale de los audífonos directo a mis oídos — ¿Sabes cuál es mi parte? — me alejo de él y canto — "You just want my attention, I kwon from the start". La bipolaridad de la canción. — me encojo de hombros — Ya no necesito hacer nada contigo, Joey Getty. Jamás me verás en esta cama de nuevo. Allí está tu tercera lección: No pierdo de vista mis objetivos hasta que los obtengo. — beso su mejilla y me dirijo a la puerta.

Casi tropiezo con la madre, pero solo me despido y salgo.

El débil había caído.

Por un segundo me arrepentí de no haber planeado algo para que mi auto apareciera de la nada aquí, pero supongo que no estamos en Howarts. Llamó por un taxi y tengo que esperar diez minutos hasta que aparezca. 
— ¿Problemas con el motor? — inquiero sarcásticamente al entrar y sentarme. El conductor solo gruñe.

"Papá, perdón por no avisar que no regresaría ayer. Voy de camino. Espero que no te hayas saltado los medicamentos. Nos vemos, te quiero"

Le escribo el mensaje algo culpable por no decirle nada. Si le hubiera contado la verdad detrás de todo posiblemente estuviera amarrada a su silla de ruedas. 
No sentí el tiempo pasar hasta que vi la fachada de mi casa. Le pago al tipo con mala cara y saco la llave de la puerta. Al entrar, lo primero que escucho es la voz de mi padre gritando. Él nunca grita, mucho menos a Pia.

— ¡Ya cálmate, mujer! Está a punto de llegar. 
— ¿Tenemos visita? — pregunto al poner un pie en la sala. La espalda de una mujer desconocida me recibe. Su melena negra, brillante y sedosa se mueve hacía una lado, como si fuera un comercial, para girar el cuerpo y darme la cara. 
— No soy específicamente una visita, Kayla. — responde. En los ojos azules puedo ver que está molesta. 
— ¡Aparece la desaparecida y yo de fiesta! — suelto una carcajada — Bienvenida, mamá. ¿Me explicas qué necesidad tiene mi padre de levantarte la voz? 
— No me pidas explicaciones a mí, él fue quien gritó. 
— No sin una razón. — doy unos pasos hasta llegar a su silla de ruedas y le pongo una mano en el hombro para demostrar mi apoyo — ¿Qué te trae por aquí? 
— Una mudanza. — responde impaciente. 
— ¿Ah si? ¿Y dónde te quedarás, si se puede saber? — inquiero con un sarcasmo evidente y el cual no me esfuerzo en ocultar. 
— Aun me llamo Esther Galler, Kayla. — su expresión se torna seria cuando cruza los brazos — A partir de ahora viviré con ustedes y por lo que veo, he de cambiar muchas cosas.

Oh, no. Obvio que no. Muy lindo que nos envíe dinero y pague las cuentas del instituto y la casa, pero no vendrá a cambiar las reglas de aquí. Ni siquiera me importa el hecho de que se mude, está en su derecho. Lo que jamás le voy a permitir que intente entrar en nuestras vidas con tal autoridad, no otra vez. No, después de rendirse. 
Solo espero que no cumpla su amenaza o me veré obligada a empezar una guerra. Estoy segura de mi madre no quiere batallar conmigo.

— Luego de esta hermosa bienvenida, me gustaría ir a mis nuevos aposentos. — comenta hipócritamente — Kayla ¿me ayudas con estas maletas? 
— Claro. — sonrío con falsedad y tomo dos bolsas negras del suelo. Ella me sigue con otra de ruedas y una colgando del hombro.

Cruzo el pasillo principal y me detengo en la habitación de huéspedes para girar la llave que se mantiene en la puerta. Pia siempre la cuida por si ocurre algún imprevisto, como ahora…

"Por cierto ¿Dónde está Pia?"

Aunque es bastante discreta y sencilla, el cuarto de invitados no era pequeño y menos humilde que los nuestros. Si no fuera porque conozco a mi madre, estaría tranquila al pensar que cualquiera se siente cómodo en una estancia así. Pero claro, la interrogante de ella no esperó a que diera dos pasos adentro.

— Kayla, hija ¿No dormirá aquí tu padre o sí? — inquiere con una ceja enarcada.
— No. — niego dejando las maletas sobre la cama, aunque ella sigue el la puerta observando a detalles la habitación — Mi padre y yo dormimos arriba. Tú te quedarás en la habitación de huéspedes junto al cuarto de Pia, la empleada ¿La recuerdas?
— Sí… menuda sirvienta. — levanta las cejas con desprecio. — Pero como ya dije, aún me llamo Esther Galler y me quedaré con mi esposo. — sonrío. 

Sí quiere una guerra.

— Mi padre necesita espacio y ya se ha acostumbrado a dormir solo, es mejor no molestarlo.
— Estoy segura de que no le molesta. — replica con una sonrisa.
— Pues no creo que pueda permitir que te quedes a dormir en la de mi padre. — niego con la cabeza y comienzo a abrir las cortinas para dejar entrar la luz natural.
— Dirás nuestra.
— No, mamá. Es suya. No vives aquí, llevan años separados aunque un contrato diga lo contrario. Es como dejar que el chico al que me follé hoy venga a dormir en mi cama.
— Mira, Kayla no voy a discutir contigo este asunto… — comienza a alzar la voz, sin embargo doy unos pasos hacia ella y la miro a los ojos.
— O duermes aquí o fuera de esta casa.
— No puedes expulsarme. — desafía con su mirada de ojos azules tales como los míos. — Está a mi nombre.
— No quisiera hacerlo, pero créeme que hay muchas formas de sacarte y no tendré que acudir a ningún papeleo. — tomo forzosamente los bolsos que llevaba y los adentro en el cuarto.

Ella sabe que si quiero le hago la vida un infierno y que no me importa repetir lo que pasó a mis trece años.

— Debería haberte dejado en ese Convento. — gruñe y se aparta el pelo negro y lacio del rostro antes de entrar. Tuerzo una sonrisa.
— Las hermanas jamás permitirían que pisara su terreno otra vez.
— Lo mejor que pudo haber pasado fue el accidente… — antes de siquiera pensarlo, su perfecta piel blanca se torna roja y muestra la figura de mi mano atravesando la mejilla.
— No vuelvas a mencionar el accidente de mi padre. — mi voz salió firme e hizo eco por toda la casa.

Unos segundos después ella seguía en shock y mi padre llegaba en su silla de ruedas, alertado debido al golpe.

— ¿Qué ha pasado? — preguntó, aunque no contesté. La miraba a los ojos con furia.
— Es hora de tus ejercicios, padre. — le digo — ¿Dónde está, Pia? — bajo la mirada hacia él, pero la aparta. — Pa'… — suspiro antes de tomar el móvil y llamarla.

No lo escucho sonar, lo que quiere decir que no está en casa. Me responde al tercer timbre.

— Srta. Kayla. — contesta sorprendida.
— Pia, ya es la hora de los ejercicios de papá ¿Dónde estás?
— Señorita… — la voz le tiembla — He sido despedida.
— ¡¿Qué?! — exclamo y a pesar de que al mirar a mi madre encuentro el origen de ello, pregunto — ¿Quién lo ha hecho?
— Fue su madre, Esther Galler. — suelto una risa de molestia.
— Regresa inmediatamente, Pia. — le ordeno — No serás despedida a menos que mi padre o yo lo decidamos. A partir de ahora las únicas órdenes que obedecerás serán las nuestras. — ella asiente un poco más contenta, aunque con tono preocupado.

Los dos pares de ojos azules se cruzaron, ella mantenía los puños cerrados con fuerza y yo intentaba calmarme.

— Está ya no es tu casa ¿escuchaste? — la señalo con el dedo — No te mereces un mínimo de autoridad, las normas las ponemos mi padre y yo.

Silenciosa y Peligrosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora