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Imposible que el transporte sea impuntual si la que maneja a este horario es Beti. Con sonrisa entusiasmada y algún comentario para sus pasajeros, hace años comenzó el recorrido de medianoche.
Ya no es la joven risueña del principio que se sentía mal si cualquiera no le respondía su saludo inicial, ahora entendía que no todos están acostumbrados a ser educados o la otra opción es que en ese horario todos están cansados.
Hablando de estar cansados... Tomas, que toma el transporte de Beti todos los martes y los viernes, iba cabeceando contra la ventana; al borde del asiento y tratando de aguantar hasta su parada. Se le escapó una sonrisa agotada cuando pensó en su novia que lo esperaba en su casa.
Están ahorrando para su casamiento, hoy consiguió un bono y quería verla.
Connie tiene sus apuntes en una mano y una de sus muchas rastras le colgaba sobre la cara, intentaba alcanzar el resaltador que dejó en el asiento de al lado. Su sonrisa fue triunfante cuando encontró el sentido de ese frustrante fragmento.
Eran sus últimas materias, Beti la conocía desde las primeras.
Uriel había sido rechazado, se lo iba contando a su grupo de amigos.
Estaba triste y dolido, pero esa sonrisita de hoyuelos era por haber sido valiente para hablar sobre sus sentimientos.
Una más grande fue instantánea cuando le mandaron una docena de stikers con ideas para olvidarse de su compañero de curso.
Humberto no creía que el duelo se terminara nunca, iba a extrañar a Mirna toda su vida. Beti también la extrañaba, su risa contagiosa ya no sonaba entre los asientos.
No pudo evitar su media sonrisa, casi escondida por la frondosa barba, al pensar que a Mirna le hubiera encantado ese conejo.
¿Conejo? ¿Qué hace un conejo en el transporte?
Además de trasnochar, claro.
Eiza no es pasajera regular de Beti, solo de vez en cuando la ve.
Con el pelo de distintos tonos cada vez, hoy es naranja y apunta para todos lados.
