III. Personalidad magnética

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El sujeto era un tipo que mantenía la casa con sus ventas de puerta en puerta, ofrecía cachivaches HEC —hechos en casa— para medio mejorar la vida de los clientes; nada comparables con los avanzados artilugios de la competencia comercial en Nexus, la reconocida empresa ADV. Don Trebejo, como le conocían sus vecinos y colegas, pasaba por un tiempo de escasez; no le ayudaba la afanosa e innecesaria inundación del mercado con toda clase de aparatos que, supuestamente, mejoraban la calidad de vida de los consumidores; por eso, el inventor estaba de malas.

—Llegas tarde, ¿lo notaste? —reprochó Don Trebejo aún en el sensor de luz.

—Este... estuve viendo la lluvia de estrellas y me quedé dormido afuera, no te llamé porque mi móvil se... se... este... ¡se descargó, sí! —respondió Nat con una mueca sonriente, Navy lo miró extrañado y luego volvió sus ojos a Don Trebejo, quien lucía escéptico.

—¿Tan rápido se te descargó un móvil con una batería que dura un año continuo a toda potencia? Eso debo verlo en persona, muéstrame tu teléfono —dijo, con una mano en la cintura y la otra extendida.

Mientras tanto, el servidor estaba estupefacto ante la discusión y notaba el nerviosismo de su compañero al sacar su teléfono y dárselo a su padre, a la vez observaba la firmeza con que el señor esperaba. No sabía si debía interferir, fue suficiente con alegar por ser encandelillado y la situación se prestaba para empeorar. Intentó escapar del lío al caminar cuidadosamente en reversa.

—Alto, monigote... eres testigo clave de lo que está pasando —Don Trebejo masculló mientras observaba a Navy de reojo.

«Rayos... por poco me salvo», pensó el hidrófilo con expresión desdichada y volvió resignado a su lugar.

El padre de Nat recibió el teléfono y lo observó ágilmente, después, se fijó decepcionado en su hijo.

—Qué mentiroso, Nathan, sé que apagaste el móvil... este teléfono apenas tiene un mes de uso y le queda muchísima carga, ¡¿quieres que me enoje de verdad?! —dicho esto, le enseñó su puño al joven, pero guardó la compostura sin bajar su tono de voz—. ¡Y no me hagas hablar de la llamada del director de la escuela!

Nat quedó intimidado y deprimido al instante cuando escuchó lo último, se sentía lo peor del mundo si le echaban en cara sus problemas. Su rebeldía le hacía estar en la cima, rompiendo la rutina y demostrando que superaba a muchos como él; pero cuando se encontraba en problemas —como era el caso— nada lo dejaba más sumido en el fondo que los reproches. Don Trebejo lo castigó con una semana sin salir de casa, aun sabiendo que no cumpliría su promesa porque no podría supervisarlo mucho, pues se concentraba en inventar más y más cosas encerrado en su laboratorio. Navy se mantuvo al tanto de lo sucedido hasta quedar más confundido.

—¡Y lávate ya, parece que no hubieras pasado por la ducha en días! —añadió el inventor.

—Está bien, papá —Nat bajó la cabeza y se retiró—. Ven, Navy, tal vez tengas hambre —murmuró y Navy fue tras él. A Don Trebejo le quedó sonando aquel nombre.

Para el inventor, el arribo de Navy le significó problemas que no previno, así que fue muy cuidadoso al dirigirse hacia él hasta tener esclarecida cada probabilidad; por eso, fue a su laboratorio en la planta baja y comenzó su investigación cuanto antes.

Estando en la cocina, Nat tomó algunos productos del refrigerador y se los ofreció a su compañero, quien miraba de cerca cada uno; no sobró que el chico advirtiera que comiera o bebiera lo que probara.

—No quiero que rompas nada aquí ni que ensucies el piso o el mesón, tengo suficiente con la reprimenda de hace rato, ¿entendiste? —añadió al ver cómo Navy se atosigaba de una bebida azulada y de sabor dulzón.

S.E.R.V.E.R.S. - I. Desarrollo (en revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora