Uno: Las costas Hile

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Es oportuno empezar diciendo que, aunque mí relato caiga en manos ambiciosas por una solemne historia apresurada e ideal en la que dos hombres terminan juntos, la paciencia debe estar enterrada en las uñas o no servirá de nada. Siendo lo más honesto posible, intentaré no divagar por la abrumadora sensación que somete a mi cuerpo aquel puñado de fantásticos recuerdos. Puede que me oigan llorar un poco, supongo que es normal tras pensar en que tuve que meterme en la boca de un monstruo para rescatar mi corazón. Deberían mantener el de ustedes muy cerca, porque la vida sin uno es muy triste. Mí nombre es Jeong Yunho, y esta es mi historia de amor y aventura con MinGi, mí amado MinGi.

Las costas de Hile, el santuario de las ostras, siempre fue un sitio para perderse y recolectar anécdotas de fantasía, la gente decía que era una porción de tierra inhabitada. Era una zona que atraía a miles de marineros, pero no dejaba a muchos con vida. La única forma de acercarse y no encallar era con botes pequeños bien lustrados con grasa de ballena. La mayoría de hombres acostumbraba a llegar nadando desde una distancia prudencial, pero los tiburones siempre hacían un festín. Alguno que otro humano habrá llegado, pero la prueba de fuego siempre estaba bajo el agua, ese bien preciado escondido bajo veinte o treinta metros de tierra marina, no había pulmón que aguante. Lo que una sola perla de ostra podía hacer por ti era magnífico, pero costaba demasiado.

Cuando cumplí veinte años le dije a mí padre que deseaba tener una perla de esas, pero él rompió mi sueño sin siquiera tocarme, solo tuvo que mostrarme su inexistente pierna y su andar en muletas gastadas. Era todo lo que necesitaba, el shock vivo de lo que le pasaría si me iba. Lo medité por una año, juro que quise sacar la idea de mi mente, pero en el fondo de mí joven alma creía que era tan valiente como cualquier marinero y podía traer un destino diferente para toda mí familia. Comencé a construir mi propio bote, no para los fines de mí cabeza, pero sí para entrar en el trabajo de mí familia, era un trabajo que me obligaba, no tenía más opción que trabajar en ello. Éramos poco aclamados, pero no sé si los peores navíos eran los nuestros; era poco dinero, y yo estaba seguro de que podía traer más. Yo podía nadar o remar hasta las costas de Hile y sumergirme por una perla, entonces mi vida habría estado resuelta en un parpadeo, y podría tener tiempo libre para explorar, conocer nuevos amigos y hacer cosas de jóvenes de mí edad.

Siempre he pensado que los sueños de un joven no deberían destruirse a la ligera, aunque tampoco deberían ser alimentados por narraciones exorbitantes. Yo tuve dos opciones aquella vez: seguir la negativa justificada de mí padre y quedarme a ayudarlo para un bien común o perseguir mí deseo individual de aventura y superación. Las costas de Hile quedaban a un día de viaje, y yo me lancé casi a la media tarde para llegar con luz a mí objetivo, recuerdo que mi padre intentó detenerme, me lanzó un arpón, mí propio padre me lanzó un arpón... no me dio, ni a la embarcación, su condición le hizo perder el equilibrio y me gritó tan fuerte que casi me arrepiento. Lo observé mientras la corriente me alejaba de la isla en la que vivía dudando por primera vez desde que alimenté la idea de zarpar.

Yo no pensaba en los peligros del mar, no era la primera vez que salía solo, aunque no había hecho un viaje de un día. Crean o no, muy en el fondo comprendí porqué mí padre me lanzó el arpón, él estaba dispuesto a hundirme sabiendo que podría rescatarme si algo me pasaba. Y aún sabiendo eso, fui por encima de la sabiduría de un adulto, creyendo que iría a buscar esa perla y regresaría sin ningún rasguño. Pensaba que, a pesar de que mí padre estaría enfadado, mí hermano y mí madre ayudarían en todo y mí ausencia no sería notoria siendo olvidada tras llevar fortuna. Fui alimentando esos pensamientos para calmar el miedo que la noche comenzó a darme, solo habían pasado unas horas meciéndome en ese bote con la luz de la luna a lo lejos, y estaba muriendo por estar de regreso con mí tesoro.

Había muchas historias dando vueltas en las noches de familia sobre las costas de Hile, en boca de marineros ajenos a la isla e incluso mí propio padre. Yo las creía, por supuesto, pero me preguntaba si habría una forma distinta de llegar al mismo objetivo. ¿Necesariamente tenía que morir o perder una extremidad? ¿Eran aguas tan peligrosas? Quizás había algo que estaban haciendo mal, y yo creía que podía cambiarlo, pero no podría hacerlo desde la comodidad de mí hogar, tallando la madera bajo el sol y pescando con red en las cercanías. Tenía que comprobar por mis propios medios lo que mí mente fantaseaba. Podría ser yo un vencedor, renombrado por todos como uno de esos hombres que logró volver con una perla a casa.

Fui armado con pocas cosas; grasa de ballena para evitar la humedad del barco y tener luz, un arpón, red, comida, agua; un cuchillo y, por supuesto, mí brújula. Podría haber llevado algo más pero el peso me habría tirado al mar. Siendo honesto, el bote que yo mismo hice, no sé comparaba con la mano de obra de mí padre, pero estaba cerca. Después de todo, en mí mente, solo iba a demorar dos días, podría aguantar. Navegar de noche fue una experiencia extraña, la oscuridad siempre ha sido algo de temer, sentirse tranquilo en ella es una valentía que, mi yo de aquellos años tenía a flor de piel. Pienso que ser valiente, tan valiente como me creía, a veces nos orilla a un peligro que, roba nuestra inteligencia.

Creo que ni siquiera dormí, o lo hice muy poco cuidando no invertir las indicaciones de la precaria brújula que llevaba. Cuando llegué a las costas, sentí una terrible sensación en mí abdomen, tanto que imaginé que podría requerir de un baño. Estaba confundido ante la sensación de estar donde estaba, ileso, sin enemigos y la idea de que todo iba a cambiar en cualquier momento. No mentiré, cualquier sombra en el agua tenía aleta de tiburón y mí arpón no estaba muy lejos de mí mano dominante. De todos modos, siempre mantuve mí postura con los hombros en alto, había llegado hasta allí y no podía acobardarme. Tenía miedo, un tipo de miedo que no atrevía a decir en voz alta, ni siquiera a pensar.

Cuánto remé aquel día, me hice ampollas en las manos, y cuando me vi inmerso en el medio de las famosas aguas infestadas de tiburones y rocas afiladas que hunden los barcos, pensé que me había equivocado de sitio, ya que no era como lo habían descrito... era una isla que a sus anchas se veía pequeña, y las costas chocaban en una playa de arenas doradas que reflejaban el sol. No era la gran cosa, me sentí tan desilusionado, me pregunté en dónde estaban los picos filosos de las laderas de las montañas, los naufragios, los cadáveres en las orillas y los temibles tiburones de cabeza repleta de dientes sedientos de sangre. No quería que me atacaran, lo saben, pero estaba tan inundado de historias que sentí que me habían timado.

Eso fue lo que me hizo llegar hasta tierra, sin contar que estaba cansado y necesitaba cerrar los ojos a sabiendas de que no perdería el rumbo. Mientras llegaba, divisé algo a lo lejos, cerca de una palmera, algo que se movía errático. No podía ver bien lo que era, quizás algún mono o animal lánguido no descubierto. Cuánto más me acercaba y comenzaba a escuchar las aves, me daba cuenta de que no era ni lo uno ni lo otro, era un joven bronceado con el cabello rizado y enmarañado. Me sentí levemente emocionado, ya que por sus ropas rasgadas, no parecía ser alguien que acabara de llegar. Aseguré mí bote, guardé mí cuchillo en el bolsillo y caminé hacia él, le llamé la atención sin medir consecuencias, y él, al verme, dejó lo que parecía ser su incesante búsqueda entre las plantas alrededor de la palmera.

«Hola, soy Yunho. Nada interesante por aquí, eh»

Pero él ni siquiera me respondió, pude verlo más de cerca, estaba en un momento de vida poco amable, lo asumí por su delgadez y marcadas costillas. Sus labios gruesos estaban secos y pálidos, y aún así pensé que era lo más interesante en esa costa hasta el momento. Él siguió en lo suyo, no recuerdo si saltaba o agitaba el tronco del árbol, solo sé que un coco cayó y vibró cerca de mis pies. Quise agarrarlo para dárselo, pensando en que tal vez podríamos ser amigos y así no tener que zambullirme solo a buscar las ostras, pero él se molestó de un momento a otro, solo me empujó sacándome el coco y colando sus largos dedos en mí bolsillo; robando mí cuchillo que brillaba sobresaliente para salir a correr. Yo no hubiera peleado por un cuchillo, pero enredado a la empuñadura iba mí brújula, y no podía perderla.

«¡Espera! No te vayas»

Si el único problema de aquel día hubiera sido solo que ese isleño se llevara mí brújula, supongo que me faltaría una lección que aprender, pero entonces sonaron aquellos cuernos en las lejanías, como bramidos de un mar. Yo pude ver el barco y la flamante calavera en la vela, pude ver cómo mi travesía recién estaba por comenzar y los peligros que habían estado ausentes tomaban formas inimaginables.

Dentro del Kraken [YunGi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora