Cuatro: Sin retorno

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I

Recuerdo perfectamente haberlo empujado. El cayó sentado con una expresión distinta, creo que vaciló entre desconcierto y enfado, no lo conocía de nada, pero creo que eso fue enfado. Inmediatamente arremetió contra mí, no creía que fuera posible caer otra vez en la misma trampa; robó mi cuchillo y salió corriendo, perdiéndose nuevamente en aquellas enormes hojas verdes... y si, mi primer impulso fue seguirlo. Sin embargo, no estaba en ventaja como la primera vez, con el tiempo, mi cuerpo se sentía más cansado, mi brazo entero se desvanecía con la mínima brisa y mis pulmones se ahogaban en el mismo humo que desprendía, no me permitía respirar.

Recuerdo haberme arrastrado un par de metros antes de finalmente caer, mi boca se llenó de polvo, mastiqué esa blanda tierra mezclada con arena hasta que escuché a mis dientes crujir. Mi espíritu deseaba seguir, «Yunho, levántate», me decía, pero no fue posible. Me quedé acostado en el suelo pensando en que esa podría ser la muerte más triste: mi padre estaba defraudado, mi madre posiblemente se había quebrado y mi pequeño hermano... a mi pequeño hermano le rompí su ilusión, era un héroe y terminé siendo un mentiroso. Mientras la noche me arropó, pensé en las cosas que hice, pero sobre todo, en esas que no pude hacer. Llegué a escuchar el romper de las olas sobre las costas. «No es tan malo después de todo», pensé mientras tosía y la debilidad de mi cuerpo me obligaba a dormir.

Siendo honesto, nunca pensé en despertar. Las olas fueron mi mortaja, me dejé ir resignado, pero desperté en el mismo lugar, en la misma posición; vulnerable. Seguía vivo y humeante como un trozo de pescado olvidado en una fogata. El sol había salido, y a juzgar por las sombras de los árboles, no estábamos cerca del almuerzo. Un dulce aroma llegó a mi nariz, me abrió el apetito e intenté incorporarme, pero me sentía entumecido. Ni mis piernas ni mis brazos respondieron a lo que quería hacer, me costó demasiado levantar la cabeza, fue entonces que  delante de mí pude ver un cuenco tallado a mano, allí había una de esas grandes hojas y encima de ella estaba la fuente del dulce olor: fruta picada. Tragué saliva, estaba demasiado hambriento como para pensar con claridad. Era irracional, no había pasado mucho desde mí último bocado, lo sentía desproporcionado. Quería comerlo todo sin importar sí era bueno o malo, podría ser solo una ilusión y yo me lo habría devorado.

Me estiré cuánto pude, lentamente mi cuerpo comenzó a calentarse, y a pesar de mi nata debilidad, logré acercarme a ese delicioso manjar enterrando mi cara como un loco, como cuando era niño y mi madre apoyaba en la mesa la leche junto a aquellos dulces caseros que se encargaba de preparar con antelación, me sabía a eso: al amor de mamá. Tras haberme saciado me percaté de que los trozos que había tirado fuera estaban perfectamente cortados; cubos, cubos perfectos, y entonces, también descubrí un coco a la mitad en donde los rayos del sol hacían destellos. Sin dudarlo me lancé y bebí, era el agua más fresca que haya probado jamás o eso me parecía, estaba complacido. Bebí hasta la última gota y luego de un tiempo habiendo llenado mi estómago, mi cerebro me puso alerta.

Tardíamente comencé a dudar, podría estar lleno de veneno, estiércol o restos contaminados. Escupí el resto de esas frutas que estaban entre mis dientes como si realmente el imaginario de mí mente las hubiera convertido en lo que temía. Fue instantáneo, mi cuerpo se llenó de energía y pude pararme al fin para observar hacia todas direcciones, pero no había nadie, al menos yo no podía verlo por el humo que me enceguecía. De nuevo quise ir por él, era la única persona que pudo haberme dejado esa ofrenda, no estaba dispuesto a que me viera morir sin antes hacer algo. Así que, caminé siguiendo huellas levemente borradas con intención, él no deseaba que yo lo descubriera, pero yo sabía perfectamente que lo iba a encontrar.

Sobre rastreo no sabía demasiado, he de decir que nunca había ido muy lejos de los barcos de mi padre, pero había aprendido algo jugando con los jóvenes de la isla en los días de festividades cuando escondían a los jabalíes. Aquello era divertido, se formaban grupos de cinco integrantes, partíamos desde el puerto con un par de sogas, cuchillos y agua. Los animales no eran puramente salvajes, pero no dejaban de ser peligrosos, por lo que corretearlos dejaba a más de uno con alguna herida. Seguíamos dos pistas: el rastro que dejaba el humano que los llevaba y posteriormente, las huellas del jabalí. Nunca encontré uno por mí cuenta, llegaba en tercer o cuarto lugar avispado por otros. Aun así, aquella mañana en Hile tuve un buen presentimiento.

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⏰ Última actualización: May 22, 2022 ⏰

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