2. Lo de siempre

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— De momento, bien. No te preocupes. Igual que ayer y que anteayer.

Mira, quiero muchísimo a mis padres, pero lo pesados que pueden llegar a ponerse no es ni medio normal. No sé qué novedad esperan que les cuente, si desde que llegué a esta ciudad todos los días han sido iguales. Y no es que me queje, a ver, si me encanta mi carrera, el sitio es bonito y mis compañeras de piso son muy majas... Es solo que no hay ninguna novedad. A partir de los primeros días, cuando ya tienes todo en casa y en su sitio y ya te has hecho al camino a los sitios, ya está. Que soy la primera que quisiera irse por ahí a explorar y visitar la capital, conocer a gente, irme de fiesta... Pero no tengo tiempo. Voy del curro al cole y del cole a casa, y en casa no paro hasta que me meto en la cama temprano para madrugar y volver al curro. Es que no, no me da.

— Pero hija, al menos tómate el sábado para ti. No puedes ir así por la vida o te quedarás calva — me insiste papá.

— No me lo puede permitir y lo sabes — le respondo como de costumbre. Sueno cansada.

— Sam... Eres una cabezona. Estoy... Estamos orgullosísimos de ti, pero va en serio. No te olvides de descansar un poco. Es tu primera vez en la capital. ¡Aprovecha!

— Bueno.

Sonrío un poco. Me gusta escuchar eso. Serán cansinos, pero los adoro. No estaría aquí si no fuera por ellos, después de todo.

— Ya estoy llegando a casa. Mañana os llamo, ¿Vale? 

— Muy bien, cariño — esta vez es mi madre la que contesta. Por cómo suena su voz, sé que ella también está sonriendo —. Cuídate. Te queremos.

— Y yo a vosotros.

Me separo el teléfono de la oreja y cuelgo la llamada. Me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta, suspiro y miro a mi alrededor.

El cielo ya se ha teñido de rosa y naranja, y la sombra de los árboles del parque se difumina entre la tierra, los arbustos y los adoquines que marcan la fronterilla entre la zona de los chiquillos y el camino que me lleva al piso donde me espera una montaña de trabajo. Crean un bonito estampado que lo baña todo con las últimas luces del día. Y, como cada día, también reposan sobre ella y su libreta. Desde la segunda o tercera vez que la vi ahí sentadita me fijo en ella con curiosidad. Me empiezo a preguntar si la instalaron en ese banco al mismo tiempo que instalaron el tobogán y los columpios. No voy a negar la curiosidad que me da. ¿Cuánto tiempo llevará ahí sentada? ¿Qué hará en esa libreta? ¿Vendrá también los fines de semana y festivos? ¿Estar ahí es su trabajo? No es normal encontrar una estatua humana a estas horas todos los días. Si no fuera porque se cambia de ropa cada día y me mira cuando paso, realmente pensaría que es una estatua. Siempre se sienta de la misma forma, con los pies sobre el banco y doblando las rodillas para apoyar el cuaderno en sus muslos.

Pero por mucha curiosidad que tenga, lo que no tengo es tiempo, así que me vuelvo a colocar los auriculares y aprieto el paso hacia casa.

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2022 ⏰

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