1. Rutina

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Me gusta la rutina. Me gusta saber qué es lo que va a pasar y cuándo. Es un espacio seguro dentro del tiempo. Sara dice que es algo aburrido (como yo, según ella), pero no lo veo así. Siempre hay algo que hacer y con qué entretenerse. Al menos, yo nunca me aburro cuando vengo aquí y me siento en el banco de piedra de siempre a la hora de siempre y me tomo el café con leche de siempre. Hay mucha gente que pasa por aquí todos los días, gente con su propia rutina a la que veo pasar haciendo que ver que no les veo aunque en realidad los reconozca. Sara dice que doy mal rollo, pero tampoco es que me importe.

Desde mi banco, justo delante de los columpios y de los toboganes, todos los días veo primero a los niños que llegan con sus madres tras salir de las extraescolares. Las madres se sientan en el banco de al lado mientras los nenes juegan. Al rato, suele pasar el señor empresario de camino a la estación, que queda a mano izquierda del paseo. Siempre anda deprisa y estresado, y la mayoría de veces va hablando por teléfono. En su cara se nota el esfuerzo sobrenatural que hace por mantener la compostura y la voz tranquila. En él me fijé para aprender a dibujar trajes, de hecho. Más tarde llegan los chavales de instituto, cuando se han ido ya los pequeños, y ocupan los columpios para liarse a comer pipas y fumar tranquilamente. Su estilo es interesante. Visten gorras y chándales, depende de la estación crop-tops o sudaderas, y las camisetas anchas y de deporte parecen estar a la orden del día. Además de eso, siempre hay marujeo en ese grupito, como por ejemplo el del chaval que lleva tiempo detrás de una de las chicas y, aunque creo que es recíproco, ella no parece atreverse todavía. Son muy monos.

Todo tipo de gente pasa por el paseo todos los días. La señora con su chihuahua, Mitsi, las estudiantes de segundo de medicina con su estilo campestre tan adorable, la señora que parece venir del trabajo, siempre seria y silenciosa, y esa chica, la nueva. Solo hace unas semanas que la veo pasar, siempre a la misma hora. Viene de la estación al atardecer con una mochila negra, cuando solo me queda el final del café que ya se me ha enfriado. Su estilo me fascina. Siempre lleva ropa ancha y desenfadada y las mismas Converse desgastadas. El pelo liso y corto, a menudo recogido en un moño o una coleta hechas con rapidez, le da un aire descuidado pero atractivo, natural. A veces lleva pantalones cargo con cadenas y suele caminar con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta Bomber de color caqui que le va al menos dos o tres tallas grande. Solo hace unas semanas que la veo pasar, pero ya la he dibujado un montón de veces. Juraría que alguna vez me ha mirado de reojo, pero no lo sé, no estoy segura. 

Me pregunto si toda esta gente será tan consciente de mí como yo lo soy de ellos.

Tres preguntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora