¿Alguna vez has tenido un sueño absurdo y al despertarte has dudado si había ocurrido?
A mí me pasó hace unos días. Soñé que era un pequeño gorrión dispuesto a sobrevolar el mundo y visitar los cinco continentes.
El sueño fue tan maravilloso, y yo me desperté tan aturdido, que no quise permitirme el lujo de devolver mi mente a la vida cotidiana de tan aburridas rutinas.
Desde que levanté mi cuerpo del nido algo no parecía encajar.
Mi refugio no era de hierba, ramas y plumas. En su lugar, había un cómodo colchón y unas sábanas aterciopeladas.
Por si fuera poco, estaba atrapado en una gran jaula. Rodeado de muros y aberturas de cristal donde asomaba la luz del día. No se parecía absolutamente en nada al último lugar que recordaba haber estado: Un hermoso paraje idílico donde rebuscar mis larvas de gusanos.
Algo debió apresarme pillándome desprevenido y llevarme hasta este lugar tan tenebroso y aislado. Estoy seguro.
Cuando logré abandonar la extraña estancia, llena de ventanas cercadas con fuertes barrotes negros, fui en busca de algo de comida.
Lo peor estaba a punto de llegar.
Encontré un cartón de leche, un poco de zumo de naranja y unos pasteles.
¿Dónde estaban mis semillas de girasol y malezas favoritas?
Rebusqué y rebusqué hasta encontrar algo que echarme al pico. Maíz, avena, trigo y un poco de agua. Degustando tan sabroso manjar para mis sentidos descubrí que en algún momento había olvidado que no me gustaba nada lo que estaba comiendo. Tampoco mis semillas. Era omnívoro, pero me iban más los bichos que las hierbas.
Intenté quejarme, y pronuncié palabras, pero no entendí nada de lo que logré decir y tampoco me escuchó nadie. No sirvió de mucho.
Sin salir de mi asombro, logré otra proeza: conseguí abrir una de las pesadas ventanas. Y, aunque repetí la acción una y otra vez, no pude salir. No cabía entre las rejas de esa prisión. Debí crecer de repente por culpa de los insectos de la noche anterior. Comí como si no hubiera un mañana y ahora pagaba las consecuencias de semejante festín.
Miré mis extremidades y no encontré plumas. Me había quedado calvo. Era increíble. Mi piel, como un pollo asado sin chamuscar. Daba pena verme. Alguien se divirtió arrancando mi hermoso plumaje. Seguro.
Alcé el vuelo pero fue inútil. No logré despegar mi cuerpo del suelo. Mis alas ya no eran lo mismo. Además, a mí lo que me daba fuerza eran los sabrosos gusanos. Necesitaba una ayudita. Un pequeño empujón.
Gracias a un agujero enorme en la pared a la que llamaban puerta, abierta de par en par, llegué al jardín, donde pude ver el despejado cielo azul. Los rayos de sol rozaban mi cara desplumada con una delicadeza abrumadora. Justo lo que más anhelaba. La temperatura era perfecta para alzar el vuelo.
Tras numerosos intentos, me alcé y hasta salté de forma desmesurada mientras agitaba mis extremidades sin alas, pero no alcancé mi propósito.
Allí, encontré un columpio. Acomodé mi cuerpo casi marchitado de ave sobre el asiento, regocijándome en mi placer. Me balanceé y sentí que volaba pero estaba claro que faltaba algo.
Contemplando las alturas, se me ocurrió una idea estupenda: subir a un avión.
Eso sí que es volar...
Medité, alargando mi ensueño y viendo la vida pasar.
Me creí pájaro pero no lo era, más, por muy diferente que fuera podía hacer grandes cosas, pues, aún sin saberlo, podía volar.
Kira Bodeguero
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Reflexiones de una lunática © #PGP2022
Krótkie OpowiadaniaSi eres un paranoico que piensa demasiado como para ser comprendido, este pequeño rincón es nuestro. #CopaFexis2022 🏆#2 categoría One shot en los #twentyawards de la Editorial @twenty2021 NO SE ACEPTAN ADAPTACIONES ⚠️ NOVELA PROTEGIDA POR DERECHOS...