Una bandada de lechuzas

1.1K 61 28
                                    

Sin rodeos empezaron la lectura del siguiente capitulo. La profesora Sprout tenía un tono amable completamente opuesto a como Harry recuerda los gritos de sus tíos, pero tal vez así la gente no exagere y se desvíe del tema de Voldemort.

Una bandada de lechuzas

¿QUÉ? —preguntó Harry sin comprender.

—¡Se ha marchado! —dijo la señora Figg, retorciéndose las manos—. ¡Ha ido a ver a no sé quién por un asunto de un lote de calderos robados! ¡Ya le dije que iba a desollarlo vivo si se marchaba, y mira! ¡Dementores! ¡Suerte que informé del caso al señor Tibbles! Pero ¡no hay tiempo que perder! ¡Corre, tienes que volver a tu casa! ¡Oh, los problemas que va a causar esto! ¡Voy a matarlo!

—Pero... —La revelación de que su chiflada vecina, obsesionada con los gatos, sabía qué eran los dementores supuso para Harry una conmoción casi tan grande como encontrarse a dos de ellos en el callejón—. ¿Usted es...? ¿Usted es bruja?

—Soy una squib, como Mundungus sabe muy bien, así que ¿Cómo demonios iba a ayudarte para que te defendieras de unos dementores? Te ha dejado completamente desprotegido, cuando yo le advertí...

—¿Ese tal Mundungus ha estado siguiéndome? Un momento..., ¡era él! ¡Él se desapareció delante de mi casa!

—Sí, sí, sí, pero por fortuna yo había apostado al señor Tibbles debajo de un coche, por si acaso, y el señor Tibbles vino a avisarme, pero cuando llegué a tu casa ya no estabas, y ahora... ¡Oh! ¿Qué dirá Dumbledore? ¡Eh, tú! —le gritó a Dudley, que estaba tumbado en el suelo del callejón en posición supina —. ¡Levanta tu gordo trasero del suelo, rápido!

Debería de agradecerle la próxima vez que la vea. El Harry mayor nunca la había vuelto a ver, pues nunca había puesto otro pie en aquel viejo vecindario donde su infancia tuvo lugar.

Tal vez era hora de dar las gracias, después de todo, ella fue la única que tuvo la decencia de decirle algo, incluso si le había mentido toda su vida.

—¿Usted conoce a Dumbledore? —preguntó Harry, mirando fijamente a la señora Figg.

—Pues claro que conozco a Dumbledore. ¿Quién no conoce a Dumbledore? Pero vámonos ya porque no voy a poder ayudarte si vuelven; nunca he transformado ni siquiera una bolsita de té.

La señora Figg se inclinó, agarró uno de los inmensos brazos de Dudley con sus apergaminadas manos y tiró de él.

—¡Levántate, zoquete! ¡Levántate!

Pero Dudley o no podía o no quería moverse, así que permaneció en el suelo, tembloroso y pálido como la cera, con los labios muy apretados.

—Ya me encargo yo —dijo Harry, que cogió a Dudley por el brazo y dio un tirón.

"Eres demasiado noble Harry. Yo lo habría dejado ahí tirado" le dijo Ginny

"Sabes que eso no es cierto. Eres demasiado buena para bajarte a su nivel" le contestó él.

Y era cierto, ella no dejaría a nadie así, pero de todas maneras, era lindo fantasear con hacerle daño a quienes le causaban dolor a Harry.

Haciendo un gran esfuerzo consiguió ponerlo de pie. Parecía que su primo estaba a punto de desmayarse. Sus diminutos ojos giraban en sus órbitas y tenía la cara cubierta de sudor; en cuanto Harry lo soltó, Dudley se tambaleó peligrosamente.

—¡Deprisa! —insistió la señora Figg histérica.

Harry se colocó uno de los enormes brazos de Dudley sobre los hombros y lo arrastró hacia la calle, encorvándose un poco bajo su peso. La señora Figg iba dando tumbos delante de ellos, y al llegar a la esquina asomó la cabeza, nerviosa, y miró hacia la calle.

Salvando a Harry: leyendo su historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora