Cinco

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Mario Götze sonrío con simpatía. Por primera vez en mucho tiempo se sentía a gusto con su compañero de equipo, Robert Lewandoski, a quién estaba acostumbrado a tratarlo con cierta distancia.

—La fiesta estuvo grandiosa. —dijo, refiriéndose a la celebración realizada días atrás.

—Me pareció lo de siempre, muy al estilo de Mats. —sonrío el alemán, observando la vista que regalaba el balcón.

—Sin duda alguna. Pensé, sinceramente, que no iba a invitarme. Después de lo que sucedió entre su esposa y yo... —sonrío Robert, sin vergüenza alguna.

—Tú sólo te fijas en mujeres ajenas. —dijo con gracia.

—Lo sé —reconoció, junto a una sonrisa lobuna—. Cambiando de tema, tenías que ver a la chica que llevó Marco...¡Que mujer! 

—¿Hablas de Katherine, no?

—¿Así se llamaba? Wow, hasta su nombre es encantador. —río, seguido por el alemán.

—Es otra de las nuevas conquistas de Marco. —se encogió de hombros, restándole importancia.

—Pensé que había tenido suficiente con la rubia portuguesa, ¿Maria se llamaba?

—Sí, yo también pensé lo mismo. Pero esta chica, Katherine, es hermosa. Marco tiene mucha suerte.

—Me extraña, Mario Götze, porque tú eres cien por ciento fiel a tu novia.

Mario volteó a verlo y luego miró hacia atrás, sintiéndose aliviado de que su novia no estuviese cerca de él.

Y no es como si lo estuviese siempre, Ann Kathrin era tan fría y egoísta como su rostro lo expresaba. Convivían juntos sólo porque sí, no porque realmente quisiesen que fuera así. Su relación sólo se basaba en sexo, y ambos estaban conscientes de ello, pero ninguno de los dos cortaban de raíz su casi inexistente lazo, que seguía uniéndolos después de dos años.

Más de una vez había pensado en pedirle matrimonio, sería perfecto para aumentar su popularidad, estarían en todas las portadas de deporte y moda, alcanzarían la cima de la fama.

Pero sabía que al final del día, luego de una difícil jornada, sólo tendría a una mujer que a la hora de dormir le daría la espalda, peleas constantes, infidelidades y un matrimonio convertido en un verdadero desastre.

—Mario, ¿donde estás?

—Aquí estoy. —respondió, todavía distraído.

—Tu teléfono ha sonado como el infierno, estoy a punto de estrellarlo contra el suelo.

Mario forzó una risa, sus pensamientos lo habían llevado esta vez más lejos de lo que le hubiese gustado. Atrajo su teléfono y revisó las tres llamadas perdidas pertenecientes al extravagante número de Marco.

—Es Marco. —le avisó a Robert, aunque no fuera de su incumbencia.

—Quizás viene para acá, ojala traiga a esa tal Katherine. —sonrió con malicia.

—No seas pervertido. —dijo, mientras marcaba el número telefónico de su mejor amigo.

—No lo estoy siendo, sólo que ella es agradable a la vista, o niegalo, para afirmar mis sospechas de que eres gay.

—Cierra la boca, imbécil. —exclamó, mientras se colaba un tono ofendido en sus palabras— Hey, hermano, ¿para qué me llamabas?

Quería saber si podía pasarme por tu casa, estoy cerca. Y no, no acepto un no por respuesta. —respondió Marco, con su característico tono grave.

Red de Mentiras | Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora