Dos

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Katherine Schubert caminaba con prisa sobre las pobladas calles de Dortmund. Evitaba empujar a las personas que pasaban enfrente de ella, pero sus nervios podían más que ella misma. Iba a ser su primera semana de trabajo, y sin duda quería dar una buena impresión.

Por esa misma razón, lucía unos hermosos zapatos negros que acribillaban la planta de sus pies con cada paso que daban, su ondulado cabello recogido en una coleta y un maquillaje ligero. Después de todo, no quería que pensaran que ella era la típica trabajadora vaga ya que tenía ciertos privilegios, como ser sobrina del dueño de la empresa.

Últimamente, la empresa de su tío iba en picada. Poco a poco las acciones bajaban estrepitosamente, sin embargo, por lo que le había escuchado al cuarentón, ningún empleado estaba al tanto de dicha información tan relevante, así que para todo el mundo, la empresa Schubert-Wasser seguía siendo la misma que fundó su tío hacía dieciocho años.

Caminaba distraída, mirando los diferentes locales a su alrededor. Los cafés, las tiendas de ropa importada, las jugueterías y librerías.

Y de un segundo a otro, se vio a sí misma en el grisáceo suelo de las aceras de Dortmund. Sintió un fuerte dolor recorrer toda su anatomía, y de pronto levantarse se sentía imposible. Sus rodillas dolían como el infierno, y su coxis no estaba partido en millones de pedazos de milagro.

Sus ojos se cerraron en el instante que una anatomía cubrió el sol que le llegaba justo en el rostro, cosa que agradeció para sus adentros. Imaginó que aquella había sido la persona causante de su pequeño —pero doloroso— accidente. Se removió incómoda para poder llamar más la atención de la persona, sin embargo, ésta no hizo nada más que observarla fijamente.

—¿No crees que debes ayudarme?

La persona se acercó más a ella, e imaginó que se había puesto en cuclillas ya que podía notar como su altura había disminuido rápidamente.

No podía observar su rostro, pero deseaba poder hacerlo de una vez por todas. Sabía que era un hombre, ya que había sentido un duro pecho unos segundos antes de encontrarse en el suelo. Intentó enfocar más su vista, sin embargo, el rostro desconocido seguía siendo negro.

—Hey, ¿qué esperas? Todo el mundo está mirándote.

Escuchó su voz ronca, que reconoció al instante. Lo había visto hablar repetidas veces en el canal de deportes favorito de su padre, y en los vídeos que su tío solía mostrarle.

Mientras trataba de levantarse, las personas alrededor miraban disimuladamente, aunque otras no podían evitar voltear a ver a la chica que estaba junto a Marco Reus. Se sintió muy incómoda mientras se sacudía su falda negra y tomaba su maletín abierto de par a par, dejando volar los pocos papeles que guardaba ahí dentro. Guardaba con rapidez las hojas, todo bajo la atenta mirada del hombre enfrente de sí.

Nerviosa, se levantó y por primera vez pudo ver los ojos verdosos de la persona que siempre hablaba su tío. Recordó la vez que fue a verlo en el Signal Iduna Park en las primeras fechas de la Bundesliga,cerca de Agosto del pasado año.

Había cambiado mucho en ese tiempo, pensó mientras analizaba cada pequeña imperfección de su rostro. Él sólo la observaba extrañado, sin decir ni una sola palabra. Ambos coincidieron sin saberlo en el mismo pensamiento: «que incómodo».

Katherine pensó en decir algo, sin embargo, cuando volvió a fijar su mirada en el rubio, notó que miraba descaradamente el escote que se había formado por accidente en la camisa blanca que sin dudarlo había estropeado.

—Cariño, mis ojos están aquí arriba. —dijo, llamando su inmediata atención.

Sus pequeños pero rosados labios se curvaron en una sonrisa pícara, mientras subía su mirada de nuevo a sus ojos. Parecía acostumbrado a ese tipo de situaciones.

—Tranquila, liebe. No volveré a mirarte. —dijo con un tono relajado, volviendo a posar sus lentes negros en sus ojos.

—Eres un idiota. —lo miró indignada— Me largo.

Sabía que era una táctica infalible para llamar la inmediata atención de un hombre, así que Katherine sonreía mientras avanzaba por las ya solitarias calles, esperando a que en algún momento la llamase.

—Hey, hey. Espera. —escuchó sus zancadas— No me dijiste tu nombre.

Katherine sonrió, con inocencia.

—Katherine Schubert, mucho gusto. Sé que eres Marco Reus, no tienes que decírmelo.

—El mismo, liebe.

Lo observó durante unos segundos más, y cuando sintió que ya era suficiente el intercambio de miradas, sus pies volvieron a caminar por décima quinta vez.

—No tienes que irte caminando. Puedo llevarte.

—No hace falta. Además, vienes caminando.

—Negativo, liebe. Mi auto está estacionado cerca de aquí. Si me esperas puedo llevarte. —agitó las llaves de su auto, y luego la señaló— No te vayas.

Y antes de que pudiera contestarle, el rubio corrió en sentido contrario al de ella, perdiéndose de su campo visual en menos tiempo del que esperó. Se sentó mientras observaba con rabia su camisa rota —que era su favorita—, su falda un poco sucia y su costoso maletín, que después de tantos años de uso se podía predecir su fin.

En aproximadamente cinco minutos, un automóvil de último modelo se estacionó —o eso pensaba— enfrente de ella. Se levantó mientras caminaba hacia el elegante automóvil.

Una vez adentro, notó al instante el aroma de un costoso perfume, que si estaba en lo cierto, era de Hugo Boss. Miró con curiosidad el interior del auto, en un intento desesperado por ignorar al hombre al lado de sí.

Mientras el auto avanzaba, se dio cuenta de que estaban atascados en una de las principales —y más transitadas— avenidas de la ciudad. Suspiró, observando todos los autos que estaban delante de ellos.

—Genial. —escuchó al hombre a su lado— Y no es hora pico. —suspiró, observando la hora en su costoso reloj de mano.

Pasaron algunos minutos, en los cuales el auto avanzó varios metros más, pero no lo suficiente como para poder salir de allí de una vez por todas.

—Hey, Katherine. Hoy tengo una fiesta, ¿quisieras ir conmigo?

—¿No crees que es un poco apresurado?

—Sí. —sonrió— Pero estoy seguro que dirás que sí.

Sorprendida por su actitud, ladeó su cabeza para poder tener una mejor perspectiva del rubio. Sonrió, a pesar de su extraña —y única en el mundo— forma de ser, le caía bien. Su tío sin duda había escogido a una muy buena opción.

Y por nada del mundo se negaría. Sonriendo, aceptó.

Que suerte la que tenía.

Red de Mentiras | Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora