Dos.

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Capítulo 2.

Dejé el papel pegamento en la mesa y aventé los libros lo más lejos que pude para que la bibliotecaria pudiera guardarlos. Me dirigió una mirada irritada, pero se la devolví sacando la lengua. Rodó los ojos y se perdió en las estanterías llenas de libros musitando cuán infantil era.

—No puedo más.

—July, apenas llevamos diez minutos. —dijo Alec terminando de forrar un libro de lenguas antiguas. —además todo esto es tú culpa. A mí me parece entretenido.

—Alec, a ti todo te parece entretenido. —resoplé y empecé con la segunda ronda de libros. —hoy es la fiesta de Dalton.

—Adivina quién no va a ir. —canturreó sentado con la vista pegada en el libro.

— ¡Ssshhhht!

Un compañero de la clase de matemáticas avanzada —cuyo nombre no recordaba- y que también ayudaba a forrar libros (de manera voluntaria) nos volteó a ver hostilmente y se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio. Acomodó sus enormes gafas y volvió a lo suyo. Le hubiera sacado el dedo corazón de no ser porque Alec detuvo mi mano justo antes de enseñar mi dedo del medio. Me dio una mirada de advertencia y le señalé con el dedo al chico de manera acusatoria. Basta; movió los labios. Puse los ojos en blanco.

La fiesta de Dalton. El chico más popular —cabe mencionar que también era el más guapo, rico e irresistible- de todo el instituto. Posiblemente la mejor fiesta del año que podía darse. Llevaban meses hablando de ella, y posiblemente tardaría todo un semestre en borrarse por completo los hallazgos sucedidos allí. Demonios, en serio quería ir. Y mamá jamás lo permitiría, de ninguna manera, ahora que sabía que tenía tres semanas de detención.

Nos encaminamos hacia la salida trasera después de dos barbáricas horas de mantenimiento hacia los libros.

— ¿Entonces, qué vas a hacer? ¿Piensas convencer a tu madre?

—Ni en sueños va a dejarme ir —suspiré pesadamente y me coloqué mi gorro de lana después de abrochar los botones de mi abrigo.

Alec metió las manos en sus bolsillos y me miró con esa soñadora e inocente expresión . Sus ojos grises, el día de hoy lucían con destellos verdosos gracias al color de su suéter. Mostró su sonrisa encantadora al observar mi mueca contraída al saber que pasaría una tarde de viernes sola en casa.

—Podríamos hacer algo, Anabela me adora.

Fruncí el ceño en una mueca graciosa y de espanto a la vez que golpeaba su hombro. ¿Anabela?

— ¿Desde cuándo llamas a mi madre por su nombre?

Soltó una carcajada amistosa y doblamos en una esquina.

—Oh vamos, desde siempre. Tú madre y la mía son tan unidas que es casi una segunda madre. El club de cocina va excelente, por si lo preguntas.

—No me digas que participas en esa chorrada.

—Bueno, todos los viernes por la tarde un montón de señoras cuarentonas llegan a mi casa a compartir comida y comparar recetas con mi madre, es imposible que no conviva con ellas. —Hizo una pausa y dejé que interpretara mi silencio como una total decepción, pero siguió hablando animadamente -Por cierto, el hijo de la señora Katie va perfectamente en sus terapias.

—Eres patético, Alec.

—Tan patético que cada viernes me doy un festín que ni te imaginas. ¿Y adivina qué? Es viernes de postres. Estaría gustoso de que me acompañaras.

Cambiantes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora