Prologo

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Hacía mucho tiempo que todo parecía perdido, pero se las ingeniaron para sobrevivir

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Hacía mucho tiempo que todo parecía perdido, pero se las ingeniaron para sobrevivir. Aunque no se habían revelado desde un punto terrorífico e inseguro, aquello fue el infierno para la mayoría y quizás la fase más cercana a lo que se llegó a conocer como el fin. Esa parte perdida del tiempo se transformó en una laguna de lo conocido, pero el pasado siguió siendo la misma ancla que detenía el barco y que a todos enlazaba. Para entender esta historia, debemos escuchar al silencio y comenzar con el futuro: aquel horizonte de colores alternos y videos borrosos, con pieles transparentes que cambiaban.

La fase nocturna ya había caído, evocando la memoria de generaciones pasadas cuando aún la llamaban medianoche. Las épocas transcurrían con fervor, como el polvo dictando los minutos de un reloj de arena. Sin embargo, los terrestres se habían acostumbrado a esta evolución distante de todo lo conocido, un cambio que les ayudaba a olvidar la marcada tragedia que dejó atrás su planeta anterior. La fase nocturna no era muy diferente a la diurna; los colores se oscurecían ligeramente, y algunas plantas o flores se cerraban en un acto de dormir que hacía sentir a los terrestres un poco más relajados, alejándolos de las sombras de su pasado. Los días, por su parte, subían de tono, las plantas se abrían, y el pasto se mecía con el viento. Esta era su forma de distinguir las fases, además de la cronología temporal que los terrestres trajeron consigo. Pero este relato no trata de eso. Como una vez ocurrió en la Tierra, viajaremos a un lugar dominado por la lengua vieja y ahora escasa: el español, para conocer a nuestra futura e inexistente narradora.

Síane estaba preparando tres tazas celestes de chocolate caliente para sus preciosas y delicadas hijas. En este siglo, tras el primer eclipse que los terrestres vivieron en su nuevo planeta, el invierno había sido cruel, similar a los primeros años de adaptación. También era difícil distinguir los cambios. Las pequeñas necesitaban calor para no enfermar, ya que sus sistemas, poco comunes, requerían cuidados especiales. Todas las noches enviaban indirectas entre inocentes bromas para que su madre les preparara el exquisito chocolate casero de Mamá Inés, que en su época les había salvado económicamente.

—¡Mami Sí, mami Sí, mami Sí! —llamó una de ellas entrando descalza en la cocina mientras saltaba emocionada.

No era extraño para Síane que las niñas se emocionaran hasta por el aire que corría entre las rendijas o porque los gatos golpearan las calaminas del techo. Sin embargo, al notar que uno de los tirantes de su hija no estaba bien ajustado y dejaba una parte de su pecho al descubierto, frunció el ceño, olvidando la risa que acompañaba a esos recuerdos.

—Perdón, mami Sí —dijo la niña con una voz aguda y baja, quedándose quieta mientras su madre ajustaba el tirante.

—¡Mami, mami! ¡Paquete, mami, paquete! —gritó la pequeña emocionada, señalando el salón con insistencia.

Esto sí era extraño. Según la ley y los registros de protección y envío, los paquetes tardaban al menos un mes en ser fiscalizados y entregados. Además, ella no había encargado nada para esa semana. Tampoco había sonado la puerta ni se había activado el sistema de seguridad que registraba las huellas en la alfombra magnética.

—¡Lena, June y Dalia! —gritó enojada mientras dejaba las tres tazas de chocolate sobre la mesa y salía de la cocina con el ceño fruncido—. ¡No me digan que estuvieron jugando con las pistolas de energía otra vez! Ya les dije que son solo para emergencias. El mundo está demasiado destrozado como para desperdiciar nuestros recursos. ¿Cuántas veces se los he repetido?

Subió las escaleras de dos en dos para cambiarse de ropa y recostarse, pero se detuvo en seco al escuchar el susurro del viento tras ella. Un mensaje de auxilio silencioso había activado el marcador.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con tono de regaño.

El extraño, sin cambiar su expresión, giró sobre su talón cruzando los brazos. Las niñas subieron corriendo las escaleras hacia el cuarto de June, donde habían armado un viejo juego de Call of Duty 2020 con piezas recuperadas de los escombros. Pero Síane ignoró esto. Su atención se centró en el paquete sin registro que había llegado a su puerta. Al abrirlo, descubrió las respuestas que tanto temía y anhelaba. Su corazón latía con fuerza mientras lágrimas de alegría brotaban.

—Así que llegó el momento... —susurró, arrodillándose frente a la chimenea para revelar una esfera luminosa que había permanecido oculta.

—Es hora de que existas y que esta realidad entre en tu mundo —dijo al joven, mientras sostenía un libro titulado "Los Apocalípticos".

La narración apenas comenzaba, y las hijas de Síane, emocionadas, se acomodaron con sus tazas de chocolate, tarareando una melodía conocida.

—¿Estás listo? —preguntó ella.

El joven asintió, y con ello, el destino de todos comenzó a escribirse.

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⏰ Última actualización: Nov 18 ⏰

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Café después de la guerra Vol.1: Los DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora