Capítulo 2. Una vuelta por el pasado

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Las calles eran estrechas y se notaba que el pavimento llevaba años sin arreglarse, lo que complicaba el manejo de la silla de ruedas. Exhausta decidió pararse en un banco de la plaza.

No llevaba ni medio minuto descansando cuando su tía empezó con su balbuceo inteligible mientras miraba fijamente la entrada de una pastelería. Clara sabía que algo inquietaba a su tía.

—¿Qué pasa tía? ¿Quieres un pastelito? Recuerdo que cuando era niña nos comprabas uno después de misa—miró un segundo al letrero— Supongo que eran de esta misma tienda, no es cómo si hubiera muchas pastelerías en una misma plaza.

Al intentar tirar de la silla de ruedas en dirección a la tienda Emilia puso una mueca de espanto; la cual le duró apenas un segundo. Al instante abrazó a la muñeca que tenía en su regazo y sonrió a un niño que salía con una piruleta más grande que su cara. Clara entendió que aquel había sido uno de los tantos momentos en los que la mujer se desconectaba del mundo y decidió seguir con su plan. El evocar aquellos pastelitos le habían hecho la boca agua y había decidido cumplirse el antojo.

Al entrar y ver el mostrador le invadió una profunda nostalgia. Definitivamente aquel era el sitio de su niñez que recordaba.

—¡Buenos días! ¿Qué desea?

Frente a ella apareció un joven que debía tener aproximadamente su misma edad. Era alto, con ojos verdes y una sonrisa arrebatadora. Clara estaba segura que si le hubiera pillado con diez años menos se hubiera escondido detrás de su madre, sin poder hablar, muerta de la vergüenza y dispuesta a convertir a aquel chico guapo en el amor platónico del verano;pero desde la distancia. Afortunadamente ya era una mujer adulta y no era cómo si la aparición de ese hombre fuera a cerrarle el apetito.

—¡Hola! Pues verás, estaba buscando unos pastelitos de crema de limón con merengue por encima. Sé que hace años los hacíais pero llevo tanto tiempo sin venir que...—cruzó los dedos para que su antojo cobrara vida.

—Vaya, pues sí que llevas tiempo sin venir, llevamos desde hace cinco años sin hacer. Mi madre era la experta en eso—el hombre miró entre sus productos buscando algo similar—Mira, tengo esto. Su base es bizcocho pero la capa de arriba tiene un glaseado de crema de limón.

Al arrimarlo al mostrador la anciana que llevaba unos minutos jugando con su muñeca reaccionó alargando su mano a cogerlo.

—¡Tía, no! Espera unos segundos— aun así no conseguió frenar la acción y el postre ya estaba en manos de la mujer en silla de ruedas— Ay, perdone. Definitivamente me llevo ese bizcochito, y ya de paso dame otro, para que al menos pueda probarlo. ¿Cuánto es?

—¡Doña Emilia!¡Qué alegría! Hacía mucho tiempo que no la veía—al ver que la aludida no respondía dirigió su atención a la joven— Así que eres sobrina suya eh, Doña Emilia fue profesora de mi madre en el colegio y definitivamente es la única de la que guardaba un buen recuerdo. ¿y tú cómo te llamas? Soy Rafa- dijo extendiendo la mano.

—Sí, es mi tía. Bueno, realmente tía abuela. Yo soy Clara—apretó la mano del joven a modo de saludo—Y me alegro que tu madre guardara tan buen recuerdo suyo. Estoy segura que si pudiera entenderte le habrías hecho feliz. Realmente le llenaba su trabajo.

—Tranquila, estoy convencido que una parte de ella ha comprendido el mensaje. Y tú, ¿eres la encargada de cuidarla este mes?—dijo mientras contaba las monedas que le había dado la chica.

—Ajá, estaré un mes entero. Y hoy es mi primer día. Aunque una parte de mi siente como si llevara ya tiempo.

—Bueno, mucho ánimo, si en algún momento se te hace cuesta arriba no dudes en venir a despejarte con un café, y otro bizcochito. ¡Al próximo te invito!

—¡Muchas gracias Rafa! Eres muy amable ¡Te tomo la palabra! ¡Adiós!—dijo mientras se apañaba en empujar la silla hacia la salida con una mano y con la otra degustar el bizcochito.

Nada más cruzar la puerta Emilia, todavía con resto de migas en la boca susurró:

La pobre Carmencita estuvo aquí antes de morir.

Los recuerdos olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora