Capítulo 1

El viento rugía y acariciaba con lujuria mi rostro, el pasto se abrazaba con sus acompañantes y los dientes de león flotaban como si de libertad pura se tratara. Aquello se sentía como estar dentro de los paisajes de una novela escrita por C.S Lewis¹ o una de Lucy Maud Montgomery², cuánta paz transmitía, alejado de todo y de todos. Estaba un poco cansado de las personas, las cosas que me preocupaban y la vida misma ¿con qué fin nací? —a la mierda— pensé.

A mis 20 años, mi vida era una constante bola de frustración, el ver a todos avanzar, prosperar, crecer, madurar, en pocas palabras, ser independientes. Contrario a mi, un chico introvertido que se arrullaba en los brazos de mamá, aparentemente, sin futuro alguno, estancado en los estudios y con un evidente trastorno explosivo intermitente, asunto por el cuál siempre temí entrar a la universidad, de igual forma, eran tantas las carreras que llamaban mi atención y no estaba seguro por cuál decidirme.

En resumen, era un bueno para nada, como mamá solía decir a mis espaldas: «será como su padre, un bueno para nada que desperdicia su juventud tirado en la cama como si la vida premiara de esa manera».

Mi mente era un constante pizarrón, algunas veces estaba lleno y otras veces quedaban en blanco. Durante toda mi vida, he intentado recordar cuántos amigos he tenido, si realmente he amado a alguna de mis novias, o solo es esa necesidad de no estar solo.

Mi familia era de lo más normal, ni pobres, pero tampoco ricos. Vivíamos bien, y con eso bastaba, mamá se encargó de educarnos y nunca demostrar algo que no éramos, pero se esmeraba demasiado en que fuésemos algo o alguien en la vida, desde su punto de vista, no quería que fuéramos como papá.

Mis hermanos, Isaac y Kyle, los atractivos de la familia; piel clara, ojos verdes que cambiaban constantemente de color, altos, es que joder, perfectos como mamá. Yo con suerte logré el color de piel de mi madre, aunque la vagancia me había brindado el color bautizado vulgarmente como "cartón", estancando en unos miserables ciento setenta centímetros, una mierda, la verdad.

Exteriormente, no soy más que un maldito hijo de puta, descarado, desquiciado e insensible que se encarga de demostrar que es un rompecorazones, y que no está interesado en absolutamente nada romántico. Para concretar, también lo soy internamente. Digo, el amor en el actual siglo es una completa basura. Las chicas ven dónde hay músculos, dónde hay un bonito hoyuelo al sonreír, dónde hay ojos de un color especial, dónde hay motocicletas, automóviles, dinero... es una bazofia vestida de besos, abrazos y palabras... ¿bonitas?. Tampoco es que esté mal pensar en un futuro lleno de lujos, pero vamos, comparado a ello, yo soy negativo cero y con decimales de acompañantes que me encierran en un mundo fantasioso de libros, películas y cortometrajes románticos que me hacen fantasear sobre cómo sería yo si fuese un absurdo romántico de mierda quien se muere por una chica.

Un viejo amigo solía decir: "amigo, si tanto te quejas de tu físico ve al gimnasio, haz algo, joder" Eso es fácil cuándo la seguridad y el capricho están de tu lado, y como dije anteriormente, a mi solo me acompañan los decimales en negativo. Ah, mi mente viajaba a recuerdos patéticos donde me había aferrado a un dicho pueblerino, o quizás global: Busca a alguien que te sume. Pero no, al niño solo le restaban como si esta fuese una olimpiada de matemáticas donde el tema principal eran las restas.

El sol comenzaba a ocultarse tenía que quitar mi mascara de pesimista repugnante para poder llegar a casa y escuchar la constante palabrería religiosa de mis padres. No tengo ningún problema con Dios eso lo aclaro, pero creo que también es bueno ser independiente y no esperar todo de una deidad.

A pocos centímetros de abrir el portón frontal de la casa, mi peludo amigo Hades saltó contra aquellos barrotes metálicos moviendo su cola, sacando la lengua, y soltando unos cuántos ladridos de alegría. Hades era un regalo adelantado de cumpleaños, no tiene ni siquiera un año y es inmenso. Hacía mucho tiempo quería una mascota, son como un terapeuta. Para una persona como yo que casi nunca tiene con quien conversar, el cachorro había sido el mejor regalo del mundo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 10, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mil Maneras de Perder la DignidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora