La gente me miraba como si yo fuese un maldito; platos rotos en el piso, una mesa hecha un caos. —Maldita sea Nathan, ¿tuviste que tomar el maldito celular y abrir esos mensajes justo en este momento? — pensaba —. Imbécil, imbécil — repetía una y otra vez dentro de mi cabeza. Lo impulsivo había salido a brote, y no en el lugar indicado.
Ella seguía sentada, con cara de asombro y con una evidente vergüenza. Lancé una última mirada de decepción mientras negaba con mi cabeza. —¿nos vamos?— pregunté intentando hablar con una voz relajada.
—¿En serio?— preguntó ella con asombro —, estás loco. No pienso ir a ningún lugar contigo. Lamento que las cosas hayan sido así, solo pasó, quizás haya sido mi error, pero no tenías necesidad de hacer esto en público.
¿Era necesario seguir rebajándome tanto por amor a una chica?, ¿era necesario seguir rogando por amor después de lo que había visto? Mi corazón se lanzaba como un desquiciado a seguir rogando. Ahora entendía por completo a los locos enamorados, el querer quedarte a pesar de que esa persona te haga mal.
Idealizar a alguien es lo peor que tus sentimientos pueden hacer, porque pones en un pedestal a alguien que no merece absolutamente nada de ti. En aquel momento solo quería ser el viejo yo, no sentir nada, que el amor y sus tonterías me resultaran un chiste.
Saqué la billetera de mi bolsillo trasero y coloqué lo suficiente de dinero que lograra cubrir la cuenta y salí de aquel sitio mientras escuchaba a las personas murmurar.
Subí a mi automóvil y golpeé con furia el volante. —¡A la mierda!— dije lo suficientemente molesto. Comencé a salir del estacionamiento, y me puse en marcha sin destino alguno.
Era el tiempo, la furia, la nostalgia y la noche fría de diciembre acompañándome ante aquella decepción. ¿Era necesario decaer por un amor?, ¿era necesario abrir puertas y ser apuñalado por amigos?
Los suburbios de la ciudad eran el vivo reflejo de como me sentía en aquel momento... soledad, frío, vacío, sucio y abandonado como el triste perro que yacía temblando a causa del gélido y tímido viento que recorría cada una de las cuadras de aquella desolada ciudad, mientras abandonado se encontraba en la acera bajo aquel puente por el cuál había pasado con anterioridad.
Por mi mente se repetía una y otra vez lo que había ocurrido en los últimos meses, peleas, decepciones, rabietas, besos, sexo... tanto, para nada. Intenté acelerar un poco más, mientras a de fondo, los parlantes dentro del auto gritaban como si de una discoteca se tratara con el solo final de Después de la Tormenta de Bryan Karl. El motor rugió, un par de luces sofocantes cegaron por completo mi visión y lo último que mis oídos escucharon fue un fuerte impacto y el rechinar de las llantas al hacer presión al frenar.
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Mil Maneras de Perder la Dignidad
Roman pour AdolescentsEn un mundo dónde amar es complicado, tener amigos no significa estar acompañado, y tener un trastorno que te provoca alejar a los demás es un problema, este chico en el fondo desea amar, o quizás solo pierda la dignidad.