CAPÍTULO 4: PRESIÓN

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Priscilla va sonriente por la calle mientras mira las fotos que ha tomado con su celular. Hoy ha salido a comer con sus amigos para celebrar fin de año, aunque es el penúltimo día ya que todos recibirán con sus familiares el año nuevo.

Han ido a un restaurante de comida coreana y al recordar el intento fallido de uno de sus amigos en hablar el idioma, tratando de dar las gracias al dueño del lugar, comienza a reír a carcajadas atrayendo la atención de los demás.

Se da cuenta que es el centro de atención y disimula que escribe un mensaje hasta que alza la mirada y ve del otro lado de la calle a Diego.

—Destino —dice en su cabeza—. ¡Diego! —grita y mueve su mano para llamar su atención.

Pero él al verla la ignora y avanza.

Priscilla prefiere creer que no la vio y espera al cambio del semáforo para ir tras él.

—Diego, espérame, tengo algo para ti —clama y apresura su paso—. Espera, tengo que darte algo, hice... ¡Ah! —se tropieza con los cordones de sus zapatos y cae al piso.

Para evitar cualquier golpe frena la caída con su mano izquierda, cae de rodillas y se golpea un poco en ellas.

—¡Aish! —chilla sentada en el piso y al ver su mano se percata que tiene un rasguño y está sangrando un poco.

Priscilla suelta una risa del espectáculo que ha dado en la calle.

—Dame tu mano —dice Diego quien ha regresado para ayudarla.

—Gracias —musita y al levantarse pierde un poco el equilibrio y se da cuenta del dolor en sus rodillas.

—¡¿Quién corre con sus cordones desamarrados?! —Diego reta.

—No me había dado cuenta; además, si no corría no te iba a alcanzar.

—Y eso qué importa.

Diego la ayuda a caminar y más adelante se sientan en un banco, le pide que lo espere mientras va a una farmacia para comprar alcohol, algodón y una gasa para desinfectar la herida de su mano.

Mientras él cura su herida Priscilla no puede evitar sonreír al darse cuenta de lo ensimismado que está Diego en ella. Nunca antes había recibido tanta atención de su parte.

—¿Qué es tan gracioso? —cuestiona Diego—. Tienes una herida en la mano y tus rodillas están golpeadas, considero que no es momento para que te rías.

—Lo sé, pero tampoco puedo llorar. Y si tengo que escoger prefiero reír y ver el lado positivo.

—Listo —venda la mano de Priscilla y guarda lo demás—, cuando llegues a tu casa desinféctalo mejor y toma algo de medicina.

—Gracias. Es una gran coincidencia que nos hayamos encontrado, ¿no lo crees? —Diego la observa y duda que haya sido coincidencia su encuentro— ¡Lo digo en serio! Juro que no te seguí, estaba por la zona porque fui a comer con mis amigos. Si quieres, te muestro las fotos que tomamos.

—No es necesario.

—Pero de verdad no te seguí —dice en voz baja y hace pucheros—. En fin, aprovecho la situación para darte esto. Quería regalarle algo a todos por navidad y obvio no tengo dinero para gastar en cosas materiales porque no trabajo, así que opté por lo que mejor hago —saca de su bolso un tarjeta hecha a mano con la ilustración que hizo días atrás—. Diseñé esto, espero te guste. Te confieso que valoro más este tipo de cosas porque la persona que lo hace invierte tiempo y dedicación haciéndola para quien lo reciba le guste.

—Gracias —Diego la recibe y lee lo escrito en su interior—. Qué oportuno que la tengas.

—La llevaba conmigo por si acaso nos reuníamos. Quería dártela en navidad pero no fue posible. Prometo que el próximo año tendré dinero y les daré algo mejor.

SUNRISES «TERMINADA» Donde viven las historias. Descúbrelo ahora