50 sombras de Logan

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Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad pero menos los de casarme con Nathan .

—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —le digo con voz
entrecortada e inseguro.

—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te
deseo. Te he deseado desde que te Vi en el pasillo, y sé que tú también me deseas.

No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites
infranqueables si no me desearas.
Axel , por favor, quédate conmigo esta noche.

Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme entre sus brazos.

El movimiento me pilla por sorpresa y de pronto 
siento todo su cuerpo pegado al mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi cuello y tira suavemente para obligarme a levantar la cara.

Está mirándome.

—Eres una omega muy valiente —me susurra—. Me tienes fascinado.
Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina,
me besa suavemente y me chupa el labio inferior.

—Quiero morder este labio —murmura sin despegarse de mi boca.

Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe.

—Por favor, Axel , déjame hacerte mío.

—Sí —susurro.
Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la
mano y me conduce a través de la casa.
Su dormitorio es grande.

Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos
de Seattle. Las paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es
ultramoderna, de madera maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel.
En la pared de la cabecera hay un impresionante paisaje marino.
Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a
hacerlo, y nada menos que con Christian Grey. Respiro entrecortadamente y no
puedo apartar los ojos de él. Se quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a
juego con la cama. Luego se quita la americana y la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos son audaces y
brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines.

—Supongo que no tomas la píldora.

¿Qué? Mierda.

—Me temo que no.
Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente.

—Tienes que estar preparado —murmura—. ¿Quieres que cierre las persianas?

—No me importa —susurro—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu
cama.

—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —murmura.
—Oh.

Madre mía.

Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los
ojos. El corazón se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo.

El deseo, un deseo caliente e intenso, me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos.
Oh, es tan sexy…

—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —me dice en voz baja.
Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y
la deja en la silla.

—¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Axel? —me susurra.

Se me corta la respiración. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una
mano y me pasa suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.

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