Capítulo 3

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Clavé la mirada en el suelo, dando golpecitos con mi pie continuamente. Dudaba que un chico como Álex, tuviera algo que ver en el negocio familiar. Juraría que jamás le había visto antes. ¿Cómo sabía entonces que era una Stevenson?

Hacía tiempo que me repugnaba mi apellido, mi casa y todo lo que tuviera que ver con mis padres a excepción de mis abuelos. Lo que menos necesitaba era que me reconocieran por mi apelativo. Si por mí fuera, nadie se enteraría de donde provengo. Lo despreciaba tanto que en el formulario de inscripción del gimnasio firmé como "Lucinda Hilton".

-¿Stevenson? –Inquirí, como si no supiera de qué estaba hablando.

-¿Me vas a decir que no sabes de lo que hablo? –Preguntó, a punto de reír-. Las niñas ricas soléis ser tontas, pero tanto...

Me miraba con desagrado. Mi presencia realmente le disgustaba y eso me molestaba. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que por un instante pensé que esos tres años de llevar brackets, no servirían de nada si seguía presionando mis dientes de esa manera.

-¿No te han dicho que estás mejor con la boca cerrada?

-Siento ser yo quien te de la noticia de que la mayoría de mujeres no piensan lo mismo que tú -dijo, sin más.

Sonrió de una forma atrevida. Tenía los pómulos de las mejillas salpicados de pecas y un pequeño lunar en la mandíbula. Era alto e intimidante, pero aquello no bastaba para inquietarme. Cogí la mochila del suelo, dando un fuerte tirón de la correa para colgarla de mi hombro, provocando que Álex riera de una forma suave. Me estremecí un poco, pero seguí andando hacia la salida sin darme la vuelta.

Al salir, una nube de humo espeso cortó mi campo de visión. Tosí e intenté espantar aquella humareda con mi mano. Estaban demoliendo las paredes del edificio de al lado. Toda la calle parecía el escenario de una escena de una película de terror. La alarma de un coche se disparó, sonando frenéticamente. Me tapé las orejas con las manos para aminorar el sonido inmediatamente. Lo cierto es que me estaba estresando. Las afueras de Arlington Row era sinónimo de problemas.

Apenas podía pensar con claridad, mucho menos podía darme cuenta de algo más allá de donde pisaba. Una mano se aferró a mi muñeca con fuerza y tiró de mí. Me tambaleé hasta chocar con el cuerpo de aquella persona y seguidamente en la calle, se escuchó el chirrido de las ruedas de un coche frenando en seco. Pestañeé con rapidez con el corazón en un puño. Mis dedos arrugaban con fuerza la camiseta color negro de Álex.

-Podrías haberte matado –dijo, enfadado.

Tragué saliva y miré a un hombre paliducho, delgado y sin apenas pelo que salía del coche con rapidez. Se llevó las manos a la cabeza al ver el capó de su coche abollado por el impacto al  chocar con una farola en mal estado. Dio media vuelta y me miró directamente. 

–Esto va a ser divertido –rio Álex. Me dio un empujoncito en la espalda para que me moviera.

Todo el vecindario había salido a ver lo que pasaba. Incluso los obreros habían dejado lo que estaban haciendo. Un calor nada agradable empezó a recorrerme el cuerpo. Me moría de vergüenza. Aquel hombre se acercó con rapidez y no parecía muy contento.

-¿Estás bien? –Preguntó.

Asentí y miré su coche. Tendría que reparar toda la parte delantera del vehículo. Los faros estaban destrozados y el capó se había ceñido al cuerpo de la farola que empezaba a inclinarse de forma peligrosa. 

-Lo siento –me apresuré a decir, avergonzada.

Yo había tenido suerte, pero no podía decir lo mismo de su bonito Mini granate. Empujó sus gafas hacia arriba con su dedo índice y me miró echando humo por las orejas. Es cierto que se había visto obligado a realizar una maniobra improvisada para no atropellarme, pero eso no quitaba el hecho de que no se veía nada que estuviera a más de un metro de distancia. 

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2022 ⏰

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