Capítulo 2

1.3K 104 85
                                    


|...|

Sentía mi estómago contraído a causa de haber pasado la mañana en ese tugurio. Desde luego que el chico de ojos azules aún rondaba por mi cabeza, pero más que nada sentía curiosidad por él. Parecía el predominante allí y de hecho, la propietaria del local —la señora Sagüosky-, no había dejado de recordármelo con la mirada.

Agilicé mis pasos para no chocarme con la gente que pasaba por la calle y poder llegar de una vez a casa. Subí cuesta arriba el pequeño bulevar lleno de árboles frondosos a los lados. Odiaba vivir en una urbanización de ricos situada en lo más alto de Arlington Row. La pega era que había muchas subidas y yo aún carecía de carnet de conducir.

Saqué las llaves de mi bolsillo y entré en casa. A esas horas ya olía a comida y a una mezcla de limpiasuelos de limón. Era extraño, pero no me gustaba ver a gente trabajar para nosotros. Me había criado con mis abuelos, donde si tenías que limpiar una camiseta sucia, lo hacías a mano, con una pastilla de jabón y en el fregadero. En cambio, cuando volví con mis padres hace dos años y medio, me di cuenta de que nada iba a ser lo mismo. Nos lavaban la ropa, nos hacían la comida, limpiaban la casa, arreglaban el jardín... Era una casa grande, pero nosotros teníamos dos manos y dos piernas para hacerlo por nuestra cuenta.

-Buenos días, señorita Luce —saludó Lisa, sosteniendo el cubo de agua sucia. Ella era una de las que trabajaban para mis padres. 

Le sonreí. Adoraba a aquella mujer. 

-Buenas tardes, Lisa.

Dejé que la bolsa de deporte cayera al suelo con cansancio y masajeé mi hombro unos segundos.

-Huele bien —comenté, con cariño. No podía evitar sentirme algo mal por ella.

-Me alegro —respondió, quitándose los guantes de goma-. Es tu comida preferida —murmuró, haciendo una mueca. Eso no significaba nada bueno .

-¿Qué quieren ahora? —Pregunté, frustrada.

-No lo sé. No me han dicho nada —dijo, encogiéndose de hombros-. Asuntos de trabajo, supongo.

Recogí la bolsa del suelo.

-Me tienen harta.

-Lo sé, cariño.

Me encerré en la habitación. Era grande y estaba decorada tal y como a mí me gustaba, por no hablar de que tenía mi propio baño y unos armarios rebosantes de ropa que ni siquiera me había probado. 

Me introduje en la bañera. La riqueza de mis padres no era algo de lo que me gustaba presumir. Ni siquiera lo hacía. Además, no tenía a nadie con quien poder hacerlo a excepción de Emma y Jack, mis únicos amigos aquí. Iba a cumplir dieciocho dentro de dos meses y tan solo tenía dos amigos.

Patético.

Cada vez que mis padres se saltaban sus dietas, era para aminorar el próximo golpe. Las últimas veces, habían sido para incluirme en cosas absurdas de su trabajo y asuntos en los que yo odiaba estar. Esos eventos en los que no sabes dónde meterte porque todo el mundo te busca para darte un beso y elogiarte por ser una Stevenson.

Pues bien, yo odiaba ser una Stevenson.

Mis padres eran superficiales. Necesitaban quedar bien ante los demás mientras que a mí me daba igual lo que pudieran pensar sobre mi vida. Por eso mismo, cuando se empezó a rumorear que los Stevenson habían abandonado a su hija dejándola con sus abuelos en un pueblo remoto, vinieron a recogerme. Literalmente, sentí como si me estuvieran secuestrando.

Salí de la bañera.

-¡Lucinda! —Mi madre golpeó la puerta-. La comida está en la mesa.

-Ya voy —dije, terminando de vestirme. Las veces que la había dicho que no me llamara por mi nombre de pila eran innumerables.

BOXING. Ganadora de los Wattys 2015 - Adicciones instantáneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora