Capítulo 1

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Pasé la gran bolsa de deporte a mi otro hombro con dejadez y frustración, debido a que me había vuelto a cambiar de gimnasio por tercera vez en tan sólo dos meses. En realidad, miento. Me habían echado de todos y cada uno de los locales en los que había estado, por el simple hecho de que tantos hombres, se distraían -en algunos casos, se motivaban más-, a la hora de hacer su entrenamiento, teniéndome a mí, -la única mujer-, delante de ellos. Me daba igual ser el centro de atención, no me importaba estar en cualquier lado con tal de que:

Uno: no me hablasen.

Y dos: que no me tocasen.

El problema era que todos los encargados acababan suplicándome que dejara el gimnasio por miedo a que alguno de sus clientes me hiciera algo y yo presentara una denuncia que, con la influencia que tenía mi madre en toda Inglaterra, haría que se les cayera el pelo. 

Sólo me quedaba un único centro de deportes —si es que a aquello se le podía llamar de tal forma- a las afueras. Un lugar con apariencia vieja y sucia que dejaba mucho que desear.

Podría haberme dado media vuelta, pero puesto que no tenía un precioso Mercedes que me llevara a un sitio en condiciones en la ciudad, hice caso omiso al aspecto de la fachada del local y entré sin darle muchas vueltas. Al abrir la puerta oxidada de color naranja, me llegó un extraño olor a cal y detergente de baños, por no hablar del hedor a sudor que abundaba en los gimnasios. Arrugué la nariz e hice una mueca asqueada, acercándome a la mesa de registro donde dudé seriamente en si debía apoyar las manos.

Para mi sorpresa, era una mujer de casi tercera edad la que estaba sentada frente un ordenador en forma de cubo y no un hombre. Carraspeé para captar su atención. La señora en cuestión, frunció el ceño con el rastro de las pocas cejas que conservaba.

-Uhm, hola —saludé. Aquella mujer no se inmutó. En realidad, seguía mirándome como si fuera una botella de agua en medio del desierto. Sintiéndome algo incómoda, me moví ligeramente-. Vengo a sacarme un bono para poder...

-No —me interrumpió, bruscamente. Vaya, esto no me había pasado antes. 

-¿Disculpe? —Pregunté, agarrando con fuerza la tira de la bolsa de deporte. 

La anciana desvió la mirada hacia una gran puerta roja que supuse que llevaría a la sala de entrenamiento. Estaba impaciente.

-Joven, doy gracias a que soy vieja y los hombres que pasan por aquí no tienen el mayor interés en mirarme, siquiera para darme los buenos días —dijo, bajando ligeramente el tono de voz-. Tú, en cambio... -torció sus labios rojizos y negó con la cabeza pausadamente-. No me gustaría que salieras de este sitio con un trauma para toda la vida.

-¿A qué se refiere?

-Me refiero a que los chicos de ahí dentro no suelen tener cuidado -escupió-. Mucho menos escrúpulos.

-No creo que sea para tanto —dije, cansada-. Oiga, no me importa que los que estén dentro sean una panda de gorilas —expliqué-. No puede prohibirme entrar.

En ese momento, un chico de unos veinticinco años alto, muy alto, con una camiseta ceñidísima a su cuerpo descomunalmente grande abrió la puerta roja, dejando salir el sonido de las pesas chocando contra el suelo y el golpeteo de varias máquinas para trabajar las piernas.  El joven me miró de arriba a abajo, intimidándome y finalmente salió por la puerta con una sonrisa maquiavélica en sus labios.

Tragué saliva. La verdad era que en los gimnasios donde había estado anteriormente no había gente con ese aspecto. Se notaba que me encontraba en un barrio apartado y a las afueras de la ciudad. 

-¿Entiendes lo que te decía? -Inquirió la anciana, sobresaltándome un poco. 

-Sí —contesté y me tragué el nudo que se había formado en mi garganta-. Y sigo queriendo entrar.

Borró la sonrisa de su cara y resignada, sacó una hoja de uno de los cajones. De un bote con brillantina, obtuvo un bolígrafo y lo dejó sobre la mesa. Le sonreí y me incliné para rellenar el formulario. Si tan sólo se hiciera una idea de lo cabezota que podía llegar a ser... 

-Uhm, Lucinda... -leyó. 

-Luce —corregí automáticamente. 

-Luce —repitió-, hay un chico totalmente distinto a este que acabas de ver. Es fuerte. Más incluso. A pesar de que su cuerpo parezca delatarlo y te dé a pensar que en realidad es el más débil, no lo es —dijo, levantándose de la silla acolchada-. Sus ojos azules te hacen creer que él es un chico bueno... -rio sin gracia y abrió la puerta dejándome ver a esos hombres haciendo ejercicio. En el instante, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirarme. Todos menos un chico que estaba al fondo. No tenía una espalda ancha, ni los brazos del tamaño de su cabeza. En realidad, tenía el cuerpo perfectamente definido-. No te fíes de él.

Dio media vuelta y cerró la puerta. Aquel silencio me hizo sentir pequeña e intimidada, pero luché porque se me notara lo menos posible. Tenía un objetivo y eran los sacos de boxeo. Lo adoraba a pesar de que no competía. Era lo único que no me hacía perder la cordura.  

A medida que me iba acercando a los sacos, aminoraba la velocidad de mis pasos. Él estaba ahí, aunque ni siquiera me estaba mirando. No como todos los demás. 

Dejé caer mi mochila al suelo, haciendo un terrible eco en la sala. Suspiré, abrumada. Tenía calor y era evidente que me tendría que deshacer de la chaqueta para empezar a entrenar, pero el ver a esa panda de enfermos me hacía dudar. Se me hizo un nudo en el estómago.

<< Esto no ha sido buena idea, Luce >> -me reprimí. 

Eché un vistazo rápido a aquel chico de nuevo, topándome con sus ojos azules claros. Su pelo negro revuelto y una fina capa de sudor en su frente le acompañaba. Su torso estaba desnudo y me percaté de que tenía un pequeño tatuaje al lado izquierdo del pecho. Unas letras.  Justo al lado de su cadera, también tenía algo grabado que no lograba distinguir, pero parecía un diente de león. Miré hacia otro lado y terminé de abrocharme las muñequeras. 

El silencio que nos envolvía era abrumador y terriblemente incómodo. 

-¿Acaso sois gilipollas? –Preguntó de pronto el chico, con la voz alzada. Me estremecí al igual que todos los restantes en la sala. Rio con cierta ironía, casi con superioridad-. Claro que lo sois— unos murmullos se podían distinguir entre la multitud, pero ninguno se atrevía a hablar en alto-. Meteos en vuestros asuntos —ordenó-. ¡Ahora!

El ruido de las pesas y la maquinaria volvió a hacer eco en la sala. Aquello había sido surrealista. Miré de nuevo a aquel chico. Sus ojos azules mantuvieron los míos durante unos segundos. No exageraba si aseguraba que él, era el chico más guapo que había visto nunca y eso no tardó en reflejarse en mis mejillas rojizas. Aquel gesto involuntario pareció hacerle cierta gracia. Negó con la cabeza, se volvió hacia el gran saco que tenía al lado y comenzó a darle grandes golpes.

-Gracias... —dije, realmente agradecida. 

No respondió. 



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¡Hola, Nothingheaters! ♥️

Ya tenéis el primer capítulo de Boxing. Espero que la cuarentena os esté yendo bien. Ya sé que es algo duro. ¡Ánimo a todos! 

¿Recordabais así Boxing? ¿Os acordabais de Álex y Luce? Contadme. 

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NH :)

BOXING. Ganadora de los Wattys 2015 - Adicciones instantáneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora