Capítulo 7 (Editado)

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Capítulo 7

KHATA

Pasó un minuto o más, no lo sabía con exactitud. Lo único que pensaba era en lo que acababa de pasar, en como mi cuerpo había estado a punto de un colapso a causa de tener sus manos sobre mí, de esa manera tan íntima, como si encajáramos a la perfección. Mi corazón estaba bombeando con demasiada fuerza. Jamás había estado tan cerca de Baran y mucho menos había tenido siquiera el pensamiento de golpearle. Me había ganado el enojo, la humillación y su estúpida actitud altanera creyéndose dueño de todo, dueño de mí. Aun sentía sus manos pegándome a su cuerpo, su aliento golpeándome le rostro y su mirada fija en mis labios. Lo peor de todo, recuerdo como me negaba a separarme de él. Era como si mi cuerpo no me pertenecía, como si solo respondía a su cercanía, a su toque.
Quería gritar, sí, necesitaba huir lo más lejos posible.

—Estúpida. —me dije a mi misma. Sí, eso era lo que era, una estúpida que estaba dejando que todos los cambios le ganaran.

Me senté sobre el colchón con el pulso aun acelerado y con la piel ardiendo. Baran no debía causar esas cosas en mí, y yo claramente no podía permitirlo. Una cercanía así jamás debía volver a pasar, jamás, bajo ninguna circunstancia.


(***)

El comedor se encontraba vacío. Baran estaba demasiado ocupado con los negocios que dejó mi padre por lo que almorzar junto a mí no era una opción que lo favoreciera, aparentemente, igual no es como que yo quisiera comer a su lado. Me negaba a verlo y me negaría hacerlo, así tuviera que esconderme en cada rincón de este lugar solo para no coincidir con su presencia.
El día se me hizo eterno encerrada en mi habitación, era eso o salir a los pasillos a escucharlo gritar ordenes con actitud de superioridad.

Desde mi ventana podía observar las caballerizas y notaba como los peones se apresuraban a guardar los caballos cuando el sol desaparecía a lo lejos. Amaba montar junto a mi padre, recuerdo hacerlo casi todas las tardes y recuerdo como reía sin parar cada que me retaba a una carrera en la que siempre me dejaba ganar. Ahora, se me hacía algo tan imposible, algo tan lejano, porque ese hecho me recordaba a él, me recordaba que ya no estaba junto a mí.

A la hora de la cena bajé a la cocina luego de darme una ducha y de colocarme una pijama larga al sentir como una leve llovizna había iniciado en los jardines.

—¿No vas al comedor? —la voz de Marcelo me hizo sobresaltar del susto.

Sorprendentemente siempre me lo encontraba en la cocina casi todo el tiempo.

—Me asustaste. —dije bebiendo agua en un intento por pasar el susto —. No hay nadie más, es un comedor muy grande para utilizarlo sola.

Saqué un plato de los cajones y me dispuse a servir de la comida que se encontraba ya lista en la estufa.

—Te acompañaría, pero no se me está permitido.

Observé como se acercaba más cerca de mí y me apresuré a alejarme dándole la vuelta a la isla y sentándome en la silla más alejada que había.

—¿Ya cenaste? —pregunté, en un intento por desviar la conversación.

—No puedo, tengo órdenes.

—Son las nueve. —le recordé, a esa hora ya todos deberían haber acabado sus tareas —. Ya deberías de haber cenado.

—Debería, pero Baran en muy sofocante. —se encogió de hombros y yo asentí.

—Sí lo es.

Claro que lo era, sofocante y autoritario, no tenía ni que decir una palabra para doblegarte a su antojo, para ponerte a su merced. Con sus ojos estudiando a detalle cada cosa que haces y sus manos, esas que cuando te tocaba te quemaban adictivamente.

Khata © (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora