Prólogo

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Normalmente, cuando tienes algo —o alguien— que está a tu alcance pero que sabes que no puedes tener, más te aferras a ello a pesar de no tenerlo.

Eso mismo le ocurría a Silco.

De verdad era una tortura tener a Jinx tan cerca todos los malditos días, pero sin tener la cercanía que él fantasea tanto y que sabía que estaba mal. Porque demonios, ella lo veía como un padre, mientras que Silco la veía de tantas formas, pero jamás como una hija.

Y le aterraba estar consciente de que cuando su Jinx está presente, su respiración se entrecorta, su corazón se acelera y sus pensamientos imaginan miles escenarios que la incluyen a ella.

Se negaba a sí mismo a aceptar que estaba enamorado, porque no podía estarlo, el amor era debilidad y eso es lo que más odiaba, ser débil. La sola idea lo enferma, ella lo enferma.

Así que su conclusión fue que deseaba a Jinx, que la necesidad de besarla era porque sus labios lo exigían, que el impulso de tocarla era porque sabía que le pertenecía y que la incontrolable incitación de hacerla suya era porque su virilidad lo obligaba a quererlo.

Pero Silco ponía los límites porque lo consideraba prohibido, teniendo en cuenta que ella era demasiado menor para él y que no lo veía como un hombre.

Lo lógico para él sería tomar distancia e ignorar sus necesidades, sin embargo, eso solo lo hacía querer más, mucho más, que era tan jodidamente frustrante.

Tanta fue su determinación de querer poseerla, que ese insano amor se transformó en una insana obsesión que lo consumía, así que cada vez era más difícil controlarse.

Y pasó, Silco enloqueció por ella y lo demostró de la peor forma.

No había marcha atrás ahora que Jinx lo sabía...

Mi Insano AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora