Querido mío, luces tan bien

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El insoportable dolor lo mantuvo en la misma posición durante demasiado tiempo. Sus brazos y piernas temblaron causando que todo cuerpo se desplome sobre el desastre causado en el suelo. Se mantuvo ahí, perdiendo y recobrando el conocimiento por momentos hasta que finalmente su conciencia se mantuvo el tiempo suficiente como para levantarse.

Trabajosamente se movió poco a poco tomando incluso más tiempo para ponerse de pie. Se dirigió arrastrando cada paso al baño, el que era su destino antes de comenzar a vomitar en su dormitorio, sin poder sostenerlo más. Apenas y logró quitarse la ropa antes de desfallecer nuevamente sobre el frío piso debajo de la ducha caliente.

Al menos logró espavilar un poco, pero ahora además del dolor en cada extremidad sumaba ligeras quemaduras en su espalda.

Miró su cuerpo desnudo en el espejo de su habitación, su piel incluso más pálida, sus costillas marcadas, piernas y brazos delgados, labios hinchados en un rojo oscuro, ojeras grises, mirada cansada, perdida, su cabello cayéndose a cada roce con su mano también tenía ahora una tonalidad mucho más clara, casi blanca, del rubio luminoso que antes era.

Que solía ser.

Un bailarín con cuerpo digno de la fuerza y pasión de sus movimientos. La viveza juvenil en su piel, la energía infinita de su interior.

No había nada.

Nada más que el dolor.

"Quizá se estaba acostumbrando a ello". Pensó, antes de que la tos lo volviera a atacar con violencia logrando que cayera sobre sus rodilla y palmas de las manos ya lastimadas por la caída anterior.

Brillantes coloridos pétalos cayeron al suelo, se veían tan hermosos, tan limpios, tan suaves, tan vivos.

Su alma estaba cayendo con ellos.

Comenzó a llorar nuevamente, a las diez de la mañana.

Ya no comía, no había razón para hacerlo. Pronto vomitaria de nuevo, comer solo causaba que el ardor en su garganta se intensificara, incluso sus dedos no tenían la fuerza suficiente para agarrar un tenedor. Era inútil de todos modos.

Aún así, se vistió con anchas oscuras ropas, mascarilla, lentes y gorra. Tomó su maleta, llaves y salió del apartamento donde nada más se encontraba él. Nadie a quien despedir, nadie a quien saludar.

Una vez más llegó tarde a la clase, el profesor explicaba una nueva actividad por completar. Ingresó y se sentó en silencio, ninguna mirada se dirigió hacia él como si fuera un vil fantasma sin importancia.

Tomó nota de algunas cosas, ni siquiera sabía por qué se molestaba. Tal vez la rutina movía su cuerpo de manera automática, se durmió de forma intermitente, se perdió en el blanco del techo sin pensar en nada, su mente perdida en algún lado, dañada y dolida, su cuerpo temblando de repente por el frío que el abrigo ya no lograba calmar.

Salió del lugar, no sabía si la clase había terminado o no, su alrededor se tornó borroso, nuevamente la tos impidió que siga caminando. Los pétalos explotaron fuera de su mascarilla así que tuvo que quitársela y cambiarla por una nueva.

Quitó algunos pétalos de de su camisa y los tiró al suelo sin importarle ya que alguien lo viera.

Con cada paso sentía mil agujas incrustadas en la planta de sus pies, su respiración pesada golpeaba en sus pulmones como si el oxígeno que inhalaba fuera tan denso como el agua, el sol en el cielo no calentaba su piel pero el sudor bajaba por su frente y todo su cuerpo haciéndolo sentir desagradable.

En el comedor al aire libre estaban sus amigos, se veían muy relajados.

Sintió algo bajando por su nariz, bajo su mascarilla, lo ignoró. Ya no importaba nada, en su camino chocó con varias personas que casi lograron tumbarlo, él resistió, solo un poco más.

Flowers |Jikook|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora