Sin debilidades, parte 3.

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Algunas noches se convierten en calvario, cuando el recuerdo de aquel fatídico día azota los pensamientos de Emperatriz. Es lo único que la hace estremecer. Recordar aquella amarga sensación puede borrarle la sonrisa en un abrir y cerrar de ojos... Sufre internamente por aquella perdida irreparable. Damián había sido su amor, y más que eso, su obsesión, y su dolorosa partida vive con ella cada día, cualquier momento de ocio es blanco fácil para el amargo recuerdo, por eso, prefiere mantener la mente y el cuerpo ocupados.

Se siente maldita, está segura de que una maldición la persigue, todo lo que llega a su vida se volatiza como el humo de sus cigarrillos. Y luego de algunos años, sentir aquel pinchazo más allá de la entrepierna, subiendo por su abdomen, intentando alojarse en su músculo cardiaco, le aterra. Le aterra aquella extraña sensación que creía muerta y que un simple sexoservidor le ha provocado con un revolcón adjunto a una tierna sonrisa.

El Sol vuelve a aparecer, como siempre, como cada mañana. Su rutina de belleza inalterable se hace presente, para una vez más dar frente al baboso libanés (así ella lo considera). Escoge una falda como siempre, ella piensa que mientras tenga a favor esa arma nuclear debe sacarle provecho, una blusa con escote de color champagne, y un blazer azul naval que se ajusta a su figura llena de curvas. Se arma una cola alta, que la hace lucir imponente, y en su habitual maquillaje añade un delineado de gato que la hace traspasar corazones con la mirada.

El chofer llega puntual, como siempre.

—Buenos días mi Sra. —saluda Bruno bastante alegre como de costumbre.

—Buenos días ... —contesta con evidente desazón.

Bruno baja la música al estéreo, ya la conoce, para esos días de humor de perro, él tiene su propio manual de como sobrellevarla. Bruno es chofer de Emperatriz desde la escuela primaria, no puede quejarse, siempre ha vivido rodeado de lujos y bien pagado, además. Cuando aceptó mudarse a Madrid con Emperatriz para seguir cumpliendo el rol de chofer y su hombre de confianza, ella le obsequió un apartamento de soltero para que no tuvieran que respirar siempre el mismo aire.

Él es capaz de matar por ella, aunque su afecto es similar al de un padre protector, está consciente de que no lo es, y eso le permite muy disimuladamente apreciar la belleza y voluptuosidad de Emperatriz, con ojos de su natural hombría. Llegan a la empresa, Emperatriz se baja del auto, sube a la sala de juntas donde aguardaba Sair, ella provechosa de la soledad se acerca a él y le ofrece un beso en la mejilla.

—Valió la pena la demora —sonríe Sair con picardía, haciéndola sonrojar, más bien, fingiendo sonrojarse. Ella actua y a veces dice lo que el resto quiere escuchar, para no discutir con tontos, para complacer a idiotas o como en su mayoría, para ganar puntos a favor.

—Quiero que aceptes cenar conmigo hoy —le propone Sair levantándose de la silla, acercándose a ella con la misma mirada de cazador de hace unos instantes.

—Si es por negocios, sabes que no tengo problemas —susurra Emperatriz, con sensualidad, inclinándose hacia él.

—No todo son los negocios, linda.

—Prefiero que me llames por mi nombre —torna su actitud seductora, poniendo el ambiente tenso de un chasquido.

—Lo siento —tartamudea el sexy empresario.

—No lo sientas —ya te irás acostumbrando a mi manera de ser.

Le guiña el ojo, logrando confundirlo con su actitud.

—si la cena implica hablar de negocios, entonces nos vemos en la noche y afinamos detalles.

Sair la mira de arriba a abajo, la escanea por completo, sin poder evitar sentir la ira circular por sus venas. Sabe que ella es una mujer poderosa, inteligente y de negocios, pero anteriormente, ninguna mujer se había resistido a sus encantos y eso a él le esta causando unas ganas locas de darle una lección a Emperatriz.

—Nos vemos esta noche Emperatriz, ponte hermosa —le ofrece una sexy sonrisa y se retira de la sala de juntas.

Ella sonrie irónica, consciente de que detrás de aquella invitación hay algo más.

—Nos vemos esta noche Sair —susurra para ella misma, balanceando su pie sobre la aguja del tacón.






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LA DAMA DE MARFILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora