Capitulo 5: Siempre llueve en Londres

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POV Arianna

La llamada de Jess había llegado en un mal momento, muy malo. No sabía si los chicos habrían escuchado algo pero salí de allí tan rápido como pude. Caminé hasta alejarme un poco del superbarrio residencial donde estaba la casa y decidí que, como el hostal tampoco estaba tan lejos, iría dando un paseo.

Craso error. En Londres, y en pleno octubre, la probabilidad de terminar mojada de pies a cabeza día sí y día también era de entre un 'seguro que hoy llueve' y un '¿pero a dónde vas tú sin paraguas?', parámetros que yo, tan alegremente, había decidido obviar.

Para cuando llegue al London Quay, tenia mojada hasta el alma, estaba empezando a ponerme de mal humor y podía notar un pequeño dolor de cabeza creciendo justo en la parte baja del cráneo. Genial. Y por si eso fuera poco, luego estaba el hostal en sí, que no se caía a trozos no sé exactamente por qué milagro. La fachada, pintada de un color verde bastante repulsivo tenía grandes huecos en los que la pintura se había descascarillado y caído, y en la parte de arriba, las marcas verticales de un tremendo problema de humedad se filtraban horriblemente. El letrero luminoso que colgaba encima de lo que supuse era la puerta principal, estaba más apagado que encendido, asemejándose a una de esas señales de neón que visten las entradas de tantos y tantos clubs de señoritas de mala muerte.

Suspirando, entre a recepción porque, oye, la belleza esta por dentro, ¿no? Pues no, en este caso, tampoco estaba por dentro. El vestíbulo, forrado con un papel de estampado floral de los años 50 y con un suelo enmoquetado que se empezaba a desenmoquetar, daba más grima que el exterior. Había un simple mueble parecido a una barra de bar detrás del cual se escondía la recepcionista, cuya belleza también debía de estar en el interior.

-Bienvenida al London Quay, ¿en qué puedo ayudarle?- me saludo la señorita con cara de aburrimiento.

-Buenas tardes, tenía una reserva a nombre de Arianna Carter

Sin siquiera responderme, se dirigió al ordenador que tenia a un lado de la mesa y comprobó que, efectivamente, había una reserva a mi nombre. Tras pensárselo dos minutos, cogió una llave de una cesta llena de ellas y se volvió hacia mí.

-Habitación número 2804, planta 2, que lo disfrute.

Y con una falsa sonrisa volvió a su revista de cotilleos.

Mire al ascensor de arriba abajo antes de decidir que, si quería conservar mi vida, sería buena idea subir por las escaleras. Dos pisos tampoco eran tantos, al fin y al cabo, y yo solo tenía dos maletas.

Cuando llegué a la habitación, ignorando la decadencia de la estancia me lancé a la cama. Estaba agotada, y el dolor de cabeza había aumentado hasta ser un golpeteo constante en mis sienes. Decidí que una buena ducha caliente me vendría bien antes de cenar y acostarme, así podría destensar los músculos y aclarar mis ideas. A decir verdad, me dio un poco de asco ducharme en aquel sitio, pero era lo que había. Tras envolverme con una toalla de mi propiedad (ni se me ocurriría usar una de esas amarillas que había en el armario del baño), me senté en la cama.

Habían pasado tantísimas cosas en los últimos 3 meses... Dylan, James, mi familia biológica, las verdades y las mentiras del orfanato... Todo era muy difícil y confuso, y no sabía que iba a hacer con mi vida a partir de entonces. Pero una cosas si tenía clara: Dylan no se iba a salir con la suya.

Pensando en Dylan, me acorde de que todavía tenía que llamar a Jess. Marque el número casi en automático, sin pensarlo, y espere a que descolgaran al otro lado de la línea.

-¿Diga?- respondió mi amiga.

-Jess, soy yo. Perdona por lo de antes pero no me pillabas en un buen momento. Estaba con los chicos y...

-No te preocupes, supongo que no te tenía que haber llamado. Quedamos en que lo harías tú cuando pudieses pero es que me estaba poniendo nerviosa. No sabía si habías llegado bien o no...

-Si mamá, he llegado bien — le respondí con voz cansada.- Te preocupas demasiado por mí. Ya soy una adulta, ¿recuerdas? Puedo llevar mi vida perfectamente...

-Si pudieses llevar tu vida perfectamente no estaríamos teniendo esta conversación Aria. De todas formas, no te llamaba solo para eso. Ha llamado esa señora preguntando por ti, otra vez.

-Dale largas Jess, estaré en casa en un par de semanas. Yo hablare con ella cuando vuelva. De momento distráela por mi.- le rogué.

-Eso es lo que he hecho. Le he dicho que estabas en un viaje por trabajo, pero no creo que se lo haya creído. Volverá a llamar.

-Lo sé. Mira, tengo la reunión con Dylan y el Sr. Jones a primera hora del sábado. Estamos a lunes así que yo calculo que, si todo va bien, debería estar en casa como muy tarde para el martes o miércoles de la semana que viene. Si llama dos veces más puedes darle mi número de móvil, no es justo que tú estés lidiando con mis problemas.

-Sabes que no me importa Ari... estamos la una para la otra, siempre. Bueno, ahora la que tiene que colgar soy yo, he oído un ruido y no me fio nada de este.

-Hahahahahaha, vale, cuidaos mucho eeh. Os quiero, adiooos!- lanzándole un par de besos que no llego a escuchar, colgué el teléfono y lo lancé al otro extremo de la cama.

Me tumbé boca abajo en ella, todavía envuelta en la toalla que había usado tras la ducha y cerré los ojos para meditar. Creo que no tarde ni 2 minutos en quedarme dormida.

La corriente de aire que pasaba por debajo de mi puerta me despertó. Busqué el móvil a ciegas y mire al reloj: siete y media. Había dormido dos horas solo en toalla, y me estaba helando de frio. Con la hora que era, esperaba poder encontrar algún local de comida rápida cerca del hostal y poder volver a dormir toda la noche entera.

Me vestí con lo primero que pille, y baje por las escaleras a paso tranquilo, desenredando los auriculares blancos conectados a mi móvil. Nada más poner un pie en la calle me di cuenta de que iba demasiado fresca para un día así. "Octubre", me grito una vocecita en mi conciencia, "que es Octubre joder, ya podrías haberte abrigado un poco." Y si, podría haberlo hecho, la verdad. En los cinco minutos que tarde en llegar a la pizzería más cercana ya tenía los nudillos rojos del frio.

Una cena ligera, pensé, estaría bien. Así que pedí dos raciones de pizza carbonara y espere a que el camarero, un español que fingía un acento italiano horrible, me sirviera. Resulto que la pizza al final parecía un chicle, y termine dejando casi una ración entera. Resignada, fui a pagar a la caja, y cuando saqué la cartera para darle al chico las 4.99 libras que me pedía, me di cuenta de que solo me quedaban otras 50 para toda la semana.

"Genial Arianna" me recriminó el Pepito Grillo, "va a ser una semana de hambruna, como en los viejos tiempos"

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