I (Prólogo)

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Era una oscura y fría noche de noviembre cuando todo empezó,  solo tenía 10 años, era una niña normal, con una familia perfecta, todos éramos felices.

Estaba caminando hacia casa, volvía de mi clase de piano, acababa de sacar un 10 en mi examen, y estaba deseando llegar para contárselo a mis padres, seguro que estarían muy orgullosos de mí, después de tanto trabajo... por fin había sacado la máxima nota.

Andaba tranquilamente, mirando mis pies mientras tarareaba una de las melodías que había estado ensayando esa misma tarde hasta que escuché una voz, una voz grave y rasposa que hizo que mis vellos se erizaran.

- Hola pequeña, ¿qué haces tan tarde en la calle?

Yo me quedé callada. Mamá y papá siempre me dijeron que no hablara con desconocidos,  podían ser peligrosos, me podían hacer daño.

- ¿Acaso no me has escuchado?

Volvió a decir, esta vez más fuerte. Ni siquiera levanté la mirada del suelo, tenía que seguir andando, tenía que llegar a casa. 

Intenté cambiarme de acera, pero un brazo me lo impidió. Algo me agarró el brazo con fuerza, demasiada, me hacía daño, pero seguí sin responder.

Intenté  que me soltase. Le mordí. Le arañé. Le pegué. Pero él seguía agarrándome, cada vez más fuerte, hasta que miré mi brazo, unas uñas sucias estaban clavadas en mi brazo, haciendo que brotaran hilos de sangre brotaban de él

- ¿Crees que me haces daño? - Rió, soltando una especie de carcajada - Soy inmortal, niñata.

Levanté la vista hacia su rostro, no entendía nada. Tenía el pelo despeinado y los ojos inyectados en sangre muy abiertos. Todo empeoró en el momento en el que miré su boca, estaba sonriendo como un psicópata, le sobresalían los colmillos, unos colmillos muy grandes, mucho más grandes de lo normal. Me quedé mirándolos fijamente, eran los colmillos más grandes que había visto en toda mi vida.

- ¿Acaso nunca has visto unos colmillos, humana?

Aparté la mirada de su boca y volví a centrarme en el  suelo.

- ¿Eres sorda? - Dijo mientras me cogía la cara, haciéndome mirarle, sus ojos seguían rojos, con las pupilas dilatadas.

- Suéltame - Dije susurrando. 

- Así que al final si sabes hablar, pensaba que eras muda. - Su sonrisa se ensanchó más todavía - Escúchame, lo vamos a hacer por las buenas o por las malas. ¿Entendido? -

Intenté patalear, me quería ir a casa, notaba unas lágrimas caer por mi mejilla, grité, pero nadie vino en mi ayuda, estaba sola.

Fue entonces cuando ocurrió. Clavó sus colmillos en mi cuello, y  me quedé petrificada, no pude gritar, el terror me paralizó por completo. Sentí que me caía. No tenía fuerzas para seguir en pie.

El hombre seguía en mi cuello, bebiendo de mi sangre, y yo no podía hacer nada al respecto. Fue entonces cuando note un agudo dolor en el cuello, y todo se volvió negro.

A la mañana siguiente  desperté en mi cama, no recuerdo cómo llegué ahí. Me dolía la cabeza, y el cuello, pero no tenía ninguna marca en él. Intenté incorporarme en mi cama, pero se me nubló la vista y me volvía a acostar. Fue entonces  cuando entraron mis padres y se sentaron a los pies de mi cama

- ¿Qué ha pasado? ¿Cómo he llegado hasta aquí? - Les pregunté confusa

Se dirigieron unas miradas de preocupación, hasta que mi madre habló.

- Te encontramos en la puerta de cosa, estabas inconsciente.

Poco a poco empecé a recordar todo. Los colmillos, ese hombre bebiendo de mí, desmayarme por la pérdida de sangre... 

Me volví a intentar incorporar cuando un olor llegó hasta mis fosas nasales.

- Sangre, huele a sangre - Dije mirando a mi alrededor, buscando algún rastro de ese líquido.

- Tenías una pequeña brecha en la frente, pero te dieron puntos, ahora estás bien. - Dijo mi padre acariciándole la cabeza.

Me toqué la frente y noté la herida, me fijé en mis dedos, estaban limpios, no había ni rastro de sangre.

- No es  mía, es sangre de otra persona

- Ah, seré yo, esta mañana me hice un corte en el dedo mientras preparaba el desayuno, he hecho tortitas de plátano, tus favoritas, ¿quieres que te subamos un plato?

Todo empezó a dar vueltas, lo único en lo que podía pensar era en ese líquido oscuro.

- Ese olor...

- Freya cariño, ¿estás bien? Te has puesto pálida de repente.

- Papá, mamá. Iros, por favor. No me siento bien. - Cada vez levantaba más la voz, pero no podía soportarlo. Ese olor hacía que todo mi ser temblase. Y en cierta manera, me hacía tener más hambre. Era insoportable.

Y justo ahí pasó lo inevitable. Todo ocurrió muy rápido. Yo, una indefensa niña de 10 años asesinó a sus propios padres a sangre fría. Una extraña sensación corría por mis venas, no era arrepentimiento, sino placer y excitación. Sí, había disfrutado matar a mis padres. Incluso cuando me vi en el espejo de mi habitación, llena de sangre junto a los cuerpos sin vida de esas personas que tanto me habían querido

. Lo que no sabía, es que ese sería el primero de muchos más asesinatos.

La Daga de las AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora