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Samantha Jones bajó del vehículo. Avanzó hasta ellos con un paso tan firme y seguro que Sara llegó a pensar que la arrestaría. Su sola presencia ejercía tanta presión que casi se sintió culpable por tener un cigarrillo en la mano, desobedeciendo toda orden médica.

«Aunque tampoco te molestaría tanto el arresto», pensó al observarla con mayor detenimiento y se regañó de inmediato por hacerlo.

El perro se interpuso en el camino de la mujer. Como buen guardián, le gruñía furioso a la amenaza que invadía su territorio. Sara se compadeció de él porque, pese a la valía que compensaba su tamaño reducido, el pobre Leo no podía lucir amenazante, aunque quisiera. La detective le sonrió con ternura a su feroz león.

―¿Y tú eres? ―habló con voz dulce, se agachó y trató de tocarlo. Este ladró en respuesta, lo que la hizo retroceder.

―¡Leo, ya! ¡Vuelve! ―llamó Sara y él obedeció a regañadientes, sin dejar de gruñir―. Lo siento. No muerde, pero se está poniendo viejo.

―Ah, está haciendo su trabajo ―respondió la detective con una sonrisa.

―¿Qué la trae por aquí?

―Bueno, al parecer nuestro ignoto cree en las leyendas locales... y debe creer que usted le tomó una fotografía ―dijo sin rodeos.

El comentario hizo que Sara olvidara expulsar el humo del cigarrillo. Sufrió un ataque de tos que le provocó un ataque de ladridos al perro y atrajo a Cristina, quien corrió a buscar su inhalador. Cuando estuvo más estable, entraron a la casa, para hablar con más calma.

―¿Está bien? ―preguntó la detective con preocupación. Sara hizo un gesto con la mano, mientras bebía un vaso de agua, indicándole que continuara―. Bueno ―esperó a que Sara dejara de beber―, nos informaron que alguien se atribuyó los crímenes en un sitio web y, al parecer, se inspiró en una leyenda local... Y usted vio...

―A alguien en Lake's Abbey ―interrumpió Sara. Con manos temblorosas, tomó un nuevo cigarrillo ante la mirada de reproche de su sobrina―. Cristina, ahora no.

―También escuchó la campana ―continuó la detective. Sara asintió―. Está de más decir que usted tuvo la mala fortuna de estar frente a frente con el criminal. Las imágenes que nos entregó no muestran nada extraño a simple vista, pero me preguntaba si podríamos encontrarnos en la abadía mañana.

―¿Para?

―A veces percibimos cosas sin ser conscientes de ello. Pensaba que volver al lugar podría hacerle recordar detalles que tal vez sirvan en la investigación. Entenderé si no quiere regre...

―Iré ―interrumpió Sara. Mientras antes encontraran a ese tipo, mejor.

―¡¿Cómo que vas?! Aunque te haya visto tomar la foto, no sabe quién eres. Si llega a estar cerca y te ve con la policía...

―Hija, pudo ver la matrícula del auto ―la cortó Sara y luego dio un lánguido suspiro. «¿Por qué yo?»―. Si quiere encontrarme, me va a encontrar. Además, mientras antes lo atrapen mejor y supongo que contamos con protección policial.

―Por supuesto ―aseguró la detective.

―¿Y cómo se supone que van a protegernos? ―cuestionó Cristina con tono ácido―. ¿Igual que protegieron a Phillip?

―Basta. Voy a ir y fin de la discusión ―sentenció Sara.

No cambió de parecer pese a que Cristina hizo todo lo que estuvo a su alcance para persuadirla. Al día siguiente, Sara la sacó de la cama y la obligó a acompañarla, a ella y al perro. No iba a dejarlos solos en casa con un loco suelto en la ciudad. Apenas llegaron a la abadía, su sobrina bajó del auto y se fue a pasear con Leo varios metros más allá, lejos de todo el mundo y sin decir palabra.

Muerte al pecador #ONC2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora