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Sus neuronas tardaron algunos minutos más en procesar aquella nueva pieza de información. Comenzó a hiperventilar apenas comprendió en qué se traducía la fotografía. Una pequeña llama se encendió en su pecho y creció poco a poco, segundo a segundo, hasta convertirse en un incendio voraz que subió a su cabeza, le nubló la vista y la empujó a correr en búsqueda de su sobrina. La tos atacó a medio camino, impidiéndole continuar la carrera, y a pesar de ello se mantuvo en movimiento, impulsada por un instinto casi asesino. Por suerte, Cristina corrió a su encuentro a toda prisa apenas reparó en su estado, lo que le ahorró buena parte del trayecto. En cuanto la chica estuvo a su alcance, la agarró del cuello de la chaqueta.

―¡¿Qu...?! ―no pudo ni empezar a descargar su furia con ella. Definitivamente iba a dejar el vicio, no podía haber nada más frustrante que no ser capaz de gritarle a alguien cuando lo necesitaba de forma tan desesperada.

La ira que la invadía ni siquiera le permitió tomar el inhalador de emergencia. Cristina trató de ser su soporte, pero Sara la rechazó, no quería tenerla cerca en ese minuto si no era para gritarle. Cayó de rodillas, sujetándose el pecho que cada vez la atenazaba más. De un momento a otro las voces de Cristina y Samantha se desvanecieron y lo único que podía oír era la respiración de un enfermo crítico que no asoció inmediatamente a su propio estado.

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Despertó en una camilla. Una mascarilla de oxígeno pegada al rostro, un oxímetro en el dedo y una vía endovenosa en el brazo. «¿Cómo...?», no alcanzó ni a formular la pregunta cuando recordó la gracia de su sobrina. Mandó a volar la mascarilla, el oxímetro y la vía, sin preocuparse del hilillo de sangre que brotaba de su antebrazo. Furibunda, corrió las cortinas que rodeaban la camilla y se topó de frente con una sorprendida enfermera.

―Señora Gonzál...

―¡Cristina! ―llamó, ignorando a la enfermera. Pasó por su lado sin escuchar los intentos de la mujer por calmarla―. ¡Te quiero aquí, ahora!

―Por favor, trate de conservar la calma.

―¿Conservar la calma? ―repitió con una sonrisa sardónica―. ¡¡¡¿Cómo voy a c...?!!!

La tos. La jodida tos. ¡¿Que no pudiera ni gritar en un momento así?! ¿Mantener la calma? Ja. Sí, seguro. A ver si la chiquilla esa que la llevaba de vuelta a la camilla podría hacerlo en su lugar. ¡¿Cómo fue que Cristina acabó metida en algo tan turbio?!

Con esa última pregunta, la rabia dio paso a la frustración y esta, a su vez, a la preocupación. ¿Cómo fue que esa niña tan dulce creció para involucrarse con un asesino? ¿En qué mundo estaba ella que no notó nada extraño?... ¿Y si no se involucró de forma voluntaria? ¡¿Le habrían hecho algo?!

Fue tanto el pesar que no protestó cuando la joven enfermera volvió a poner todo en su lugar. Apenas la mujer se marchó Sara cerró los ojos deseando que, al abrirlos, todo resultara ser solo un mal sueño.

―Sara, me alegra ver que estás mejor.

Abrió los ojos y tuvo sentimientos encontrados al ver a Samantha. Por un lado, su presencia le recordaba que no era un sueño; por otro, de alguna extraña manera le alegraba haberla conocido y tenerla allí, aunque fuera en esas circunstancias.

―¿Dónde está Cristina?

―Está afuera con unos colegas. No puede entrar con el niño de cuatro patas al hospital, así que me pidió que viniera a ver cómo estabas... En realidad, pudo dejar al perro con los oficiales, lo que pasa es que no está lista para hablar contigo.

―No entiendo... ¿Cómo se pu...?

―No es el lugar para hablar de eso ―interrumpió Samantha―. Por lo pronto, dudo que te nieguen el alta voluntaria, pero no voy a permitir que la pidas hasta que me prometas mantener la calma. Por poco no llega la ambulancia, no quiero ponerte en riesgo vital de nuevo... ―La miró con expresión culpable y arrepentida―. Lo siento, no imaginé que la foto tendría ese efecto.

Muerte al pecador #ONC2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora