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Recorrió con la mirada el salón casi vacío. Faltaban cinco minutos para iniciar, y tres cuartos de los estudiantes brillaban por su ausencia. Suspiró desanimada, a ese ritmo más del setenta y cinco por ciento de la clase reprobaría por inasistencia.

«Ya... Que tampoco puedes ser tan inflexible, Sara. Ahora mismo no tienen cabeza para estudiar y no digamos que tú tienes cabeza para enseñar».

―Buenos días ―saludó. Las conversaciones de los jóvenes no tardaron en apagarse―. Les agradezco por presentarse... Pero, lo estuve pensando y, en vista de las circunstancias, no habrá clases hasta nuevo aviso. Les haré llegar las instrucciones para el trabajo autónomo. Pueden retirarse.

El aura sombría y deprimente del salón cambió de pronto. Muchos estudiantes le agradecieron con la mirada y otros murmuraron un «gracias» al despedirse. Sara les sonrió comprensiva a quienes prácticamente huyeron después del anuncio. Si ella estuviera en sus zapatos. no hubiera puesto un solo pie en la universidad solo por cumplir con la asistencia.

―Profe, ¿usted también cree en la abadesa? La real, digo, el fantasma de la campana ―preguntó una chica al pasar frente al mesón destinado a los docentes. El movimiento de la sala se congeló y el silencio invadió el lugar en un instante. Varios pares de ojos se posaron sobre ellas, expectantes―. Dicen que la vieron con la policía en Lake's Abbey.

Sara quedó atónita.

―¿De dónde sacaste eso?

―Bueno... Ya sabe, el tipo ese de Creepychain llamó a todo el mundo a tocar la campana para eliminar pecadores. El amigo de un amigo cayó y fue a la abadía, pero lo detuvieron, obvio. Dijo que usted estuvo allí y la vio hablando con la policía.

Observó a los estudiantes un instante. Por sus expresiones, adivinó que había estado en boca de muchos gracias a su temprana cooperación en la investigación.

―Pues... Sí, estuve allí. Después del funeral de Daniel la policía me consultó acerca de la abadía porque le he dedicado bastante estudio a su historia. Pero no, no creo en la leyenda.

―¿Entonces cómo explica lo que pasa? ―preguntó otro estudiante.

Sara rio. Los efectos del miedo sobre la mente humana llegaban a ser fascinantes en algunos casos. Le parecía increíble que la explicación más lógica que podían dar a los eventos se tratara de la más ilógica.

―No hay mucho que explicar: debe haber alguien escuchando los nombres que la gente menciona en el campanario.

―Pero la policía es la primera en escuchar los nombres y aun así llegan tarde ―rebatió el chico.

―Y, además, se están asesinando entre desconocidos ―comentó tímidamente una chica―. Entre las mismas víctimas.

―Bueno, desconozco las estrategias retorcidas del cerebro detrás de todo esto ―respondió Sara con un tono más hastiado del que hubiera querido―. Lo que sí sé es que, si alguno de ustedes va a la abadía a tocar la bendita campana, solo estará alimentando el ego y las fantasías retorcidas de un enfermo. ―Luego añadió con tono entre jocoso y sarcástico―: Aunque bueno, no se puede descartar nada. En una de esas hasta a una sierva de Dios le da por dejar la tumba para acuchillar pecadores. Estar muerto debe ser aburridísimo y Satán tiene pinta de entretenerse más que Dios.

Sus palabras provocaron algunas risas tímidas y los jóvenes finalmente continuaron su camino, dejándola sola en el salón. Terminó de guardar sus cosas en medio de un suspiro, por muy escéptica y entera que se mostrara delante de ellos, no podía alejar por completo la sensación de peligro y desamparo. Se echó el bolso al hombro y se dirigió hacia la puerta después de otro suspiro. Con o sin fantasma, lo cierto era que la muerte se respiraba en el aire y podría aparecer en cualquier rincón de la universidad. Literalmente. Aparte de los tres primeros, ya habían encontrado otros tres durante la semana subsiguiente al asesinato de esa chica y el supuesto suicidio del joven.

Muerte al pecador #ONC2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora