LYON
Anís prácticamente me empuja al interior de una nave muy diferente a la de papá, la cual se limita a dos asientos el del conductor y el del copiloto, sin embargo esta vez seré solo yo.
No pude ver a Pax antes de irme porque Anís insistió demasiado en que todo se arruinaría si no me iba de inmediato.
Respiro hondo y enciendo los controles. La nave parece cobrar vida, la coloco en piloto automático y ella empieza su cuenta regresiva de despegue. Doy un breve vistazo, debido a los vidrios oscuros se qué nadie me puede ver, pero yo si a la multitud de gente que se ha congregado a ver el despegue. Todos son parte de la organización ya que de esta misión sólo sabemos nosotros.
Doy mis coordenadas al general Amster en cuánto la nave empieza a surcar el cielo. Con mis manos temblorosas tomo el control y dejo que todo lo que me enseñó mi padre acerca de pilotear surta efecto.
Sigo con mis ojos cada rincón de tierra debajo de mi. Jamás había podido presenciar a mi planeta de esta forma, por lo que hacerlo me deja deslumbrado.
Me mantengo en el recorrido marcado por el mapa que hay en una de las pantallas. Estoy en constante comunicación con el general por medio del intercomunicador en mi traje. Todo está fríamente calculado, o eso espero.
El viaje no tarda mucho, puesto que en 30 minutos ya me encuentro sobrevolando la frontera que nadie cruza. Con mucho cuidado doy un parte de vueltas sobre el terreno para asegurarme que no hay peligro y poder aterrizar.
Tras varios minutos así y la confirmación afirmativa del general de que no hay furanos al vista pongo en marcha el aterrizaje. Presiono un botón y este hace de inmediato que la nave se dirija en picada, trago saliva y ajusto con más fuerza el cinturón. Justo cuando ya está llegandoa suelo la nave se suspende en el aire, levitando, como si fuera una pluma cayendo y se desciende delicadamente sobre el árido terreno.
Suelto el cinturón y tras una segunda confirmación de parte del general abro la compuerta de la nave. Bajo por la rampa manteniendo mis ojos fijos en el horizonte. Debo tener mucho cuidado. Agarro una días armas con las que viene equipado el uniforme y apunto en dirección a la nada.
Empiezo a caminar aún con el arma en mis manos temblorosas. Mis pisadas se marcan en arena, pero casi al instante el viento del desierto borra mis huellas. Esto juega un gran punto a mi favor pues pasaré desapercibido.
Sigo caminando unos metros vigilando a la distancia la nave. Lo último que quiero es perderme.
―El lugar es más grande de lo que creímos―reporto al general a través del intercomunicador.
―Está bien. Nos mantendremos atentos.
Sigo caminando, subiendo por las dunas de arenas e intentando mantener el equilibrio ante el viento que hace. Me alejo tanto de la nave que dejó de verla, por un momento entró en pánico pero controlo mis nervios. Debo hacerlo.
Ante inmensidad del desierto me siento abrumado. Fue una mala idea venir solo. Creí en mi completa ignorancia que todo este terreno podría ser revisado en corto tiempo.
Es entonces que me encuentro con una pila de escombros. Parece ser una nave que se estrelló hace mucho en este lugar. Hay varios restos enclavados en la arena. Esto me servirá como escondite provisional en caso de que algo sucede, pero minutos después de pensar eso me doy cuenta que en efecto, es el escondite perfecto.
Intento mover el grueso trozo de mea que bloque la entrada, pero es inútil. Está muy pesada. Me recuesto un momento contra ella para recuperar aliento.
El calor del desierto sumado al uniforme hace que me sienta sofocado. Derrotado caigo a la arena, cierro los ojos por un momento. El sol es despiadado, mis ojos empiezan a picar a pesar de que estoy protegido.

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Dual
FantasyIkenna siempre ha pensado que es especial. Y no especial refiriéndose a que sabe 4 idiomas y sabe tocar el piano, sino especial como si de ella dependiera salvar el mundo. Sus pensamientos no están muy lejanos de la realidad, pues un día descubre qu...