1. -Sobrevivir-

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LYON

"Siempre ten presente esto, la vida está llena de altibajos, no intentes evitarlos porque siempre estarán allí. Solo haz una cosa sobrevive a ellos."

Recuerdo la primera vez que mi padre me dijo esto, tenía tan solo 7 años y mi madre acababa de morir. Las lágrimas aún corrían por mis ojos cuando el me tomó de los hombros como trayendome a la realidad, con voz pausada y una mirada fija me soltó esas palabras.

Por un momento las lágrimas dejaron de salir, aunque puedas pensar que eso es algo muy cruel para decirle a un niño que acaba de perder a su madre, la verdad es que mi padre me dio una lección ese día, me hizo más fuerte. Las adversidades seguirían pasando, porque así es la vida. Todos vivimos en una carrera sin fin buscando la felicidad, creyendo que algún día podremos encontrarla pero no es así. La felicidad no es eterna, es efímero y durará a veces mucho, otras veces no tanto, pero jamás se quedará con nosotros. Es por eso que desde aquel día no hago más que sobrevivir.

Cuando cumplí ocho papá decidió que debía empezar mi entrenamiento, además la guerra en mi planeta que llevaba dos años había llegado a un auge que requería que todos supieran defenderse. Y sí, fueron momentos difíciles para mí en los que tuve que cambiar los juegos por la lucha. A corta edad mi padre me enseñó varias estrategias de ataque, como golpear a tu oponente, e incluso tener inteligencia a la hora de escoger cuando atacar. Cuatro años después de eso la guerra quedó en pausa. Mi padre me dio a elegir, y yo seguí a mi instinto. Nadie estaba seguro en este planeta si seguían existiendo los ataques entre furanos y serenos, razón por la cuál no abandone el entrenamiento y a mis 16 años la OPS (organización protectora de los serenos) me reclutó y me dediqué a seguir de cerca el rastro de los furanos, el cual prácticamente desapareció.

Hasta el día de hoy, casi diez años después del inicio de la guerra.

―¿Estás seguro de lo que viste?

―Claro que sí...era un furano. Su piel era naranja. ―El hombre frente a nosotros luce asustado.

Anís me da una mirada para que continué con el interrogatorio.

―¿Y dice que vio una nave?

―Sí, ya lo he dicho varias veces―dice y se cruza de brazos―. ¿Acaso no me creen?

Anís y yo intercambiamos miradas. Siempre han habido falsas alarmas de avistamientos de furanos, ocasionalmente son niños serenos que se disfrazan de ellos para espantar a la gente. Pero una nave, es un caso especial y hay que tratarlo con cuidado.

―Mire. ―Me recargo sobre la mesa frente a nosotros, a mi lado Anís frota sus manos con ansiedad, claramente eso le causa pánico. A mi también, debo admitirlo―. Es algo que debemos manejar con cuidado. No querrá asustar a la ciudad con algo tan delicado―digo esta vez con un tono más bajo.

―Maldita sea pero si es verdad. Vi a un furano en ese nave. Ese maldito nos está vigilando.

El hombre se levanta con intención de irse de la habitación, al hacerlo la silla cae contra el suelo generando un gran estruendo en la pequeña habitación.

―Tranquilicese señor―espeta Anís levantándose de su silla también.

―Lo lamento, no era mi intención. Es que todos parecen ignorarme. Deben hacer algo, ustedes son nuestra esperanza.

―Y lo haremos. Pero debe prometer una cosa, lo que dijo aquí jamás saldrá de su boca. Escucho. Jamás.

El hombre me mira fijamente por unos segundos atemorizado del poder de convencimiento que tienen mis palabras sobre él. Algo atemorizado y confundido sale de la sala sin despedirse, como si huyera.

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