donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad, era un viejo seto que servía de
frontera con el gran bosque, pero nadie lo había cuidado en los últimos veinte años,
y se había convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado que el
seto había dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las
gallinas que andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de
conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Al
atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto entre los arbustos. Era
como una pequeña cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para
meterse por el seto. El Callejón era tan grande que casi podía estar de pie, pero ahora
se sentó sobre unas gruesas raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un
par de minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los
agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenía una especie de vista
panorámica de todo el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando
andaban buscándola entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oía hablar
del jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba sentada en su callejón contemplando
su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en el
inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no
sería preciso buscar una respuesta sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo
desde siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es,
tiene que haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber
nacido en algún momento de algo distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa
tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía entendió que simplemente había
aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de
donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible
como pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó
aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo.
Podía aceptar que Dios había creado el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó
él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se
rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría
sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí mismo» con lo que crear. En ese caso,
sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había
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El Mundo de Sofía
Aventure"El que no sabe llevar su contabilidad Por espacio de tes mil años Se queda como un ignorante en la oscuridad Y solo vive al día." Goethe