Silvestre

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—Inversiones Cj llamó-me notificó Karen- Quieren que le escanees las facturas del mes y se las envíes por correo, las necesitan.

Karen seguía hablando sobre el montón de cosas que debía hacer al llegar a la oficina, la semana recién empezaba y yo ya deseaba que fuese viernes. Eran al rededor de las 7:30am, por alguna extraña loca razón que aún no lograba entender, había aceptado la invitación de ir a desayunar con Karen, mi jefa. Aunque, yo ni siquiera tenía hambre.

—¿Qué ordenarás? -preguntó mirando el menú

—Sólo un café.-dije sin vacilar-

—Buena elección,-dijo mirándome de arriba abajo-estás un poco gorda.

En cualquier otra ocasión, ese comentario se hubiera metido en mi mente y me torturaría, pero hoy no fue así, mi cuerpo estaba ahí, sentado frente a Karen Indave, una gran empresaria compartiendo el desayuno en una pequeña cafetería que a pesar de que aún no eran ni las 8:00am, estaba abarrotado de gente, en su gran mayoría, empresarios. Pero mi mente, no estaba en el mismo lugar, se encontraba en una pequeña cabaña, con mi novio, compartiendo una buena taza de café, mientras platicábamos de cosas simples de la vida.

—No haz probado el café-dijo Karen sacándome de mi fantasía momentánea.-

—La verdad es que no tengo apetito-confesé al fin.

—Bueno.-respondió sin muchos ánimos de platicar, lo cual fue un gran alivio.

Me dediqué a observar cómo devoraba su emparedado y bebía su café. Luego pidió la cuenta y nos marchamos. Caminamos, ya que la cafetería quedaba muy cerca de la oficina. Ella continuó hablando sobre el montón de cosas que me esperaba al llegar a la oficina, yo sin embargo me limité a solo a asentir mientras no hacía más que mirar el piso, desde aquella vez que de niña me encontré un billete en la calle al regresar de la escuela, lo hacía, esperando encontrar otro. De pronto, un pequeño maullido atrajo mi atención, a pesar de el gran ruido que hacía en la ciudad, con cientos de coches tocando el claxon, yo podía distinguir un maullido. Traté de localizar el lugar de donde provenía, la sola idea de un pequeño gato atrapado, me rompía el corazón.

—Karen, haz silencio un momento-me atreví a decir-

—¿Uh?-respondió levantando una de sus perfectas cejas-

—¿Lo oyes?

—¿Qué cosa? -dijo mirando a todos lados-

—Nada. Debe ser solo idea mía. -me rendí-

Seguimos caminando. Y lo escuché de nuevo.

¡miau! ¡miau!

No era un maullido de alegría como el de mi gata al verme llegar a casa, era uno triste, era como si ese pequeño animal estuviera usando sus últimos ánimos para llamar la atención de alguien y que lo socorriera. Tenía que encontrarlo. Comencé a mirar a todos los posibles lugares donde un gato podría haberse metido en problemas, árboles, agujeros, rejas, pero no lo encontraba. Estaba a punto de rendirme cuándo lo vi y mi alma se partió en mil pedazos:

Era un pequeño gatito, de seguro no pasaba de tener un mes de vida. Lo más probable era que algún inconsciente le hubiese arrebatado a una gata sus pequeñas crías y dejarlas en la calle a la deriva, sentí un fuerte escalofrío solo de imaginarlo. Su pelo era blanco, el cual lucía sucio y maltratado. Con algo de negro en ella, algo similar al gato Silvestre, ese de la caricatura. Una de sus orejas estaba mordisqueada, de seguro por algún perro. Estaba extremadamente delgado, su mirada era triste, la más triste que alguna vez pude presenciar. Sentí como un nudo en mi garganta se fue formando, las lágrimas amenazaron con salir y entonces...

—¿Qué crees que haces? -dijo mirándome de reojo-

No podía hablar, iba a notar mi debilidad, además no estaba segura de poder hablar sin derramar algunas lágrimas.

—Aléjate de ese animal, esta todo sucio y sabe Dios si también enfermo-dijo con repulsión- y apresúrate, ya casi son las ocho, Inversiones Cj esperan las facturas.

Estuve a punto de marcharme, y dejar a ese pequeñín a la deriva, como alguien más ya había hecho, pero sus pequeños y tristes ojos verdes, me rogaban que no lo hiciera.

—Te alcanzo en un minuto-titubeé-

Me lanzó una mirada amenazadora, pero lo único que ahora me importaba era tratar de ayudar aquel pequeñín, entré a la cafetería y pedí un emparedado de atún y una botella de agua, el mesero me miró extrañada, hacía solo minutos había afirmado que no tenía apetito.

Separé el pan del atún y saqué de mi bolso una pequeña taza que siempre llevaba conmigo en caso de encontrarme algún animal muriendo de sed y vacié la mitad de la botella de agua en ella. Pero el pequeño gatito no hizo ademán de probar nada. De seguro está asustado o no sabe comer-pensé- Y cuándo hice el intento de tomarlo con mis manos para alimentarlo, una parte de mi se desgarró, era extremadamente liviano sabe dios cuánto llevaba sin comer, pero eso no fue lo más doloroso, lo más doloroso fue darme cuenta de que le faltaba una de sus pequeñas patitas. Dios, ¿Cómo había gente-si es que puede llamársele así- capaz de tirar pequeños animales,que ni comer saben, a la calle, sin pensar en los riesgos de que sean arrollados o en que podrían encontrarse con alguien peor que ellos? Aún peor,¿Cómo podían las personas caminar por las calles, ver gatos o perros, muriendo de sed y hambre y hacer como si no los vieran? ¿Cómo podrían algunas personas no tener corazón? Sentí deseos de apretarlo contra mi cuerpo y que sintiera mi cariño, pero me daba miedo, me parecía que era muy frágil. Miré mi reloj, 8:24am llevaba veinticuatro minutos de retraso, Karen debía estar muy enojada. Tomé al pequeño animal, y lo coloqué debajo de un árbol, donde el sol no pudiera darle,junto a el coloque el atún y la taza con agua, ya compraría otra. Lentamente me alejé de aquella escena que tanto dolor me producía. La vida era dura, aún más para un pequeño animalito. 

Ven y te cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora