Capítulo 2

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Esa noche no sería la única vez que se verían; pues, desde entonces, el niño comenzaría a lustrar zapatos cerca de donde ese hombre tenía su pastelería, y la razón era muy sencilla, pues el pequeño, muy asombrado, se había fijado que las personas que se marchaban con sus encargos, siempre lo hacían con una hermosa sonrisa en los labios, contagiándolo también con esa alegría y entusiasmo.

Un par de semanas después de ese primer encuentro, tanto el cadavérico lustrabotas como el talentoso pastelero, continuaron con su rutina diaria mientras demostraban absoluta indiferencia el uno por el otro, pero era lo opuesto en realidad, aunque ambos tenían excesivo cuidado de que no se notara.

Hasta que un día, antes que abriese su pastelería, Elle se acercó a este frágil e inocente niño para conversar con él, pues había cierto tema que le estaba molestando desde hacía algún tiempo y necesitaba una pronta respuesta a su inquietud.

Hasta que un día, antes que abriese su pastelería, Elle se acercó a este frágil e inocente niño para conversar con él, pues había cierto tema que le estaba molestando desde hacía algún tiempo y necesitaba una pronta respuesta a su inquietud

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—Buenos días, pequeño.

—Hola —respondió, a su vez, con gran timidez—. ¿Le lustro a usté, eñor?

—Sí, por favor.

—¡Siéntese pué! —exclamó radiante, sacudiendo la silla con su paño.

El talentoso pastelero obedeció sonriendo, pues su verdadera intención era conocerlo un poco más y no quería desaprovechar esta oportunidad.

Primero hablaron sobre temas triviales para que el cadavérico lustrabotas se relajara un poco y confiara en él y únicamente cuando sintió que así era, comenzó a hacerle preguntas un tanto más personales.

—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó con calidez.

—Matt.

—¿Matt qué?

—Matt, no ma', eñor.

—¿No tienes apellidos?

—¡Na'! —expresó, alzándose de hombros—. ¿¡Pa' qué!?

—¿Y qué edad tienes, Matt?

—Siete.

—Eres muy chiquito —señaló conmovido.

—¡Casi ocho oiga!... En... febrero —indicó, mencionando un mes al azar.

—¿Sabías qué falta bastante para eso?

—Pero igual seré yo más grande que hoy, ¿no?

—Es verdad, ¿y desde cuándo qué trabajas?

—¡Desde que tengo memoria pué! —respondió por inercia, muy concentrado en su labor.

—¿Y no te gustaría jugar?

—¡Uf! ¡Eso estaría rebien oiga!

—¡Así es! —exclamó Elle, poniéndose muy serio abruptamente—, deberías estar jugando, no haciendo esto.

El Mejor Regalo de TodosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora