Al lado de mi trabajo hay un hotel al que eché el ojo hace mucho. Es el típico hotel para ejecutivos que vienen a cualquiera de las múltiples ferias que se organizan en el recinto de al lado.
Es el sitio perfecto, porque está cerca del Barrio de Montmartre y porque aquí no puede vernos nadie que nos conozca. Así que, cuando quedo con ella, lo primero que hago es reservar una habitación por teléfono para el día convenido.
Ese día salgo de la oficina demasiado pronto, mucho antes de lo que hemos quedado, porque quiero llegar antes que ella. Necesito un tiempo para estar sola antes de que ella llegue.
Quiero estar tranquila durante un rato en la habitación y que el tiempo que falta hasta la hora de la cita me ayude a tranquilizarme. Intento no pensar mucho porque, a veces, pienso demasiado. Intento no pensar en ella y pongo la televisión, pero me doy cuenta de que no veo nada, de que no me la puedo quitar de la cabeza: sólo con pensar en ella todo mi vello se pone de punta, como si ya la estuviera tocando...
Estoy sentada en la cama y abro un poco los muslos de manera que mi clítoris se aplaste contra el colchón; ese contacto, esa presión, impide que pueda olvidar ni por un momento lo que estoy haciendo en esta habitación de hotel un martes por la mañana.
Estoy engañando a mi mujer, y ella va a engañar a la suya.
Por fin llama a la puerta, abro y entra Ana con esa sonrisa suya que tanto me duele. Al verla es como si me vertiera, como si todo lo de adentro saliera afuera; el corazón, la sangre, las tripas, el sexo, los músculos, todo se vacía y vuelve después a llenarse en un movimiento que me incendia por dentro.
Estamos de pie frente a frente, mirándonos. Ni siquiera nos hemos saludado porque yo, como siempre que estoy con ella, no se qué quiere de mí; no sé lo que ella preferiría que yo hiciera, porque no suele hablar mucho y yo, que me gusta contarlo todo, me quedo paralizada con su silencio.
Entonces alza su brazo y restriega su mano cerrada contra mi boca hasta hacerme daño y, cuando ya me voy a quejar, abre la mano y me acaricia los labios con los dedos; con sus preciosos dedos, delgados y huesudos, que parecen hechos nada más que para introducirse en todos mis orificios.
Su dedo perfila primero mis labios cerrados y después presiona para abrirlos, y ese mismo dedo recorre mis dientes y después mis encías para buscar mi saliva y con ella empapar mis propios labios.
Por fin, agarrando la cara con la otra mano, me abre la boca y me mete un dedo, dos, tres; y yo los chupo, los acaricio con mi lengua, los recorro, los succiono mientras ella los mete y los saca y recorre todos los intersticios de mi boca.
Después es su mano entera la que juega con mi boca, la palma de su mano la que aplasta contra mi cara; es su mano la que intento lamer y es su dedo pulgar el que me trago.
Por fin se cansa de este juego y se decide a besarme. El beso de Ana, que reconocería ante cualquier otro beso, que es tan extraño, tan diferente.
Mete su lengua en mi boca, la recorre entera, me muerde los labios, me llena la boca de su saliva. Yo gimo y retrocedo, porque siento que me falta el aire, los pezones me duelen, el clítoris hinchado y palpitante me avisa de la necesidad que tiene de que le toque y le descargue.
Por eso quiero que su mano presione ahí: en el centro neurálgico de mi desesperación, aunque sea por encima del pantalón. Le cojo la mano y se la llevo hasta ese lugar, que me desespera y del que siempre me falta ella, y se la aprieto contra mí.
Pero aún no es el momento y por eso, desasiendo su mano de la mía, que busca retenerla en mi entrepierna, me da una bofetada que sirve para mostrarme, por si me quedara alguna duda, quién manda ahí, por si no lo había entendido.
Ana, naturalmente. Su bofetada, que ha dejado mi mejilla encendida y caliente, me ata a ella más fuertemente que si me pusiera una correa al cuello: así fue desde el principio, y así será siempre.
Entonces me sube la camiseta por encima de las tetas; ya sabe a estas alturas que nunca llevo sujetador. Me pellizca los pezones, me los acaricia primero con suavidad, después con más fuerza, hasta que consigue ponerlos duros y erguidos, y después me los succiona.
Me desabrocha el pantalón y, metiendo su mano por debajo de las bragas, pone su mano en mi coño, y sólo ese contacto ya supone un placer tan intenso que tengo que poner mi cabeza en su hombro y respirar hondo, apenas me puedo mantener en pie.
Empieza a apretarme el clítoris rítmicamente y siento que me voy a correr, pero Ana no quiere que eso ocurra y por eso, cuando siente que ya estoy a punto, me empuja hasta la cama, me pide que me desnude y lo hago. Me dice que abre las piernas y lo hago.
Y durante un rato que se me hace eterno me mira ahí, bien abierta, expuesta, abierta solo para ella, y entonces se quita el abrigo (aún no lo había hecho).
Lo deja en una silla y saca del bolsillo un dildo y un condón, y se lo pone despacio y con cuidado.
Normalmente, no me gusta nada que me penetren pero, en casos excepcionales es, sin embargo, lo que me da más placer. Disfruto cuando es una mujer que me gusta mucho, no lo soporto si es un hombre o alguien que no me interesa demasiado.
Me gusta mucho cuando esa mujer me gusta tanto que necesito que me llene y que entre dentro; me gusta sentirme abierta, vulnerable, penetrada y poseída cuando esa persona puede de verdad poseerme, y Ana es la única que puede hacerlo.
No me correría sólo con el dildo, pero si me presiona el clítoris al mismo tiempo, ella o yo misma, entonces el orgasmo es intenso y muy, muy profundo.
Yo misma me masturbo ahora, porque Ana está con una mano en el dildo y con la otra tiene los dedos en mi boca. Siempre me corro mejor si tengo algo en la boca.
Podría decir que esta persona que tiene una mano en mi boca y otra en mi coño, esta persona a la que nunca veo pero con la que siempre sueño es lo más importante que me ha pasado en la vida, pero si lo dijera puede que no le gustara oírlo, así que no digo nada y me dejo llevar por el placer que ya viene y que me llevará muy lejos, allí donde siempre quiero estar porque no hay un lugar mejor que ese.
Me corro profunda, larga y silenciosamente porque no soy yo muy escandalosa en el orgasmo. Siempre me retengo para gemir o gritar.
Ana se desnuda y se pone encima de mí y yo comienzo a acariciarle la punta del clítoris con la misma indecisión de siempre, porque me atenazan los nervios con ella, sólo con ella me pueden.
Está empapada, está chorreando, así que es fácil deslizar el dedo. Y no dice nada, no dice lo que le gusta y lo que no, así que me muevo entre tinieblas con respecto a ella.
Finalmente, cuando comienza a correrse, grita y jadea sobre mi hombro y un líquido caliente mancha mis muslos, está eyaculando mientras su placer parece ser inmenso y largo.
Nunca mediamos palabras, lo único que necesitamos para comunicarnos es sentir el cuerpo de la otra...
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Relatos Lesbicos ~ Shots
Short Story⚠️ ADVERTENCIA ⚠️ Son historias cortas para mayores de +16... 🏳️🌈 Historias solamente lésbicas 🏳️🌈 Algunas de las historias pueden contener fuerte contenido sexual y sadismo.