03- La Mariposa Entre Las Espigas.

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Lemew sabía muchas cosas, demasiadas a su parecer. Era preocupante lo que ese pequeño cuerpo que a penas sí podía soportar el frío de las noches de invierto aún con el calefactor encendido era capaz de guardar. A veces le gustaba pretender que su memoria se había borrado mientras cortaba las frutas para la merienda de Pequeño Cato, preparaba las camas de las habitaciones o se dedicaba a quitar hasta la última mota de polvo de las estanterías de madera antes de que el dueño de la casa llegase luego de un día pesado enfrentando la vida después de la viudez. Sin embargo siempre existía un factor que le recordaba de golpe todos los secretos que resguardaba en el rosario que colgaba de su cuello, y que había sido un regalo de su abuela antes de fallecer, quien de paso le había pedido a un amigo que grabara su nombre en la parte de atrás en una de las pequeñas bolitas que constituían el cuerpo de la cadena, como con un granito de arroz.

Como Gary, la amistad había comenzado con Cassarella. Sólo con ella, puesto a que Avocato ni siquiera parecía soportarla. Y ella tampoco a él, por muchas razones que jamás se atrevió a comentar en voz alta cuando ella aún estaba con vida. Ambas se habían conocido durante su infancia paseando en bicicleta en los senderos de las gigantescas montañas que rodeaban Hoknowe, un lugar parecido al valle donde se desarrollaban los eventos de la película japonesa que tanto le gustaba, pues eran vecinas y jugaban a ser piratas al salir de clases. Y cuando ella decidió escaparse de su amada ciudad, dejando atrás una vida llena de lujos y comodidades, la cual incluía a sus padres Barttetlemeow y Cathsiopeia, a sus hermanos Cole y Cathnaira, a un ex-novio con el que debía casarse en mayo y a un árbol de cerezos en flor Lemew optó por la idea de buscarla justo cuando le dieran el certificado del curso de enfermería que estaba realizando por presión de su tía para asegurarse de que estaba pasándola bien y así poder estar tranquila cuando se regresara a Hoknowe, o a Ventrexia, o a donde se le ocurriese marcharse. Fue así como se reencontraron años más tarde, a costa de un plan perfectamente elaborado, en Helvacoff, en una cafetería, con ella pidiendo un pastel de cheesecake, estómago hinchado, zapatos bajos porque los de tacón alto siempre le causaron vértigo, bufanda a cuadros, justo cuando la gata anaranjada -que Dios la tenga en su santa gloria- estaba en la espera de su segundo hijo y ella, Lemew, se daba cuenta de que no iba a dejarla escaparse otra vez.

(***)

Había nacido ciego, pero podía ser peor. Al menos caminaba, y ésto lo agradecía en silencio algunas veces. También tenía el milagro del habla, aunque a menudo prefería no hacerlo. Una gran casa, personas que se preocupaban por él. Jamás le faltaba la comida en el plato, no como a los niños de las noticias; por algo su padre tenía un empleo que odiaba, aunque en ocasiones creía que estaba mintiéndole. Era un niño bastante afortunado, a pesar de no poder ver nada de las cosas que ocurrían a su alrededor. Sin embargo, ¿a quién le gustaría mirar los carros pasar, y los charcos de gasolina formándose en el asfalto caliente, mientras un conflicto bélico se llevaba a cabo justo detrás de los altos muros de la inconsistente inocencia de la nada misma?

Por defecto -y más que todo, por adaptación para su propia supervivencia- las sensibles orejas de Pequeño Cato captaban cualquier sonido a la distancia. Y un acto reflejo hacía que su cabeza se moviera hacia esa dirección. Esa mañana hacía tanto ruido fuera de la casa que cualquier persona pudo haber jurado que un tornado estaba arrancando los pórticos de cada vivienda, y a él le gustó, porque conocía ese sonido, que hace ya varios años, unos dos o tres luego de la muerte de su madre y de su hermano no había vuelto a escuchar.

A Lemew casi le da un infarto cuando le encontró de pie junto a la ventana del primer piso, como si mirase trás él cristal todo lo que se desarrollaba justo al lado de la casa: un camión de mudanzas, dos personas bajando de un auto y alguien gritando que ya estaba bueno, bajen todo con cuidado. La gata le reprochó el no haberle dicho que quería bajar hacia la estancia, aunque en realidad estaba a punto de preguntarle cómo había bajado las escaleras sin ayuda, cuando Pequeño Cato, excitado, exclamó "¡tenemos vecinos!".

La sintió moverse justo a su lado, corriendo las cortinas, y con una sonrisa confirmar que era cierto.

-¿Regresaron los Pleromsky? -preguntó.

-No, no -respondió de inmediato, palmeandole el mohawk con la pata libre-. Los Pleromsky se fueron del país, ya te dije. Es una familia nueva.

-¿Tienen un hijo, como los Pleromsky?

-Creo que no... ¡Ah, sí! Sí lo tienen. Está parado junto a los pinos de adorno.

Pequeño Cato no pudo reprimir un saltito de alegría que hizo a la gata reaccionar de inmediato. Su cola se movió con entusiasmo; aquello podía significar que tal vez podría tener un nuevo amigo, uno menos extraño, y que no le torciera el brazo cuando comenzaba a hablar más de la cuenta.

-¿Cómo luce?

-Es un gato blanco con un leve destello amarillo -le explicó-. Y también tiene una orejita pintada de marrón.

Pequeño Cato frunció levemente la nariz, tal como lo hacía cuando algo le resultaba extraño; ¿de qué color era el marrón, y qué demonios significaba eso del destello amarillo? No le dió importancia y soltó un ligero comentario al aire:

-Se escucha lindo.

-Lo es.

-¿Tiene mi edad?

Esta vez ella se quedó callada, observando cómo las personas se movían de un lado para el otro, trasladando las grandes cajas selladas hacia el interior de la casa.

-No se ven tan pobretones. ¡Wow...!

-Lemew...

-¿Sí?

-Otra vez -le tomó de la falda-. ¿Tiene mi edad?

-Se ve un poco alto como para tener catorce. Tal vez quince, como mucho.

-¿Podríamos invitarlos a venir?

-¿Hablas de a la familia completa, o sólo lo quieres a él?

Calló. Pequeño Cato se escondió trás su espalda, casi pisándole la cola, mientras sus dedos iban a parar en el cascabel atado a la muñeca que llevaba desde siempre, puesto allí, según le habían contado cuando preguntó, por iniciativa de su mamá para encontrarlo cuando se caía de la cuna y se paseaba libremente por toda la habitación hasta esconderse detrás del ropero, tocador o debajo de las camas.


-Tal vez -masculló-, podríamos ser amigos...

-A tu papá no le gustaría la idea.

-No se tiene que enterar...

-¿No se tiene que enterar?

-Sí, lo sé. Es una idea estúpida. Perdón.

-Mira -le dijo-, sé que no te gusta estar con Ash. ¡Pero deberías darle una oportunidad!

-No quiero. Es mala conmigo, me pega si no le doy la razón. No me gusta ser su amigo. Ella me da miedo.

-Bueno, ya sabes lo que dicen: las niñas que molestan a los niños es porque están enamoradas de ellos.

-Pero a mí no me gustan las niñas.

-¿Y tú cómo sabes eso?

-Por favor, Lemew, invítalos a venir. Será rápido. Y prometo tratar de soportar a Ash.

Ella iba a replicar cuando el teléfono que se encontraba junto a las estatuillas de cerámica resonó con fuerza en la otra estancia. Sus orejas se pusieron rígidas, captando el estruendoso pitido entrecortado que se prolongó durante unos segundos, en bucle. Lemew le puso una de las patas en el hombro. Le dijo que se quedara donde estaba mientras ella iba a atender, prometiéndole que luego retomarían la conversación, pero en otro momento, como si estuviese tratando de evadir el tema por alguna razón, porque ciego sí era, más no por eso debía ser tonto. El Ventrexianito le hizo caso, sosteniendo las cortinas que apestaban al perfume de lavanda que usaba su niñera, que a veces llevaba falda, y otras pantalón de vestir, con la nariz pegada a la superficie del cristal, como si realmente pudiese mirar que desde el otro lado de la cerca pintada de blanco, justo junto a los pinos de adorno y un horrendo gnomo de jardín de gorro rojo, en vez de llevar la pesada caja que rezaba "cuidado - frágil" en la parte inferior izquierda de la misma a alguien le había llamado la atención y, con la misma intensidad de su sonrisa, lo saludaba amistosamente.

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2022 ⏰

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On Rotten Ground [Little Cato | GaryCato AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora