La gente consideraba a Gary como un rayo de luz andante, conquistar corazones era un don que se le había otorgado en algún punto, quizás antes de haber nacido. Era, junto con Pequeño Cato y las fotos que guardaba bajo su cama, una de las pocas personas que podían sacarle una sonrisa genuina. Por ello es que cada mañana frecuentaba el café de los GoodSpeed.
Ya lo conocía, un puro bastante fuerte para enfrentar la vida. Y aunque no era necesario, Gary a veces dibujaba un corazón en la etiqueta, justo al lado de su nombre. Otras, le acompañaba la bebida con sencillas galletitas de avena en forma de pinos y hojas de arce. O le daba un pedazo de pastel de fresas con crema para que se lo llevara al lindo ventrexianito en casa. La amistad había empezado con Cassarella, así que era otro de los grandes soportes emocionales que Avocato tenía a casi siete años de su fallecimiento.
De hecho, gracias a él fue que la conoció. Aún podía recordarlo; no había tenido un buen día, sus notas estaban por el suelo. No era mucho de tomar café, pero era muy temprano como para comprar cerveza y la frase esa de «es que son las cinco en punto en algún lugar» no le servía como las otras veces. Así que, bueno: creyó necesitar algo fuerte que suplantase al alcohol. O galletas. Y entonces el rubio se le acercó a preguntarle su pedido para luego gritarle algo a su compañera de trabajo, quien le respondió de forma tosca que “cerrara la boca”, y que ya mejor se dignara a pagarle los veinte dólares que le debía desde octubre. Ella estaba sentada en la barra, usando el delantal aquél que, entrada la confianza, le pediría amablemente atarle tras la espalda, contrastando a la perfección con sus shorts de mezclilla y unas zapatillas azul celeste, y, aprovechando sus cinco minutos de descanso, garabateaba algo en su libreta de bolsillo, puesto a que el establecimiento se encontraba vacío en casi toda su totalidad, a excepción de él, claro, y de un solitario hombre que esa tarde decidió vestirse con un impermeable naranja.
Naranja..., como su pelaje. La Ventrexiana le había parecido muy bonita. Y cuando finalmente decidió por levantarse de su asiento y enfrentar al rubio, dirigiéndose a la mesa con las patas apoyadas en sus finas y afiladas caderas juveniles, los labios curvados hacia abajo, con las cejas alzadas, rostro alargado y fastidiado. En ese momento por fin pudo cruzar miradas con ella, y ella lo miró con ojos brumosos antes de sonreírle, presentándose luego de manera cordial y serena, con un tono de voz meloso de acento cantarín, cosa que lo obsesionó. Y pues sí, fue un comienzo un poco vulgar, que muy bien habría olvidado llegando a su casa de ser Cassarella otro tipo de chica, porque muchas habían conocido sus sábanas en sus días de colegiatura, y todas eran más bellas que la que años más tarde se convertiría en su esposa en una ceremonia privada. Pero algo en la calidez de sus ojos amorosos, y en sus colmillos que sobresalían al hablarle, junto a la forma en la que pronunciaba su nombre de manera errónea, o lo observaba por segundos antes de apartar la mirada, apenada, supo cautivarlo. Tan portentosa, tan perfecta pensó que era, como las primeras gotas de lluvia que caen sobre el asfalto, indicando así el comienzo de la temporada de otoño.
Pensaba lo mismo de Gary, aunque él era más una estival brisa veraniega. O un sol, de esos que deslumbran en el horizonte en pleno mediodía: insoportable y odioso, aunque te alegras de que esté allí cuando piensas en los contras del aguacero torrencial. Avocato aprendió a disfrutar de su compañía. Luego de obligarlo a jugar por ocho horas seguidas al póquer después del funeral de su esposa, justo cuando casi caía en las garras de la depresión, y pensaba que el veneno para ratas se veía muy solo en la encimera, claro está. Porque intenso era. Y bastante. Pero los días eran mejores cuando él se encontraba cerca, debía admitir. Los complementaban sus abrazos, cálidos, y sus manos, siempre frías, que apretaban con fuerza las suyas, con intenciones de no soltarle. Nunca.
Pero lo más lindo que tenía, según Avocato, eran sus ojos, azules, que brillaban como dos zafiros en plena oscuridad, y que lo miraban directamente, con una confianza casi imperceptible. No supo en qué momento –por qué o cuándo fue que– comenzó a pensar, de manera como inconsciente, que podría perderse en ellos para toda la eternidad.
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On Rotten Ground [Little Cato | GaryCato AU]
Fiksi Penggemar-No me dejes -susurró. -Jamás lo haría -respondí. -------------------------------------------------------------- ⓘEste es un trabajo hecho por y para fans. ⓘLos eventos previos y los personajes mencionados NO son de mi propiedad intelectual. Pertene...