Escenas con sabor a hiel

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Todo estaba pasando muy rápido. Demasiado rápido. O al menos esa era la manera en la que Izuku justificaba para no decir que estaba distraído durante todo la cena del Gamos que ahora se estaba dando en su nuevo "hogar" y que era apenas apelmazado por un discurso de los matrimonios largos, fieles y amorosos dado por Nemuri.

Los dioses e inmortales del Panteón se habían arremolinado en todo el jardín y el salón principal del palacio de la nueva pareja, pues Shoto había dispuesto de que el salón se conectara directamente por el jardín con unos arcos de punto y una escaleras de mármol que llevaban a aquel esplendoroso jardín, en donde estaban dispuestas pérgolas llenas de enredaderas y flores; mesones largos de madera con comida copiosa y abundante vino; música y actuaciones interpretadas por las musas. Todo era un ensueño de boda.

Dentro del salón del trono se encontraban en el mesón central los nuevos esposos, junto a la compañía de los reyes del Olimpo, comiendo y recibiendo aquellas felicitaciones y regalos que el Panteón les disponía.

Shoto estaba de lo más ilusionado, llenando de atenciones, cariño, premura y dulzura a su nuevo esposo, quien le sonreía tan radiante y tan feliz, que el dios de ojos bicolores no creyó que eso le estuviera pasando a él. Izuku, por otro lado, trataba de mantener firme aquel halo de felicidad que todos se estaban comiendo, o al menos la mayoría lo creía así.

Nemuri desde su mesa veía de soslayo aquella imagen de los nuevos esposos, agradeciendo aquellas felicitaciones que la mayoría de los mortales y algunos dioses le daban a la nueva pareja. La mayoría de los dioses estaban apostados en el jardín bebiendo con solemnidad las copas de vino y a penas probando bocado, muchos de los dioses varones lucían una mueca circunspecta, otros apenas se distraían con las atenciones de la compañía de Aoyama que Mineta había traído con mucho esfuerzo y algunos sentían que la envidia les bullía como una olla al fuego.

Denki estaba apostado en un lecho hecho de pieles, mantos y almohadillas de plumas, a penas bebiendo de su copa y mirando de soslayo a Calíope que cantaba la leyenda del Minotauro, quien había perecido en manos de un príncipe mortal y de su tragedia. Y por un momento el dios mensajero sintió que su vida amorosa era eso: una tragedia.

— Esa cara si es digna de una tragedia — dijo una voz detrás de él.

— Piérdete Camie —respondió sin humor el dios mensajero, tomando otro trago de su copa.

— Tendrás que esperar hasta Otoño para irme — sonrió la rubia mientras entraba en el campo de visión de Denki.

El dios mensajero bufó y después no pudo evitar que su sobrina, hija del dios de la agricultura Sero, se sentará a su lado. El rubio no deseaba compañía en esos instantes. Lo único que deseaba en esos instantes era tener las pelotas suficientes para pegarle al dios de la forja, secuestrar a Izuku y desaparecer del Olimpo para hacerlo suyo y solo suyo.

Aquellos escalonados y rumiantes celos borboteaban desde su estómago como una bullente lava caliente, haciéndole tener una actitud impropia de él. Circunspecto, serio y evasivo. Odiaba no poder ganar aquello a lo que tanto se aferraba. Odiaba plenamente perder. Pues su orgullo era igual de grande como la reputación que presidia de su rapidez.

— Es raro verte molesto, tío — dijo la joven con suspicacia — debe ser un problema grandísimo con el abuelo o te han mosqueado alguna tarea...

— Lo que sea que me incordie o moleste, es solo asunto mío, Camie.

— Estamos rabiosos, debió haber sido algo malo — respondió socarrona la rubia, sonriendo gatunamente, quería ver hasta qué punto colmaba la paciencia de su tío.

Doux DieuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora