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Llevó el tenedor a la boca y lo cerró sobre el delicioso trozo de pastel que albergaba el mismo. Gimió con deleite al sentir el dulce sabor explotar en su lengua, llenando cada rincón de su boca. Masticó y saboreó, con los ojos cerrados, para poder apreciar mejor tan exquisito manjar.

Sintió al bebé removerse en su vientre y puso la mano sobre la hinchazón de su barriga, acariciándola en lentos círculos hasta que el niño se calmó. Cuando abrió los ojos nuevamente, ocho pares de ojos la observaban, críticos, casi como si fuera la primera vez que la veían.

Sus mejillas se tiñeron del más puro rojo carmesí. Dejó el tenedor sobre el plato, odiando el pedazo de tarta que aún quedaba sobre la delicada porcelana, sabiendo que ahora no podría comérsela, no como deseaba, al menos, disfrutando hasta la última miga.

Era algo que tenía que hacer a solas porque... bueno... el embarazo había exacerbado su apetito pero también sus papilas gustativas estaban más sensibles. Así que comer se había convertido en algo horrible porque, si lo hacía delante de su prometido, despertaba en él otros apetitos que nada tenían que ver con la comida. Y, si lo hacía delante de otras personas, estas se la quedaban mirando como si nunca hubiesen visto a una puñetera mujer embarazada.

―¿Qué?―preguntó, la irritación filtrándose por cada una de sus palabras.

Sus damas y damos de honor―Karui, Samui, Shino y Kiba―se sonrojaron culpablemente y desviaron la vista. Hinata respiró hondo, buscando calmarse, tal y como hacía en las sesiones de yoga para embarazadas a las que iba.

―¿Está bueno?―preguntó Karui, sonriendo con diversión. Hinata suspiró.

―Sí... ―Miró con desesperación para todas las muestras que había desplegadas por toda la mesita redonda―. No sé por cuál decidirme... Todos están tan ricos... ―El anhelo apareció ahora en sus ojos.

Kiba soltó una carcajada y Shino sonrió casi imperceptiblemente, ajustándose la corbata de su traje.

―¡Es cómo cuando salíamos del instituto y pasábamos por delante de tu pastelería favorita! ¡Te quedabas mirando como diez minutos para los rollos de canela!

―¡Kiba!―exclamó Hinata, abochornada, llevando las manos a su rostro para esconder su rubor de vergüenza.

Karui y Samui rieron y eso solo hizo que se hundiera aún más en la cómoda silla en la que se encontraba sentada.

―¿Hinata? ¿Está todo bien?―Hinata salió de su escondite un momento, topándose con la figura ancha y rellenita de Chōji Akimichi.

Al igual que Ino, Chōji había sido un compañero de instituto de su mismo curso y con el que había retomado el contacto cuando regresó con Naruto de la universidad. Era muy buen amiga de Ino y esta se lo había recomendado cuando, en los preparativos para la inminente boda―que se celebraría en mayo, un par de meses después de que diera a luz, así le daría tiempo a recuperar algo de su antigua figura y no se sentiría como un horrible ballena hinchada―andaban mirando diversas empresas de cáterin.

Sonrió al nervioso chef, que se retorcía las manos, ansioso por saber su veredicto. Miró de nuevo un segundo para todas las deliciosas tartas que les habían dado a probar aquella mañana. Habría deseado que Naruto hubiese ido con ella, pero el entrenador les había pedido a él, a Yahiko y a un par más de jugadores que estaban casados o bien a punto de estarlo, que diesen una entrevista para una emisora nacional. La idea era que la gente intentase ver que, a pesar de que muchas veces el mundo del deporte de élite estaba rodeado de mierda, también podía hacer cosas buenas por los chicos y chicas del país. Que no todos eran unos imbéciles cuyas únicas ambiciones eran beber, follar o colocarse.

Perfect DifferencesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora