11. En tela de juicio

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Lo peor de iniciar la jornada un lunes, es que venga cargado de malas noticias.

Estoy mirando por la ventana, veo pasar carros y personas por doquier, incluso alguien ha salido a pasear con su mascota; es la rutina que veo cada día, pero se siente diferente. Es temprano en la mañana y no temo llegar tarde a la oficina; incluso veo la opción de faltar.

—¿Es definitivo? —le pregunto a Rosita.

Ha llegado con la noticia de que renuncia. Pudo haberlo hecho por teléfono, pero ha dicho que era mejor decirlo de frente y darnos un último abrazo.

Llegó una semana después de comenzar a vivir en este edificio y, desde entonces, se convirtió en una amiga, una madre..., un complemento para mi vida. Más allá de trabajar para mí, fue como un apoyo en los momentos más difíciles, y siempre estuvo presta a atender hasta el menor detalle. A veces me esperaba a que llegara del trabajo y, otras veces, se iba antes de que llegara; sin embargo, cada mañana nos encontrábamos y miles de veces intercambiábamos palabras. Un pedazo de ella se quedará conmigo y, una parte de mí, se irá con ella.

—Sí —responde—. El médico me ha recomendado reposo y mis hijos están de acuerdo en que ya no estoy en edad para trabajar; oficialmente es hora de jubilarse, mi edad no me lo permite y mi salud, tampoco.

La aprieto entre mis brazos como una señal de despedida. No puede ser de otra forma.

Según lo que me ha contado, ha tenido un accidente días atrás —del cual yo no tenía conocimiento— y, a raíz de ello, ha descubierta que se trata de osteoporosis; por lo tanto, debe dedicarse a descansar, no realizar demasiado trabajo físico y cuidar su salud. Sus hijos están de acuerdo en que deje de trabajar, ya que es probable que con el tiempo, se pueda complicar la situación.

Unas lágrimas se escapan mientras la abrazo y ella suelta un sollozo. Es hora de decir adiós.

—Quisiera quedarme, hacer lo de siempre y ayudarte con la bebé —retoma sus palabras, luego de habernos abrazado—: pero me lo han dicho en repetidas ocasiones, debo cuidar mi salud; tantas veces lo he escuchado, que ya me suena a sermón, pero los entiendo.

—Tú salud es más importante que cualquier cosa —digo con una sonrisa—. Me harás falta, no lo puedo negar; Sofi también te extrañará, pero lograré hacerme cargo de todo. Lo prometo.

Rosita sonríe y me abraza una vez más. Se acerca hasta la cuna de la niña y la sujeta entre sus brazos. No es necesario decirlo, basta con verla para darse cuenta de que le hará falta estar pendiente de Sofia.

—También las extrañaré a las dos —asegura ella. Deja a la bebé dentro de la cuna y se despide—. Pero no te librarás de mí tan fácil, te llamaré y cuando puedas me visitarás.

—Lo haré —contesto. Y es una promesa que queda sellada entre las dos.

・・・★・・・

Danilo no deja de mirar a la bebé. Está embobado viéndola, desde que nos hemos cruzado al salir cada de uno de su respectivo apartamento. No la deja de mirar, incluso cuando va conduciendo.

—¡No despegues los ojos del volante, Danilo! —exclamo—. Nos vamos a estrellar, carajo.

—Lo siento, lo siento —dice y retoma su mirada a la carretera—. Es que, entre más la veo, más parecida la encuentro a mí, tiene mis ojos.

—Si el rumor se expande, los vecinos pensarán que es nuestra hija —bromeo, pero esa simple idea me estremece internamente.

Este es mi karma ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora