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El detective Harry Styles odiaba la lluvia. La odiaba tanto como a los criminales de mala muerte, a los abogados defensores y a los estúpidos gansos. Los primeros eran escoria, los segundos, los peores, y los terceros, una vergüenza para la familia de las aves en general.
Puso su pie en el parachoques de un Chevy beige, se inclinó hacia delante y estiró sus músculos. No necesitó ver las nubes de color metálico que se formaban sobre el parque Ann Morrison para saber que le esperaba una buena ducha. El dolor sordo en su muslo derecho le hizo saber que este no iba a ser su día.
Una vez que sintió que sus músculos se estiraban y se calentaban, cambió de pierna. La mayor parte del tiempo, el único recordatorio de que una bala de 9 mm había atravesado la carne y cambiado su vida era la cicatriz de cinco pulgadas que se abría paso por su muslo. Nueve meses e innumerables horas de intensa fisioterapia después, pudo olvidar las varillas y los clavos que atornillaban su fémur. Excepto cuando llovía y el cambio en la presión barométrica la hacía palpitar.
Harry se enderezó, hizo rodar su cabeza de un lado a otro como un boxeador profesional, luego buscó en el bolsillo de su pantalón de chándal que había vuelto en shorts y sacó un paquete de cigarrillos. Tomó un Marlboro del paquete y encendió la punta con su Zippo. Entrecerrando su mirada contra la llama, observó al elegante ganso blanco que lo miraba a menos de medio metro de distancia. El ave se acercó, estiró su largo cuello y siseó, con el furioso pico naranja abierto de par en par y la lengua rosada sobresaliendo.
Con un movimiento de su muñeca, el Zippo se cerró y empujo el paquete y el encendedor en su bolsillo. Exhaló un largo flujo de humo mientras el ganso bajaba su cabeza y clavaba sus ojos brillantes en las pelotas de Harry.
"Hazlo y te patearé como un balón de fútbol".
Durante varios tensos segundos ellos entraron en un enfrentamiento mexicano, luego el pájaro echó la cabeza hacia atrás, giró sobre sus patas palmeadas y se alejó balanceándose de lado a lado, lanzando una mirada en dirección a Harry antes de subirse a la acera y dirigirse hacia los otros gansos.
"Gallina", murmuró y apartó su mirada de la amenaza en retirada. Más que la lluvia, los cambios de presión atmosférica e incluso los abogados tramposos, lo que más le disgustaba a Harry eran los informantes de la policía. Nunca había conocido a más de uno o dos que no hubieran arruinado a sus esposas, madres o mejores amigos para salvar sus propios y lamentables traseros. El agujero en su pierna se lo debía a su último informante, Robby Martin.
Los dobles negocios de Robby le habían costado a Harry un trozo de carne y hueso y un trabajo que amaba. El joven traficante había pagado un precio más alto – su vida.
