01. La confesión del monstruo

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Dicen que el demonio más oscuro nace del ángel más puro. Tal vez fue por eso que cuando la maldad en mi interior comenzó a aparecer, nadie pudo detenerla, pues, mi alma ya no me pertenecía y la grieta hecha no podía repararse. Solo podía contemplar en lo que poco a poco me iba convirtiendo.





Mi niñez fue mágica, hermosa y alegre. Mis padres no estaban para mí siempre que los necesitaba, pero me querían y eso me hacía feliz. Tenía amigos y era querida por los profesores. Poseía las mejores calificaciones en deportes y en las otras materias escritas. Nada de qué quejarse ¿no? Pero no era realmente feliz, eso era solo una imagen que había creado para el mundo y para mí misma.

No sé cuando la oscuridad que habitaba en mí comenzó a aparecer, pero disfrutaba con el dolor de otros. Disfrutaba causarles daño físico o mental y me regocijaba con su agonía. ¿Estaba mal? No estaría de acuerdo con eso. Yo, a diferencia de todos, no podía y no puedo sentir. Hace mucho que mi parte humana desapareció y mi cuerpo se convirtió en este cascarón vacío que alberga fascinación por la soledad y el sufrimiento. Me he convertido en un monstruo sádico y egocéntrico.

Sigo adentrándome en este abismo del que ya no me interesa escapar, pero nadie parece percatarse de que algo anda mal conmigo. Solo debo fingir unas risas y tendré a todos en mi bolsillo de forma sencilla y sin hacer preguntas sobre mí.

Al principio, me sentí perdida ¿Por qué nadie venía a salvarme? ¿Tengo que decir que me estoy derrumbando para que lo noten? ¿Por qué no pueden intuir cómo me siento si yo siempre me adelanto a socorrerlos cuando están mal? Esas preguntas dejaron de surgir y yo simplemente fui perdiendo el interés por contestarlas.

Dicen que siempre aparece una luz para iluminar el camino cuando estás desviado. Puede que eso sea cierto. Mi luz llegó sin que yo me percatase y revolucionó mi existencia.

¿Puede un ángel ser tan puro como para quedarse junto a un demonio? Supongo que cada cual elige su propio camino. La luz cegadora que emanaba era más cálida que las llamas del infierno en que vivía. Supongo que por eso me fue tan fácil dejarme llevar y que el ser de alas blancas llegase a mí aunque fuese un poco.

No lo supe en el momento, pero poco a poco mi oscuridad fue regresando a mi interior y la luz fue rellenando ese espacio. Duró poco. ¿La razón?, el ángel tenía otros ángeles que cuidar a los que por obligación no podía renunciar.

Me dejó. La soledad fue tan abrumadora que me desconcertó. Dicen que una vez que pruebas la gloria es difícil volver a acostumbrarse al fracaso y creo que eso me sucedió. Estar tanto tiempo en la luz había logrado distraerme de lo que realmente era, como una cortina de humo.

Triste y sola regresé a mis andadas. Ahora que había probado la bondad no podía regresar a mi sádico camino. Ya no disfrutaba con el sufrimiento ajeno. Maldije al ángel por haberme quitado eso que me hacía sentirme viva. Me dio la vida cuando apareció, pero cuando se marchó se llevó mucho más de lo que yo estaba dispuesta a entregar.

Cuando estaba regresando a mi estado normal y me había acostumbrado nuevamente a vivir en el abismo, el ángel regresó y tomó mi mano. También parecía triste por haberme dejado. Su pureza ablandó mi corazón y no pude evitar sonreír ¿Por qué este ser tan puro ante mis ojos se preocupa por mí?
Desapareció sin decir palabra alguna y del mismo modo regresó. Seguía sin acostumbrarme a su ausencia. Mientras más tiempo pasaba junto a su luz, más difícil se hacía volver a sumirme en la soledad del abismo.

Entonces sucedió. No me abandonó más. Eso me alegró por un tiempo, pero entonces fui yo la que tuvo que irse y regresé al abismo por mi propia voluntad. No quería seguir corrompiéndolo. No quería que viera mi verdadero ser y se alejara para siempre.

Cobardemente huí, pero me vi obligada a regresar cuando la oscuridad amenazó con apagar la poca luz que me quedaba y llevarse los sentimientos que me concedían la humanidad para seguir viendo al ángel. Por eso regresé. Realmente ya no importaba nada si estaba con él. Con él, mis problemas parecían desaparecer, mi aire se hacía más puro y me sentía más liviana.

Los humanos serían incapaces de comprenderlo. Ellos solo se preocupan por el trabajo y el estudio. Ellos no saben de mí y por eso intentaron quitármelo. Por eso hicieron algo tan cruel, tratando de llevarse el último rastro de humanidad que quedaba y devolverme al abismo del cual había salido.

Si los dioses querían eso, no tenía opción. Pero unos simples humanos no podrían sentenciarme sin conocer mi historia. Sin saber cómo había llegado hasta ahí.

Pero al parecer yo no era del agrado de los dioses y por eso forzaron una vez más la separación, pero esta vez por un tiempo muy muy largo, aunque gracias a nuestra empatía logramos comunicarnos. Durante todo ese tiempo, logré acostumbrarme a vivir sin el ángel. Tanto que cuando nos volvimos a ver quise evitarlo a toda costa, tratando de no regresar a esa situación.

La luz del ser de alas blancas comenzó a ensombrecer y entonces fue que decidió confesarme que también tenía manchas, que también sufría en ocasiones.

Es por eso que decidí deshechar mis esfuerzos por mantener la distancia y regresé a su lado. Compartimos momentos felices e incluso creí que no volvería a dejarlo...

Hoy me encuentro sola, sin luz ni alegría, solo un cascarón vacío. El ángel se ha ido y se ha llevado todo... Soy un cuerpo que deambula entre la luz y la oscuridad, pues ya no tengo lugar al que pertenecer. Estoy sola y deshecha... Entonces me pregunto... ¿podrá el ángel venir a mí una vez más a salvarme del abismo?

Soy egoísta, lo sé... Pero en el fondo, todo demonio desea también un poco de luz. Todo ser que haya sido humano desea un poco de cariño y yo, gracias a él, no soy la excepción.

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