02. Sangre derramada

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Recuerdo la primera vez que te vi. Estabas en un lugar oscuro y te encontrabas de espaldas a mí. Yo iba buscando mi fin y tú, con ese cuchillo entre tus manos, demostrabas ser la persona indicada para llevarme a él.
Volteaste y nuestros ojos se encontraron. Me miraste fríamente y luego sonreíste. Habías matado a dos chicos que se encontraban en el suelo, debajo de tus pies. Pateaste una cabeza y comenzaste a acercarte a mí.

Quería retroceder, pero el miedo que recorría mi cuerpo me detuvo en el lugar. Agachaste tu rostro a mi altura y pude inhalar tu perfume: humo de cigarrillos y un poco de alcohol. Arrugué la nariz y volviste a reír.

Alzaste tu mano y temiendo que fueras a golpearme cerré los ojos esperando el impacto. No sucedió. Tus dedos se posaron sobre mi rostro y lo acariciaste con suavidad. Separé nuevamente mis párpados y nuestros ojos volvieron a encontrarse. Me sorprendí al notar que estabas llorando y para ocultar ese hecho, dejaste caer tu rostro, descansando en la curvatura de mi cuello.

No te conocía de nada, pero por alguna razón, terminé estrechándote entre mis brazos. Sentí el hombro de mi blusa mojarse por tus lágrimas y tus manos apresaron mis caderas. Me incomodó un poco, pero prefería ver que estabas bien.
Por el cansancio, o por el estrés -no estoy segura- terminaste durmiéndote sobre mí. Te estuve sosteniendo, pero la diferencia de tamaño hizo doblar mis rodillas y ambos caímos. Siquiera así te despertaste, lo que me hizo preguntarme, cuánto tiempo llevabas sin dormir correctamente.

Resignada, me acomodé con las piernas estiradas y te coloqué cómodamente sobre mí. No sé cuánto tiempo pasó hasta que abriste los ojos, pero el sol comenzaba a asomar por el horizonte. Te removiste un poco y fuiste abriendo los ojos.

Te separaste rápidamente, mirando a tu alrededor y cubriste tu rostro y orejas con tus manos. Proferiste un alarido ensordecedor y tomaste el cuchillo entre tus manos. Me apuntaste con él, mientras te alejabas más. Alcé las manos y me quedé a la espera de mi sentencia. Parece que no era mi día, pues, dejaste el arma en el suelo y te volviste a acercar a mí.

Te pregunté qué sucedía y me miraste desconfiado antes de comenzar a contarme tu historia. Esos dos chicos que yacían en el suelo a unos metros de nosotros, habían estado amargando tu vida durante años y en un arrebato, terminaste acabándolos. Varios agujeros se apreciaban en sus cuerpos y la coloración de sus pieles, así como el olor, comenzaba a cambiar.

Según dijiste, tus padres no habían estado contigo y tus tutoras -unas señoras de la seguridad social- apenas te cuidaban.

Tu relato era tan triste, que me hizo preguntarme si realmente yo sufría. Mis ideas sobre el suicidio fueron eliminadas totalmente.

Me miraste a los ojos y sostuviste mis manos entre las tuyas. Me pediste que no te abandonase y las lágrimas volvieron a hacerse presentes. Por alguna razón no podía hablar.

Comenzaste a desesperante y tus gritos eran cada vez más sonoros. Tu timbre, totalmente ronco, seguía llamando por mí. Cada vez sentía menos y entonces lo comprendí. Me estaba desvaneciendo.

Miré hacia abajo y noté la sangre brotar de mi estómago. Tus palabras dejaron de sonar claras y mi vista comenzó a nublarse. Escuché un pitido y cerré los ojos, convencida de que sería el fin.

Separé los párpados lentamente. Pesaban toneladas. Lo primero que noté fue tu rostro preocupado junto al mío. Giré la cabeza y pude comprobar que me encontraba en un hospital. Al intentar extender mi mano, noté que no podía y fue cuando aprecié los cables que tenían.
Alarmado ante mis movimientos, llamaste a voces a los médicos y las enfermeras. Ellos llegaron rápidamente y comenzaron a examinarme. Mis padres vinieron con ellos.

Los médicos dijeron que era un milagro que hubiese despertado después de dos años y tú solo lloraste en silencio. <<¿Quién eres?>> pregunté y tu rostro ensombreció. No podía culparte de sentirte decepcionado. Pensé que te molestarías, pero solo me sonreíste. <<Soy un amigo>> aseguraste, acariciando los nudillos de mi mano libre con tus dedos. Besaste mi frente y te despediste de mí, prometiendo regresar en la noche, pero no lo hiciste.
Han pasado dos años y sigo esperando por ti, queriendo saber quién eras. Pero no has aparecido. Lo único que tengo es tu última nota, donde me expresas que me amas y que te alejaste para no ponerme en peligro. Que viviese feliz sin recordarte, que conservarías nuestros momentos felices en tu memoria.

Un día vi tu foto en las noticias, entre un grupo de criminales buscados por asesinatos. Mi madre se acercó a mí y te señaló. Dijo que habíamos estado juntos hasta que te viste envuelto en cosas peligrosas y una de ellas me llevó al coma del que había salido.

Hoy, estoy de regreso en ese lugar lúgubre que recuerdo, fue donde los conocimos. Los cadáveres no están, pero el suelo sigue estando sucio y el hedor es insoportable. Me acerco al sitio donde recuerdo, dormiste sobre mi regazo y me siento, con los ojos cerrados. Lentamente, siento tu presencia acercándote, tal y como sucedió aquella vez. Te dejas caer sobre mí y sollozas.

Acaricio tu cabello, correspondiendo a tu abrazo y lentamente te vas quedando dormido profundamente, recordándome que fui yo la que te permitió dormir con tranquilidad desde que te conocí y a través de los tiempos, eso no parecía haber cambiado.

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