Prólogo: Alicia despierta al Rey Rojo

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Alicia se tomó un segundo de descanso. Resopló hacia arriba para apartarse un mechón de pelo que le había estado molestando durante toda la pelea. Su sensei insistía en que esos tirabuzones rubios suyos no eran muy apropiados para luchar. Según él, debía cortarse el pelo o recogerlo en una coleta. Su viejo maestro sabría mucho sobre artes marciales pero no tenía ni idea de peinados. Ni muerta se quitaría los rizos, por incómodos que resultaran o por atractiva que fuera la idea de una coleta bien firme acabada en un inesperado y afilado adorno. Aunque, ahora, encaramada a un montón de soldados-naipes despedazados y rodeada por un montón mayor todavía sin despedazar, no le quedaba más remedio que aceptar que algo de razón sí tenía el sensei.

El segundo de descanso había pasado. Recompuso la figura, restregó su naricilla respingona con el dorso de la mano derecha, apretó los puños sobre los sais, lamentó no haber traído más shurikens y se lanzó de nuevo a la pelea.

Los soldados-naipes embestían contra ella en oleadas interminables. Las barajas solían tener 40 ó 52 cartas, pero la dichosa Reina hacía trampas. No era que guardara un as debajo de la manga, era que tenía miles de ellos a su servicio.

-¡Cortadle la cabeza! -gritaba la Reina una y otra vez.

El enemigo era torpe e idiota. Caían a cientos bajo los golpes certeros de Alicia. Pero no desfallecían. ¿Cuántos más de aquellos soldados estúpidos debería matar antes de acabar de una vez?

Desde el principio de la misión, supo que los planes de la Compañía saldrían mal. Era habitual. Todo lo planeaban a la perfección pero, a última hora, algo se estropeaba. Como aquella vez en New Castle contra La Secta de las Ratas Lectoras. Iba a ser pan comido acabar con un puñado de roedores empeñados en aprender a leer y escribir. Pero a los espías se les pasó por alto informar sobre los libros explosivos. Casi pierde una mano con uno de ellos.

Esta vez, el plan consistía en entrar en aquel mundo paralelo, alternativo, irreal o lo que fuera, activar el Despertador Rojo y salir a escape. Según los informadores, la Reina y su ejército estarían en la otra punta del país. Y una mierda. Estaban todos esperándola. Muchos agentes de campo habían caído por culpa de aquellos fallos de última hora que acababan siendo archivados como errores administrativos. Al fin y al cabo, para la Compañía una agente de campo tenía el mismo valor que una caja de clips o el tóner de una impresora. La Compañía tenía mucho que mejorar, al menos desde el punto de vista de Alicia.

Había llegado el momento de cambiar de arma. Los sais, por mucho que le gustaran, no estaban siendo útiles contra los soldados-naipe. Agujerear sus delgados cuerpos de cartón servía de poco. Mejor partirlos en trocitos pequeños. Guardó los sais y empuñó una enorme katana. Solía ir bien surtida de armas, aunque el peso le restara agilidad y velocidad. Los secuaces de la Reina se quedaron paralizados delante del sable descomunal. Ahora sí que acabaría pronto.

La Reina tuvo que gritar varias veces para que sus soldados reaccionaran. Por primera vez, demostraban temor. Las caras de espanto alegraron a Alicia, que empezó a dar mandobles a diestro y siniestro.

-Que le corten la cabeza -gritaba la Reina como una posesa.

Si el Despertador Rojo no acababa de una vez por todas con aquel enloquecido mundo, pediría que la enviaran allí de nuevo para encargarse personalmente de esa histérica.

Volvió a notar una extraña sensación, un presentimiento de que algo más no saldría como estaba planeado. Su sensei le explicaba que el cerebro capta todo tipo de información del entorno. Solamente tenemos conciencia de una pequeña parte y con el resto, nuestro cerebro hace razonamientos subconscientes, prevé opciones, saca conclusiones. Alicia había leído minuciosamente todos los informes de la misión, había escuchado atentamente en todas las reuniones preparatorias... Algo se le había pasado por alto pero había llegado hasta su cerebro sin que ella fuera consciente y ahora salía a la superficie en forma de intuición. Una intuición que le hacía sentir que el final no iba a ser muy feliz.

Una lanza le rozó la mejilla derecha y brotaron unas pocas gotas rojas. La primera sangre. Los soldados-naipe no sangraban y ella había estado luchando impecablemente hasta ese momento. Ni un solo rasguño. Pero la pelea se alargaba en exceso y el cansancio empezaba a notarse. Estaba empapada en sudor y su vestidito de gasa azul y blanca estaba hecho harapos, con lo que le había costado almidonarlo y plancharlo. Otra de las cosas que alteraban a su maestro. En todos los entrenamientos, echaba pestes sobre la vestimenta de Alicia. Era un viejo gruñón que tendría mucha paz interior pero ninguna exterior. Pretendía que se vistiera con unas ropas oscuras y ajustadas completamente horribles. De ninguna de las maneras. A ella le gustaban sus vestidos vaporosos y elegantes. Si no era la ropa tradicional con la que luchaban esos viejos amargados, le daba igual. Por suerte, la Compañía era muy generosa y por cada vestido que perdía en una misión, le compraban una docena. Todos decían que era la niña mimada de la Compañía. Bueno, también era su agente más eficaz.

Echó un vistazo a su alrededor. Miles de cartas de corazones, picas, tréboles y rombos yacían por todas partes. Solo unas pocas se interponían ya entre ella y el Despertador Rojo. En poco tiempo, llegaría hasta el inmenso mecanismo, lo activaría, sonaría la alarma y todo pasaría a mejor vida. Pidió autorización para quedarse y ver cómo sucedía el fin del mundo pero la Compañía se la negó. Debían traerla de vuelta en el mismo momento en que empezara a sonar la alarma. Le dijeron que debía conformarse leyendo los informes que realizaran los psíquicos después de la hecatombe y viendo las grabaciones que les llegaran desde la red de cámaras transdimensionales.

La última carta cayó. Aparecieron entonces los dos gemelos gordos y babosos. Las prisas de Alicia se esfumaron. La satisfacción hizo que sus ojos brillaran. Iba a disfrutar con lo que seguía a continuación. Limpió la katana en el vestido. Total, ya estaba para tirarlo a la basura. La guardó y sacó de nuevo los sais. Iba a tomarse su tiempo y a disfrutar cada golpe, cada patada, cada incisión.

Los minutos que siguieron fueron toda una carnicería.

La Reina no tenía ni idea de lo que iba a suceder en cuanto Alicia pusiera en marcha el mecanismo del Despertador Rojo pero tenía claro que no sería nada bueno. Cuando cayó el último soldado-naipe, el pánico atenazó su garganta y no pudo volver a gritar "Que le corten la cabeza". Horrorizada ante el espectáculo que ofrecían la niña de tirabuzones rubios y los dos gemelos bobalicones, empezó a lloriquear y a moquear. Hipaba sin cesar y clamaba piedad. Le ofreció a Alicia su trono, su corona, su cetro y toda sus riquezas. Pero Alicia, gatita feroz que ya se había cansado de jugar con sus dos últimas víctimas, no le prestaba atención.

La mejor agente de campo de la Compañía comprobó el contacto con los psíquicos. Funcionaba. Desde el otro lado, le anunciaron que los magos estaban dispuestos para traerla de vuelta. Vaya, parecía que todo iba a salir bien y que, a fin de cuentas, no tenía nada de lo que preocuparse. A la vuelta, le pediría al sensei que le explicara mejor todo ese rollo de los presentimientos e intuiciones.

Guardó los sais, se sacudió el vestido, dedicó una última mirada de desprecio a la enmudecida Reina y activó la alarma del Despertador Rojo. Menudo reloj. ¿Por qué la Compañía tendría ese gusto por las máquinas gigantes? Rara era la misión en la que no había algo descomunal: una mujer de cincuenta pies de alto, una máquina de escribir con teclas del tamaño de una persona, monos como dinosaurios... Alicia mandó la señal de retorno a los psíquicos y se preparó para el vértigo del viaje de vuelta. Entonces fue cuando desde el otro lado le llegó un extraño sonido. Un zumbido entrecortado. El ruido que hacen las cosas que se han estropeado.

Putos magos de mierda, pensó Alicia mientras contemplaba el increíble espectáculo de la aniquilación absoluta. Su maestro también se enfadaba cada vez que usaba ese lenguaje soez.

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