Capítulo 8: El señor Moretti no se olvida de Hawái

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Un timbrazo le despertó. Durante unos segundos se mantuvo confuso sin saber quién era, dónde estaba ni por qué una manada de búfalos seguía correteando por su cabeza. Al otro lado del teléfono, estaba la secretaria de su jefe anunciándole que el señor Moretti quería verle. La mujer hablaba de una forma peculiar, como si masticara un chicle sabor soberbia. Fue a responder algo cuando se acordó de Natasha. Tenía que salvarla. Pensó en colgar el teléfono y salir corriendo a la calle en busca de Mary. Pero no tenía ni idea de dónde podía estar la maga y Natasha le había dicho con mucha contundencia que no hiciera nada raro y que no levantara sospecha alguna.

-El señor Moretti me ha pedido que le dijera que si no viene ya mismo, puede darse por despedido.

Seguro que el señor Moretti no había dicho nada por el estilo. La Compañía no despedía a nadie, digamos que tenía otros métodos que no incluían indemnizaciones ni finiquitos. Esa tía era una antipática y le decía eso solo para molestarle.

-Dígale que llegaré lo antes posible -respondió.

Colgó el teléfono y barajó varias posibilidades. Natasha parecía contar con poco tiempo pero si no atendía la llamada del jefe, llamaría la atención y mucho. Precisamente lo que le había dicho Natasha que no hiciera. Decidió hacerlo todo de una vez. Dedicaría una parte de su cabeza a encontrar a Mary. Sondearía los sitios en los que podía estar, probablemente alguna taberna de mala muerte porque era complicado trabajar para la Compañía y no acabar, antes o después, dependiendo del alcohol o/y las drogas. El resto de su cabeza y la parte del cuerpo que quisiera responderle actuarían como si tal cosa, como si no estuviera muerto de miedo por la mujer que amaba. Y un poco por él mismo. Pan comido.

Se lavó la cara por enésima vez en lo que iba de mañana. Tenía la boca tan seca que probablemente no podría ni separar los labios. Se arriesgó a beber un vaso de agua. El estómago no reaccionó de ninguna manera. Tomó un segundo vaso de agua. Curiosamente, después de ese segundo vaso, le entró una sed intensa. Pero prefirió no arriesgar y no tomó más agua. No le apetecía seguir vomitando en el despacho del jefe. El agua sería inodora, incolora e insípida pero ocupada volumen y su estómago esa mañana se había reducido a la mínima expresión.

Se vistió con la misma ropa con la que había ido al bar la noche anterior. Olía un poco a sudor y bastante a tabaco pero no estaba especialmente sucia. Le faltaba ponerse a pensar qué se ponía.

Un coche le esperaba en la puerta para llevarlo al edificio de oficinas en el que estaban todos los jefes de la Compañía. Solo los jefes, sin prefijos de ningún tipo. En otras instalaciones, de acceso más complicado, se ubicaban los superjefes y los hiperjefes y los megajefes y, por encima, muy por encima, en algún sitio de acceso imposible, El Hombre.

La existencia de El Hombre era más un rumor, una leyenda susurrada, que una evidencia. Nadie lo había visto. Solo algunos agentes de campo decían haberle oído dedicarles unas palabras de ánimo antes de una misión especialmente peligrosa. Natasha nunca quiso decirle si había sido una de las afortunadas. Tampoco pudo entrar en ese rincón de su mente. Durante una temporada, tuvo acceso a casi todas sus circunvoluciones cerebrales pero algunas se obstinaron en permanecer cerradas y, claro, él, por respeto y cobardía, no las forzó. Considerando que las misiones de Natasha oscilaban entre imposibles y mortales de necesidad, era más que probable que la voz de El Hombre le hubiera infundido ánimos en varias ocasiones.

El chófer estaba escuchando una emisora de música country. La Compañía tenía varias emisoras con locutores que gritaban desde primera hora de la mañana dándote la hora, los buenos días y una ración doble, o triple, de optimismo precocinado. Eran personas especialmente hábiles en el manejo de la palabra, reclutados entre los mejores hipnotizadores, timadores y vendedores del planeta. Escuchándoles, era imposible no sentirse el ser más afortunado del planeta por trabajar para la Compañía y vivir en aquella ciudad tan artificialmente perfecta.

El enésimo fin del mundo #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora