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Aún no estaba seguro de cuál fue el momento concreto en el que se enamoró de ella, en el que se perdió en sus ojos de encanto o en el hipnotizante movimiento de sus labios

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Aún no estaba seguro de cuál fue el momento concreto en el que se enamoró de ella, en el que se perdió en sus ojos de encanto o en el hipnotizante movimiento de sus labios.

Los años pasaban y él parecía inmune a sus encantos, observaba al resto de la población masculina esperar impacientemente el simple repiqueteo de sus zapatos, con expresiones agonizantes y dedos temblorosos.

Había estado allí cuando su primer beso ocurrió y escuchó pacientemente el detallado monólogo de los hechos de la misma noche, secó sus lágrimas cuando su novio de la secundaria decidió romper con ella e incluso ayudo con la pequeña e inofensiva venganza destinada al bastardo.

Y sin embargo, el destino lo burló; a él y a su excesiva confianza, a su arrogante sonrisa ganadora y su afición a siempre llevar las de ganar.

Se encontró engatusado por la chica que juraba conocía al derecho y revés, la misma que jamás había acelerado su pulso ahora lograba sacudir su mundo entero con una inocente sonrisa.

Cerró los ojos con la intención de expulsarla de su mente pero todo lo que veía era a ella y lo detestaba; esos rizos que parecían acompañar cada uno de sus movimientos, su refrescante risa de la cual no parecía poder escaparse.

Sus determinados orbes perforando su alma, con su característica forma de mirar realzando entre la multitud, enmarcando su dulce rostro.

La perfecta forma en la que su boca se movía aquella noche que intentaba desesperadamente arrancarse de la piel, los sentimientos que surgían en su ser con el mínimo recuerdo de dicha velada.

Absolutamente cada palabra que había pronunciado en la ocasión se repetía cientos de veces, como un disco roto, en la atormentada conciencia de max, y una vez más, la culpa lo derribava.

La misma que lo inundaba al momento de entablar banales conversaciones con Christian Horner y en las llamadas semanales con su familia, donde le preguntaban religiosa sobre Primrose.

-Max, ¿estás ahí?- Distantemente oyó un consternado llamado de atención, y falló al intentar comprender de quién provenía.

Rápidamente, elevó su vista hacia el emisor, encontrándose con el director de Red Bull acompañado de Checo Perez, su compañero de equipo.

-Disculpas, no dormí muy bien anoche- explicó poco convincentemente al tiempo que observaba como el resto de los corredores se levantaban de sus respectivos asientos; supuso que debía ser tiempo de entrenar para la próxima carrera.

El intoxicante recuerdo de la muchacha mantenía su foco completamente puesto en ella, no podía concentrarse en la carrera que se acercaba a paso agigantado, mucho menos en los entrenamientos y sentía pánico de que el resto finalmente se de cuenta.

No podía continuar así, necesitaba sentirla otra vez debajo suyo, acariciar la tersa piel que lo mantenía todas las noches en vela.

Y por sobre todo, odiaba el sentimiento de impotencia al no poder acercarse a ella aún cuando estaba a unos poco metros de distancia, al oir el abrumador silencio que se apoderó de sus antes fluidas conversaciones.

Notaba como su rendimiento caía en picada, la cara de decepción de su jefe al percibir que sus resultados no parecían mejorar; había vuelto a ser un nervioso joven, incapaz de separar sus dificultades amorosas del futuro de su carrera.

Y una vez más, otra sesión había llegado a su fin y su concentración no había abandonado a la muchacha siquiera en una mísera ocasión.

Frustrado, decidió tomar cartas en el asunto y finalmente levantar el estupido teléfono para llamarla.

Ansiosamente, marcó su número de teléfono —el cual había memorizado— y escuchó horrorizado como el tono de llamada empezaba a sonar.

-¿Max?- La voz que atormentaba su existencia sono dudosamente al otro lado de la línea.

-Prim, esperaba que pudiésemos hablar. No podemos seguir posponiendo esta conversación- Comenzó Max, intentando alejar sus ganas de huir- Me gustas, mucho, y no quiero continuar así, solo pienso en vos; no puedo comer, no puedo pensar, no puedo siquiera respirar.

-Por favor veamonos, tengo que verte lo antes posible... necesito verte- Confesó la castaña- Te metiste debajo de mi piel y no parezco capaz de sacarte de allí, es enloquecedor.

-Estoy yendo para tu casa, por favor espérame ahí- Rogó el piloto, rápidamente pasándose una abrigada campera por los hombros.

-Te espero, siempre- Susurró, casi imperceptiblemente.

Y fue en ese mismo momento en el que Max se enamoró, una vez más, mas apasionadamente tal vez, y se asustó al sentir la sonrisa tonta que se había apoderado de sus labios con algo tan sencillo como sus palabras.

Jamás hubiese pensando que la ausencia de una persona lo afectaría tanto, pero ahí mismo fue cuando comprendió la urgencia que tenía por contenerla entre sus brazos y no dejarla ir, jamás.

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𝐊𝐢𝐥𝐥 𝐦𝐲 𝐦𝐢𝐧𝐝- 𝐌𝐚𝐱 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora