II

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Tras un arduo y ebrio recorrido en el que no caer en las trampas de las escalinatas cambiantes de Hogwarts fue más importante que ser descubiertos por la Señora Norris, llegaron trastabillando delante del cuadro de la Señora Gorda. La buena mujer parecía más borracha que ellos, y tardó un buen rato en apartarse porque no entendía la contraseña ni a la de cinco. Dean iba a extender la mano a su amigo para ayudarle cuando tuvo un dejavù que lo dejó petrificado. Seamus le dio un codazo amistoso y comprensivo.

"Mira tío, llámame princesa, pero no hay forma de que pase yo solo por el hueco esta noche. Mi integridad física depende de ello."

Seamus siempre sería Seamus, pensó Dean, reconfortado.

"¡Adentro, princeso irlandés, que la cama nos espera!"

"Promesas, promesas..." murmuró juguetón, mientras se dejaba guiar hacia la abertura, colaborando lo mínimo necesario para hacer algún progreso, pero sin avanzar demasiado por su cuenta. La Señora Gorda se cansó de esperar y cerró el retrato de golpe, empujándoles al interior. Ambos cayeron al otro lado de cualquier manera e hicieron una pausa para recobrar primero la compostura y luego el aliento.

"Estoy derrotado."

"Pues todavía nos queda por subir," observó Seamus, compadeciéndose un poco. La sala común estaba vacía. Era tarde, y las celebraciones habían terminado hacía mucho rato. "Venga, Dean, un empujoncito más."

"Wingardium LevioSeamus," murmuró Dean sentado como estaba en el suelo, apuntando con la varita a su amigo. "Pesas mucho para ser tan flacucho."

"Estoy potente, amigo," dijo aporreándose el pecho.

"Lo que estás es borracho."

"Eso también."

A Dean le encantaba la sonrisa pícara de Seamus. La forma en la que brillaban sus ojos traviesos. Y las pecas que decoraban su cara. Especialmente las pecas. Siempre le habían fascinado. Ése era otro de los aspectos que lo enamoraron de Ginny. Al contemplar de reojo a su amigo relamerse los labios secos por los excesos de la noche, Dean sintió de nuevo una punzada de nostalgia y, casi al mismo tiempo, un arrebato impulsivo que lo dejó algo perturbado.

"¡Venga, arriba!" Dean se puso en pie y le ofreció la mano, ignorando sus turbios pensamientos. Seamus la agarró como el que se ahoga agarra un flotador. La mano, luego el brazo y, trastabillando, lo que pudo agarrar torpemente, que fue la mitad superior de su cuerpo. "Tú le estás echando mucho morro, ¿verdad?"

"Sólo un poquito."

"¿Eres consciente de cuánta guerra me das?" dijo Dean, acariciándole afectuosamente la nuca.

"Y sé que por eso me quieres," sonrió con descaro.

"Qué le voy a hacer, contigo se despierta mi instinto maternal. Venga, ¡al catre!"

Dean comenzó a tirar de Seamus haciendo fuerza con todo su cuerpo y, sí, el chico estaba bien formado, y le hizo sentir su peso peldaño a peldaño hasta el dormitorio de sexto, ¡maldito irlandés borracho! Ni siquiera le dio un respiro cuando pasaron la puerta y vieron la cama tan cerca. Se puso a pesar más y más, como si esos últimos metros fueran los más duros de todo el recorrido, en vez del estirón final. Neville se irguió para darles las buenas noches antes de reanudar su sueño. Era evidente que lo habían despertado. Ron roncaba como un león y Harry no estaba en su cama, para variar. Dean no quiso pensar si habría otra cama vacía en el dormitorio de las chicas de quinto, pero sabía que era lo más probable. Hoy tenían mucho que celebrar. Un hechizo murmurado a su lado le sacó de sus fatídicas tribulaciones.

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