El tesoro de Roronoa Zoro -2

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Disclaimer: One Piece no me pertenece, le pertenece al magnífico y maravilloso señor Eiichiro Oda

ADVERTENCIAS: Mpre-g, OCC(?), lactancia masculina y errores ortográficos.

Notas: Hace tiempo escribí esto para mí traductora Nora, así que se lo pase pero ahora quiero publicarlo. Con su permiso, aquí esta la hermosa continuación

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Es de mañana cuando Zoro se va. Su lugar en la cama vacía es difícil de ignorar y Sanji siente un ligero beso en sus labios mientras que la gran mano del peliverde presiona su vientre, sintiendo la cálida vida palpitante.

—Volveré antes del mediodía—Susurra, acariciando su sedoso pelo. El cocinero se acorruca en la cama presionándose contra la almohada que sostiene su espalda y asiente en el sueño, mientras que Roronoa abandona el lugar.

Esto es el Grand Line, recubierta de muchos caminos y diferentes lugares. Los dos por fin encontraron un lugar que era completamente seguro, o así lo veía Sanji. Estaban en la colina de un pueblo viviendo en un gran orfanato en donde vivían un grupo de Minks refugiados, que habían salido del nuevo mundo luego de que sus respectivos padres los dejaran nacer en el Grand Line.

La historia de por si era tan complicada que si el blondo tuvo sus dudas, Zoro solo había entendido que era un lugar cómodo y nada peligroso por lo que se refugiaron ahí. Claramente tenía el ojo pegado al techo en las noches, vigilando cualquier movimiento raro, pero ya pasados dos meses se podía decir que dormía con solo una espada, no con las tres.

En resumen, las cosas estaban calmadas, más de lo común. Era extraño, no habían sido perseguidos desde hace mucho tiempo. Sanji comenzaba a pensar que habían sido olvidados.... O eso hasta que contemplaran sus carteles en el pueblo una vez que salieron a tomar aire fresco. No había ningún lugar seguro, pero por lo menos regresar a la colina les garantizaba la comodidad que necesitaban y la completa hospitalidad, ya que esa tierna Mink ardilla dueña del lugar era súper linda, súper amable y súper servicial.

Incluso los niños no eran fastidiosos, teniendo en cuenta que Zoro es proclive a ser la imagen de las pesadillas de los niños al dormir.

—Espero que tú no le tengas miedo al verlo pequeño, su cara siempre es así —murmura, mirando su abultado vientre de ocho meses. Es sobresaliente, demasiado como para ignorarlo. Las tallas de su ropa se han convertido a ser las mismas de Zoro, y mientras que roban (Zoro realmente) a uno que otro bribón, el peliverde le presta sus ropajes.

Fue vergonzoso al principio, pero el gran tamaño no cabía ni en la camisa más holgada que tuviese, así que se conformó a sus camisetas de botones o incluso pecho descubierto (esta última no la utilizaba)

—Debería ir a darme un baño, hace mucho calor...

Levantándose despacio de la cama, escuchó como crujía su espalda. La espalda crujía y el vientre pesaba como un yunque, y aunque tenía la fortaleza de levantar mucho peso, la fatiga y lasitud que le daba en algunas ocasiones hacían una mala combinación en momentos así.

— Dios, qué calor.

Abriendo la ventana, una brisa fría llega a su rostro, pero todavía se siente acalorado. Tristan, la hermosa enfermera ardilla, dice que es normal pero eso no evita que a veces se desespere, mucho más ahora que están en verano, con el sol cenit.

—Un baño no estaría mal ¿Cierto nene?

Al principio fue un poco raro, hablarle a su vientre se sentía algo más de fábula o fantasía que la propia realidad, pero luego de que creciera y siguiera creciendo, los movimientos se hicieron latentes en la noche, ya no cabía duda de que estaba ahí y lo escuchaba, haciendo acto de presencia en cualquier instante.

El tesoro de Roronoa Zoro/ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora