Operación: Fiera Indomable

Tiempo atrás

Hace dos meses

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La tarde es fría pero la calefacción dentro del apartamento hace que la temperatura en todas las habitaciones sea agradable. Mis pies están cubiertos con pantuflas grises, decoradas con la cabeza animada de un conejo. Visto un pijama largo celeste y por encima una bata de baño verde. La sensación abrigada que me brinda la última prenda me gusta así que, en otoño e invierno, la uso sin falta cada vez que salgo de la ducha.

El apartamento no es muy grande pero no nos importa ya que tenemos lo necesario, o mejor dicho lo que nos da comodidad ya que vivimos en un bonito y seguro vecindario el cual, siendo honesta, en gran parte lo podemos pagar por el sueldo que recibe mi pareja.
Nuestro hogar está divido en cinco áreas separadas. Una de ellas es el dormitorio y a su lado hay otra habitación utilizada como oficina. Frente a nuestro cuarto está el baño y, junto a él, una pequeña habitación usada como cuarto de lavado.
El último sector es el mayor, no tiene separación así que tanto la sala, como el comedor y la cocina, comparten espacio.
Nada más ingresar al apartamentos vemos la sala, o al menos allí están los sillones y el sofá, la mesa de centro y el televisor colocado en medio del lugar sobre un mueble bajo y ancho. Detrás de la pantalla plana hay un juego de comedor con cuatro sillas y junto a él, colocado del lado izquierdo de la puerta de entrada y a su vez junto a la pared lateral del cuarto de lavado, tenemos la cocina. Al tener una campana extractora de cocina, no nos molesta el olor ya que no se propaga demasiado. Como he dicho, tenemos lo necesario para sentirnos cómodos.
La cocina y la puerta de entrada están separadas por una pared que, de un lado tiene electrodomésticos de cocina y por el otro hay un clóset alto y cuyo largo ocupa toda la pared. Lo usamos para guardar nuestros abrigos, mochilas y zapatillas ya que somos algo quisquillosos con la idea de no utilizar calzado dentro del apartamento.
La sala tiene un pequeño balcón a su lado al cual salimos para pasar el rato disfrutando del aire fresco que, dependiendo del día de la semana y si el clima lo permite, tomamos asiento en las sillas exteriores para desayunar o merendar.

Camino arrastrando lo pies, casi que sin darme cuenta. Supongo que es algo que he heredado de mi madre ya que, según sus palabras, ella toda la vida caminó así.
Salgo del cuarto de baño e ingreso al cuarto de lavado para dejar allí la ropa usada. Al salir, camino encontrándome con mi pareja, está dándome la espalda.

—Ya está listo. —habla Mitchell al notar mi presencia. Ingreso al sector de la cocina acercándome a él. Lleva una camiseta verde de manga corta, un pantalón de pijama negro y sus pies están cubiertos con calcetines blancos. Al pararme a su lado, veo que sostiene dos vasos de vidrio en su mano izquierda y la jarra con agua en la otra.— La pasta ya está en la sala. —agrega y ambos caminamos hacia allí. Él coloca lo que ha traído sobre la mesa de centro junto a los dos platos.

—Tiene buena pinta. —comento y él asiente.

—Gracias. —responde a la vez que toma asiento en la alfombra frente a la mesa y acerca uno de los platos hacia él.

—¿En serio? —pregunto sonriendo e imitando su acción. Al tener el plato frente a mí, sujeto el tenedor y comienzo a enrollar los espaguetis.

—¿Qué? —me observa masticando. Al dar la primer probada a la cena, no puedo evitar volver a sonreír. Él frunce levemente el ceño.— ¿Qué sucede?

—Tú no cocinaste esto. —señalo la pasta con el tenedor.

—¡Sí lo hice! —exclama y yo río. Él me observa sonriendo y desvía la mirada centrándose en su cena.— Eres una desconsiderada. —se queja antes de comer.

—Mitch, nosotros no sabemos cocinar salsas con un aspecto tan bueno como este. —vuelvo a señalar el plato.— Y ni hablar del sabor. —agrego. Él continúa sin verme.